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Solo, quebrado y vencido, el hombre que fue la cara del Mundial 2002 de voleibol, pierde la esperanza
Mario Goijman, ex presidente del voley argentino vive en malas condiciones y abandonado por su familia tras perder todo su patrimonio
En mayo de 2015, cuando se enteró de que la policía suiza había irrumpido en el hotel Baur au Lac de Zurich tras la pista del dinero sucio del fútbol internacional, Mario Goijman, ex presidente de la Federación Argentina de Voley (FAV), tuvo dos sensaciones: por un lado, envidió profundamente que alguien se animara a revolver semejante cloaca, y por el otro, se ilusionó por enésima vez con alguna carambola jurídica o mediática que lo ayudara a resolver a su favor el thriller que lleva su apellido, el caso Goijman. “Se está destapando todo, Mario -le escribían por Whatsapp y Facebook los pocos amigos que le quedaron-, y seguro que después del fútbol van por otros deportes y se hace justicia con vos”.
“Yo les respondía que no se equivocaran, que esto había sido en Suiza, pero por pedido de la justicia estadounidense. Los suizos son corporativistas; si depende de ellos, nunca van a hacer algo así con las federaciones que funcionan ahí, y menos en algo de menor impacto como el voley”, dice Goijman a LA NACION, y admite que aunque cruzó los dedos, descontaba que nadie revisaría nada en la sede de la Federación Internacional de Voleibol (FIVB), en Lausana, y que él seguiría sin tener noticias del dinero que puso de su bolsillo para organizar un mundial en Argentina hace 14 años, en otra vida casi.
Mientras habla, Goijman juguetea con un centímetro de costura amarillento que ni siquiera sabe cómo terminó sobre su escritorio, mezclado con estuches de lentes vacíos y prospectos de medicamentos para la diabetes. “Hoy verdaderamente siento asco por el deporte que fue mi vida, porque casi todo el mundo del voley ha sido cómplice”, dice, escoltado por cajas y canastos apilados que guardan lo poco que le quedó después de que la justicia le rematara los muebles y la casa en el Club de Campo Hacoaj. “Yo me había hecho esa casa pensando que me iba morir ahí”, agrega. De sus años de empresario y dirigente exitoso quedan apenas unos biblioratos que han perdido el color y las etiquetas, viejos CPU y armarios vencidos por el peso de actas judiciales en cuatro idiomas. “Hace poco –cuenta entre ataques de tos- vinieron de la televisión alemana para filmar cómo vivo en esta choza, y cómo era mi vida antes. No lo podían creer”.
Cuando habla de su vida antes, Goijman se refiere al mojón que parte su biografía: el Campeonato Mundial de Voleibol Masculino que se disputó en Argentina en septiembre y octubre de 2002. Pocos meses antes de la inauguración de ese torneo, mientras el país se sacudía aún por las réplicas de diciembre de 2001, el entonces presidente de la FAV buscaba contra reloj el financiamiento necesario. “El secretario de Deportes y Turismo -recuerda- era Daniel Scioli. ‘Mario yo te apoyo, te doy una mano’, me decía como un chiste, ‘pero plata, no’. Yo había recorrido el país hablando con Reutemann, con De la Sota, pidiendo apoyo. Y el tema se puso difícil”. El entonces todopoderoso presidente de la FIVB, el mexicano Rubén Acosta, recomendó incluso que el país renunciara a ser sede. Y Goijman, por entonces un próspero empresario farmacéutico, puso medio millón de dólares suyos. Después hizo falta más, y fue a ver a Carlos Heller, del Banco Credicoop. “Si vos lo avalás, no hay problema”, le dijo Heller. Goijman sacó un préstamo de US$ 300 mil, y puso su casa como garantía. El Mundial se hizo, y fue un éxito, pero a la hora de depositar el dinero que correspondía a los organizadores, la FIVB se negó a hacerlo. Y su ruina comenzó.
Casi 15 años después, distanciado de su familia y sus amigos, que le cuestionan haber arriesgado su patrimonio, Goijman mantiene en pie su reclamo. Desde una casa de dos ambientes alquilada en una zona humilde de Tigre, y de la que están por desalojarlo por segunda vez en su vida, dice que esta semana tratará de jugar una última carta. “Voy a ir al Hilton”, advierte. Allí estarán las máximas autoridades del voleibol mundial, que participarán desde mañana en el Congreso Mundial de la FIVB, donde será reelegido como presidente el cuestionado brasileño Ary Graça. “No sé si me dejarán entrar, pero voy a ir igual. En un congreso que se hizo en Portugal pusieron mi foto en los ascensores como si fuera un asesino suelto”.
De su caso se han preocupado sobre todo los medios extranjeros, que han reflejado su lucha en los tribunales y sus cartas y mensajes desesperados en los que amenazó incluso con quitarse la vida.
“Gasté un millón de dólares en abogados -dice-. Viajé 40 veces a Lausana, y se destaparon muchas cosas”. La justicia helvética confirmó la existencia de balances falsificados en la FIVB, que desembocaron en la renuncia de Acosta, amo y señor del voleibol internacional durante un cuarto de siglo. Pero su reclamo económico nunca prosperó.
Dice que ya ni siquiera exije lo que gasté en juicios, y si le preguntan si se arrepiente de haber actuado de ese modo, no duda: “Seguramente daría la misma batalla, pero sin ponerme la capa de superhéroe. Hubiera cometido menos errores y mis hijos no me verían como a un monstruo. Perdí mi familia, mi casa, me bajaron del auto una madrugada volviendo a Tigre porque tenía pedido de secuestro por un provedor que puso carteles en el mundial. Y la gente que me apoyaba se fue borrando. Me dicen `Mario, contame, pero no me metas más’. Es que a lo sumo tienen el problema moral, pero no el patrimonial que yo tuve. Comparten lo que escribo en Facebook, pero yo me quedé solo con mis dos perros”.
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