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Tokio 2020: las provocaciones que recibía Facundo Conte por ser “hijo de” y qué hizo con su padre-leyenda
A los 31 años, una de las figuras de la selección de vóleibol llegó con la mezcla perfecta de madurez y rendimiento a sus terceros Juegos; para el descendiente de Hugo no hay otro objetivo en Tokio 2020 que una medalla.
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Ser “hijo de...” tiene dos caras bien diferentes. Puede abrir puertas, pero también volverse un padecimiento. Puede otorgar una ventaja sobre el resto, pero conlleva convivir a diario con las comparaciones. Puede facilitar el éxito, pero cada logro será sometido al escrutinio ajeno. Puede comenzar como un legado sano, pero también terminar como una presión insoportable. El deporte da fe: son muchos más los “hijos de” que se quedan en el camino que aquellos que salen airosos.
“Creo que en ningún momento lo superé”, admite Facundo Conte para LA NACION y suelta una carcajada. Transmite la tranquilidad del que está acostumbrado a hablar del tema una y otra veces. En estos terceros Juegos Olímpicos para él, es uno de los líderes de la selección argentina de vóleibol, que ambiciona dar el golpe en Tokio y obtener una medalla después de 33 años, tras aquella de bronce en Seúl 1988. Él es un sobreviviente de la mochila de mil kilos de cada “hijo de”.
Facundo desciende de Hugo, una leyenda de su deporte en el país. Así como el básquetbol tuvo su Generación Dorada y el tenis su Legión Argentina, el vóley recuerda a la Generación del ’82. Hugo Conte fue una de las figuras de ese seleccionado dirigido por el surcoreano Young Wan Sohn que fue tercero en el Mundial y se colgó la medalla de bronce en los Juegos de la capital surcoreana con un histórico triunfo contra Brasil. En 2001, la Federación Internacional (FIVB) lo distinguió como el octavo de los mejores jugadores del siglo.
“Fue una presión. Siempre lo fue cuando era más chico”, admite Facundo. Desde que pisó una cancha, siempre lo miraron de reojo por su apellido. Si le hacían un bloqueo, los rivales se lo gritaban con ganas. Desde la tribuna lo provocaban, le decían que estaba ahí por acomodo. Facundo prohibió a su papá que fuera a verlo. Hugo siempre lo entendió y lo apoyó.
“Eso forjó mi personalidad. Tuve que hacerme valer por lo que yo era y no por de dónde venía. A los codazos, porque siempre tuve la suerte de jugar con los más grandes, porque jugaba bien”, asegura. A los 18 años se dio un gusto reservado para pocos: jugar con su padre. Hugo tenía 43, venía de ser bicampeón en la liga local y quería cerrar su carrera compartiendo la cancha con su hijo. Juntos lograron un ascenso en GEBA y juntos se fueron a Italia.
Hugo lo dirigió durante tres años en Bologna. Cuando se fue a Macerata, Facundo sintió que se desprendió completamente de la figura paterna. En cada club nuevo al que iba, el pedido era el mismo: que la camiseta llevara su nombre, “Facundo”, en vez del apellido “Conte”. No porque lo padeciera, sino para dar un mensaje a los de afuera. “Para ser yo y no el hijo de él. Que simplemente fuera «Facundo» y me valiera por mis propios medios. Siempre fue así, pero quería hacerlo en el exterior”, especifica.
El jugador “meme” que se compromete
Facundo es muy expresivo en la cancha y le gusta jugar con eso. En su cuenta de Instagram hay un hilo de stories con festejos de puntos. Hay tantas fotos que alcanzan para hacer un meme por cada estado de ánimo. Se tienta cuando se lo mencionan: “Me encanta verlas. Y cuanto más raras son las caras, dan mucha gracia, porque indican el no poder caretear. En la cancha se da lo más auténtico. Festejar un punto, sufrir algo que no salió, estar enojado. Todas esas situaciones están a flor de piel”, sostiene.
Un día miró en televisión una publicidad de Adidas sobre Muhammad Ali. La imagen del boxeador trotando por la ruta con Zinédine Zidane, David Beckham y otros deportistas lo conmovió. Se tatuó “impossible is nothing”, el eslogan de la marca alemana, en un bíceps. “Era el momento en el que me desprendía e iba a ser yo. Necesité grabar en mi piel ese mensaje para empujarme. como principio de vida”, recuerda. Pasaron más de 10 años desde ese momento. Hoy es atleta de la marca de indumentaria y procura inspirar a otros con su experiencia.
Facundo sale del molde del deportista promedio cuando está fuera de la cancha. Se suma a campañas y postea mensajes sobre el cuidado del ambiente y la igualdad de género. Mientras muchos colegas eligen no hablar porque no saben, no los interesan esos temas o los ponen incómodos, él explota su palabra. “A medida que pasó el tiempo viajé, conocí y abrí mi mente. Salí de esa burbuja en la que me encontraba. He abrazado estas causas, que son nuestras, en realidad. Son de todos, por más que las luchen algunos. Me parece importante intentar dar un mensaje diferente y que cada vez más exponentes del deporte sean partícipes en este cambio”, afirma, interesado.
La hora de dar el golpe
Facundo se convirtió en un trotamundos que jugó, se destacó y ganó títulos en Italia, Rusia, China, Brasil y Polonia. En diciembre de 2020, la FIBV lo incluyó en la lista de los 100 jugadores más influyentes de este siglo. “Un mimo”, considera él. “Es una decisión subjetiva, al fin al cabo, porque no está respaldada por números o estadísticas. Es una sensación que el jugador provoca por lo que hace. En ese punto me sentí muy orgulloso y gratificado. Es un honor”, se complace.
A los 31 años, Facundo llegó a Tokio con la mezcla perfecta de madurez y rendimiento. Para él no hay otro objetivo que la medalla. “Sería alcanzar el sueño máximo, de realización por excelencia”, destaca. Es referente en un grupo talentoso, que se quedó en la puerta en Río de Janeiro 2016, cuando ganó el grupo la primera fase pero cayó en los cuartos de final contra Brasil.
Antes de los Juegos de Tokio el equipo sufrió un brote de coronavirus y tuvo que afrontar la Nations League con apenas ocho jugadores. Esa experiencia cambió la ruta de viaje: el equipo no regresó al país, para evitar más contratiempos. Se decidió hacer base en Roma, donde tuvo unos amistosos con Italia. Apenas arribado a Japón, se fue por una semana a Kagoshima, hasta el ingreso a la Villa Olímpica. “Van a ser dos meses y medio viajando. Creo muchísimo en la fortaleza, en la paciencia y la dedicación que tiene nuestro equipo”, subray Conte.
Una vez en tierra nipona, el seleccionado mezcló dolores y sonrisas. Tropezó frente a los rusos en el debut (1-3), se dio un golpazo anímico al perder ante Brasil después de estar 2-0 arriba, y sacó adelante un bravo compromiso contra Francia (3-2). En la zona B le quedan dos oponentes: Túnez, este viernes a las 4.25, y Estados Unidos, el domingo a las 9.45. “Tenemos el grupo de la muerte. Es dificilísimo, pero no dejamos de creer que podemos lograrlo”, manifiesta Conte.
Maduro, referente y figura, Conte llegó a Tokio para dar el golpe. Ya hace mucho dejó de renegar con el apellido. Y entonces agradece: “Es un orgullo y una suerte haber nacido con una pelota de voley en la mano. Fue muy lindo que la mirada de mi viejo no fuera de presión, de tener que lograr algo. Todo lo que siempre me dijo fue «andá, disfrutá y divertite, que cuando lo hacés, jugás mejor todavía». Ésa fue la clave del éxito”.
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