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¿Y si boicotearan la Champions?
Si el Mundial 2022 se jugara en Estados Unidos, me dice la fuente qatarí, ¿serían solidarias las selecciones europeas con los once millones de residentes indocumentados que carecen de derechos básicos en ese país? ¿Saldrían con camisetas en defensa de los trabajadores de Amazon que son monitoreados por robots y hasta orinan en botellas porque deben mantener el ritmo de producción? Amazon, segunda empresa con más trabajadores en Estados Unidos, lo había negado. A las pocas horas, las redes comenzaron a llenarse con imágenes que confirmaban la denuncia. Peor aún, el sitio The Intercept dijo que además defecaban en bolsas. La exigencia, contó la BBC el sábado pasado, se agravó en tiempos de pandemia, y pese a que Amazon multiplicó ganancias. Las acciones se dispararon y su dueño, Jeff Bezos, acumuló 13.000 millones de dólares en apenas un día. Hasta el presidente Joe Biden defendió días atrás el derecho de los trabajadores de Amazon a sindicalizarse. ¿Sería solidario con ellos el fútbol?, me añade la fuente qatarí.
Estados Unidos era el gran candidato a ganar la polémica y recordada votación de 2010. Pero la FIFA eligió a Qatar. Contundente marcador de 14 votos contra 8. Primer Mundial en Medio Oriente. Y la pelota conmocionada. “Para un boicot llegamos diez años tarde”, admitió Joshua Kimmich, jugador de la selección alemana que la semana pasada sorprendió cuando salió a la cancha protestando por los derechos humanos en Qatar. En 2010, aseguran que hasta el alemán Franz Beckenbauer votó por Qatar. Bayern Munich, club de Kimmich, del capitán Manuel Neuer y de otros jugadores de la selección alemana, tiene entre sus patrocinadores al aeropuerto Hamad, de Doha. Y Toni Kroos, vocero del reclamo alemán, juega en Real Madrid, con una camiseta que dice “Emirates fly better”, por la aerolínea nacional de Emiratos Arabes Unidos, donde los derechos, dicen todos los especialistas, están mucho más retrasados que en Qatar. El Golfo Pérsico es una región dominada por monarquías autocráticas ricas en petróleo y gas, con sistemas de esclavitud laboral y mujeres tuteladas y con dinero para comprar no sólo las camisetas de Real Madrid, PSG o Manchester City, sino hasta clubes enteros, como ya lo han hecho.
El debate sobre Qatar se reavivó la última semana con el inicio de las eliminatorias europeas. Primero reclamaron los jugadores noruegos (la Federación local votará el 20 de julio si boicotea el Mundial). Y siguieron luego otras selecciones del Viejo Continente. Qatar descubrió que ser sede de un Mundial es una gran vidriera global. Pero también un búmeran. Problemáticas que antes eran sólo asunto interno, pasaron a ser del mundo. Y el mundo (el Primero, claro) establece cuál es la vara. Decide quién respeta derechos humanos y quién no. ¿Cómo explicar si no la reciente invitación del G20 a Gianni Infantino para exponer sobre anticorrupción y transparencia, si el presidente de la FIFA es investigado en Suiza por “indicios de conducta criminal” y sus jugadores protestan por Qatar?
La Copa de 2022 será un Mundial extraño, en diciembre, con estadios refrigerados y todo en un radio de apenas 40 kilómetros, una sede que Infantino ratificó, aún después del escándalo de sobornos millonarios denunciados en el FIFAgate.
Las protestas crecieron tras el informe reciente del diario inglés The Guardian sobre cerca de 6500 trabajadores migrantes muertos en Qatar desde que la FIFA votó la sede de 2010. El título impacta, pero el propio informe aclara luego que, en rigor, los obreros muertos en la construcción de estadios fueron menos del uno por ciento de esa cifra, como destacó, enojado, Andreas Krieg, especialista del King’s College de Londres.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT), que tiene acuerdos con Qatar, publicó en su último informe que, en el mundo, la cifra de muertes laborales supera los 2,7 millones al año. Las historias sobre Qatar, afirma Krieg, “venden bien en Europa”, pero “la explotación de la mano de obra migrante” y “las condiciones laborales precarias” son “una característica de nuestro mundo globalizado”. En lugar de boicotear, dice Krieg, Europa debería presionar para que las reformas pioneras de Qatar (algunas todavía demoradas) puedan trasladarse al resto de la región.
No es extraño que sea justamente Estados Unidos el país con deportistas más politizados en el mundo. Las últimas protestas de “Black Lives Matter” hicieron historia. Impulsaron días atrás a la habitualmente conservadora Liga del Béisbol (MLB) a sacar su próximo “Juego de las Estrellas” del Estado de Georgia. Es una represalia del deporte a la nueva ley racista que restringe el voto popular y que fue impulsada en Georgia por el Partido Republicano tras la dura derrota de las últimas elecciones.
Cómodos en su burbuja, los futbolistas top fueron habitualmente reacios al activismo social. ¿Marcará tal vez el Mundial de Qatar el inicio de una nueva era? Si así fuera, más que la FIFA, la que podría comenzar a preocuparse sería la UEFA. Su torneo de clubes top, el más rico y poderoso del fútbol mundial, tiene a demasiados patrones con dudoso historial de derechos humanos. ¿Se animarían los futbolistas a boicotear la Champions?
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