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Voleibol: de Francia a Brasil, cómo fue la vigilia de 36 horas para dar el gran golpe y atrapar la medalla de bronce
La caída ante los galos en las semifinales repercutió duro en el plantel de Marcelo Méndez, pero encontraron la forma de reactivar la mente y llevarse el clásico que valió un podio
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TOKIO.- La cuenta regresiva duró 36 horas: desde el momento en que mordieron el parquet ante Francia, hasta revolcarse y literalmente llorar de alegría -sobre la misma superficie-, segundos después de tumbar a un gigante como Brasil. Solo ellos sabían, unos arriba de otros, apretujados, del mar de sensaciones que habían vivido durante esa vigilia a la espera del clásico. No concebían quedarse con las manos vacías, aún conscientes de la dificultad ante los campeones olímpicos de Río 2016.
Hace un par de días, la Villa Olímpica sirvió para darse un respiro y volver a pensar. Era el refugio para recargar las pilas, recobrar la energía luego de una actuación ante Francia en la que muy pocas cosas habían salido como planearon. La obligación era frenar, barajar y dar de nuevo. “Cuando terminó el partido con Francia supimos que había que hacer unas horas de duelo, en el buen sentido, y que teníamos por delante una oportunidad única contra Brasil. Que habíamos rendido bien en la zona y que podíamos ganarles. Sabíamos que si jugábamos bien había chances”, señaló Ezequiel Palacios.
La unión hace la fuerza, y este grupo eligió volver a estrechar lazos para completar la última misión en Tokio 2020: someter a Brasil a su manera. “El secreto es que nunca dejamos de creer, veníamos rompiéndonos el alma durante tres meses, dejando de lado muchas cosas. Convertimos en realidad nuestro sueño”, apuntó Federico Pereyra, que cree en el concepto de “familia” cuando se trata de tirar todos para adelante en busca de un solo objetivo. “Vinimos hasta acá siempre creyendo en cada compañero, en el equipo. Fue un conjunto de todo para llegar en buenas condiciones al partido con Brasil”.
El reseteo, la activación de la mente para dejar atrás lo que ya no sirve, tomar lo bueno y enfocarse en la próxima meta. “Cambiamos el chip ahí nomás y vinimos a buscar nuestro sueño. En realidad, estuvimos mal un ratito después de las semifinales con Francia”, explicó Matías Sánchez, que pensó en el valor que implica esta medalla de bronce para cada uno. Sobre todo, el armador sanjuanino pensó en las largas trayectorias de De Cecco y Conte: “Hay chicos que están hace 15 años intentándolo, como Luciano y Facundo. Nadie se lo merecía más que ellos”.
Jugado por jugado, Bruno Lima entendió que no había margen para descorazonarse durante aquella concentración en la Villa, por eso es que durante la antesala al clásico no dudó en recuperar el incentivo: “No importaba el color de la medalla, sabíamos que teníamos que ir a full. Supimos levantar la cabeza como hicimos todo el torneo. El equipo en todo momento demostró mucho carácter para superarse y se vio en el resultado”.
Agustín Loser fue uno de los que más padeció el derrumbe ante Francia. “Me golpeó mucho haber perdido esa semifinal, y sobre todo por la forma. Restaba una chance menos de ganar una medalla, pero al otro día ya sabíamos que nos quedaba el último cartucho para poder llevarnos lo que habíamos venido a buscar. Hicimos un gran cambio en la cabeza y ahí estuvo la clave”, apuntó el mendocino de General Alvear, que interpreta que el bronce puede ser un puntapié, un relanzamiento: “Para la selección y para los clubes, esto debería ser un empujón, porque el nivel de la Liga cayó y obviamente la situación de Argentina no es la mejor, sumado a la pandemia”.
Durante esa expectativa hacia el partido con Brasil, Sebastián Solé detectó que uno de los problemas de Argentina ante Francia había sido un exceso de ansiedad: “Nos enroscó mucho haber llegado a una semifinal y saber que podíamos alcanzar una final”. Pero luego, ya en los momentos previos en la cancha del partido por el tercer puesto, detectó un síntoma muy claro en los brasileños que podía favorecerles: “Siento que jugamos con más deseo que ellos de ganar la medalla, porque para nosotros, el bronce es más importante”. Sin embargo, le costó tomar dimensión del logro: “Ellos están acostumbrados a tener la dorada, son un increíble equipo. Me saco el sombrero, no puedo creer que les hayamos ganado porque son de lo mejor del mundo. Hasta antes de venir acá apostaba que serían los campeones olímpicos de nuevo, porque siempre están”.
Durante esas famosas 36 horas de espera, Marcelo Méndez empezó a observar buenas señales en el búnker que custodiaba. Debía ocuparse no solo de la calibración de la estrategia ante Brasil, sino también de estar atento a la temperatura del grupo. Tras varios meses de concentraciones y focalización, su labor consistía en sostener el último esfuerzo de sus dirigidos, para que la selección pudiera estar a la altura. “El objetivo era muy claro: llegar a una medalla. Si yo tuviera que resumir lo que ocurrió en Tokio, diría que es una historia de superación personal de los jugadores, porque pasamos mil momentos deportivos que no fueron de los mejores”, describió el entrenador, que se desarmó de emoción cuando el tie break se inclinó definitivamente para la Argentina. Una victoria que, definitivamente, sustituyó aquel gran bronce de Seúl ‘88 como última referencia del voleibol nacional.
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