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Marcos Milinkovic, vóley y resiliencia: sus logros, el recuerdo de Luka, ser papá de nuevo y sus días como “chico Bake Off”
Figura del seleccionado y protagonista de varios hitos, repasa su carrera, las enseñanzas que le dio el deporte y habla de los momentos más difíciles de su vida
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Ojos bien abiertos. Siempre. Como quien se sorprende a cada instante. Va transitando por distintos estados de ánimo, pero no esconde nada. Su vida, hoy que anda por los 52, ha sido un auténtico carrusel de experiencias. Lindas, dolorosas, de resiliencia. Agradecido. Respetuoso. Ya no está en acción, pero es como si lo viéramos de nuevo elevándose sobre la red y castigando la pelota a casi 3,50m de altura con una violencia inusitada. Aunque no puede omitir la ocurrencia en virtud de su reciente paso por la televisión para participar en un conocido reality show gastronómico. “Je, ya no soy más el jugador de voley, ahora soy el chico de Bake Off. ¡Es increíble lo que pasa con la gente en la calle!”.
Marcos Milinkovic es uno de los mejores deportistas argentinos de la historia y un elegido en el planeta voleibol. De hecho lo seleccionaron entre los mejores 25 del siglo XX en el 2000. Jugó en Argentina (Sportivo Villa Ballester, Obras, La Unión Voley Formosa y Buenos Aires Unidos), Italia, Brasil, Grecia y Turquía. Entrenador de UNTref Voley, Club Ajman (Emiratos Árabes Unidos), CD San Pedro y JAV (España). Y en el seleccionado, obvio. Se retiró en 2013, a los 41, y tuvo su despedida en el Luna Park en 2015. Con sus 2,02m impone presencia, aunque no siempre fue alto…
“Yo era normal, ponele que medía 1,77m, Hasta los 16, cuando pegué el estirón. Y nada, en un año crecí casi 20 centímetros. Mi abuelo tenía más de dos metros, mi papá 1,90 y pico. O sea que de alguna manera en la familia estaban esperando el estirón, se veía venir”, cuenta el campeón Panamericano y semifinalista olímpico con el seleccionado argentino.
–¿Y vos cuando pasás de 1,70 y pico, a 2 metros, con todos tus amigos parejos, te sentiste bien o medio incómodo?
–Me sentí incómodo porque primero me costaba mucho coordinar, ¿no? Era como si tuviera en un cuerpo nuevo. Un cuerpo más largo, más alto, más descoordinado. Me costaba mucho sincronizar los movimientos. Y otra cosa que sentpua rara: pasé de tener la altura media a mirar a todos desde arriba. Entonces me encorvaba un poco al caminar porque me daba un poco de vergüencita.
Marcos nació en San Martín, aunque la familia vivía en San Andrés. “Viví hasta los 12, 13, un poquito más, en San Andrés. Y después nos mudamos a Villa Ballester. Habíamos vendido porque nos íbamos a vivir a Mendoza, a San Rafael. Y al final nos tuvimos que volver porque mis viejos (Ante y Aurora) no consiguieron un colegio para nosotros (Marcos Ivana y Mariana). No consiguieron vacantes, así que pegamos la vuelta y nos fuimos a vivir a Villa Ballester.
–¿Y cómo eras? ¿Estudioso?
–No, era inteligente pero vago, no me gustaba estudiar. Me gustaba el club, la vida deportiva. El estudio era más por obligación que por placer.
–¿Qué te salía fácil en el colegio?
–Cuando me dedicaba, me salía todo. Me quedaba bien en la cabeza, era muy inteligente. Me gustaba mucho concentrarme en las cosas que había que estudiar.
–En esa época del cole eras bien futbolero, ¿no?
–El fútbol me gustó siempre. Siempre fui con mis tíos, con mi papá a la cancha. Pero me gustaba mucho el deporte, la vida del club. De chiquito empecé jugando al tenis, en Sociedad Alemana de Gimnasia de Villa Ballester. También al hockey sobre césped, al hándbol, al básquet.
–Lo del básquet era cantado. ¿Pero por qué optaste por el vóley? Incluso, tu desembarco en este deporte sería un poco casual.
–Sí, y aparte en ese momento no había mucha gente alta. Un tipo de dos metros era un poco raro en Argentina. Pero bueno, cuando me mudé a Villa Ballester tenía un vecino que era dirigente de la subcomisión de básquet de Sportivo de Villa Ballester y me llamó, fui a entrenar ahí con los chicos y empecé a jugar al básquet. Hice dos o tres años de básquet. Y después empecé con el voley, en las vacaciones. Estaba todo el día en el club. Y jugaba duplas con mis amigos en el gimnasio y me fue gustando. Fue medio casual todo. Seguí haciendo los dos deportes, hasta que me decidí por el voley.
–¿Siempre de opuesto o incursionaste en otras funciones?
–Fui central también, muchos años. En la selección jugué de central. Pero sí, donde más anduve fue de opuesto, mi rol principal.
–¿Y qué disfrutabas más: clavarla en los tres metros o un bloqueo, viéndole la cara de frustración al rival?
–Las dos cosas. Me gustaba mucho jugar al centro, porque me entendía muy bien con los armadores. Y después me gustaba mucho bloquear. Entonces, si tenía que ir de central no tenía ningún problema, y si jugaba al opuesto lo mismo porque mi fuerte fue siempre el ataque. Si jugaba de opuesto y recibía mucho, también me sentía perfecto.
–Llegás a primera a los 17, tipo 1988. Coincidió con los Juegos de Seúl, donde Argentina obtuvo el primero de sus dos bronces olímpicos. Había toda una camada famosa que venía del bronce en el Mundial 82 en nuestro país. ¿Eso impactó en tu carrera, esos nombres? Conte, Kantor, Castellani, Quiroga, Martínez.
–No mucho, pero porque en ese momento no teníamos la chance de verlos. Los partidos no se pasaban por televisión, era dificilísimo encontrar algún resumen. Tampoco tenías internet, no había cómo buscar resultados. Lo más usual era escuchar por la radio los resultados o verlos en el diario al día siguiente. Si lo de Seúl no incidió fue porque no teníamos registro de las cosas. No había nada. No fue algo que me haya impactado o me hiciera enamorar más de mi deporte. Sí, claro, eran nombres ilustres.
–¿Y qué significó después haber jugado con Hugo Conte, una leyenda de aquellos tiempos?
–Fue algo muy lindo porque Hugo era un histórico del voleibol argentino, de la Copa del Mundo, de los Olímpicos. El primero con el que me tocó jugar de esa camada fue Raúl Quiroga, en el Preolímpico del 92, en Francia.
–Quiroga era como vos, un rematador, un castigador en la red.
–Sí, era un animal. De los mejores opuestos de la historia, sin duda.
–¿Y con él sacaste alguna enseñanza, algo de las charlas?
–Fue más de mirar, obviamente. Al jugar tomás más experiencias siempre. Te daba algún consejo, te decía algo del juego, entonces era toda una sumatoria de cosas que te transmitía que eran y que fueron importantes para el futuro.
–¿Qué tan diferentes son los Panamericanos de los Olímpicos en cuanto al clima?
–No tienen comparación. Sí la atmósfera es muy linda. Es preciosa la de los Panamericanos también, porque es una mini olimpíada en la cual tenés la posibilidad de convivir con diferentes disciplinas y jugadores. La diferencia es que hay muchas selecciones, muchos atletas que quizá prefieren usar el tiempo para prepararse para los Juegos Olímpicos. Van con un equipo alternativo, con un equipo juvenil, entonces quizás esa competencia es muy diferente a lo que es un Juego Olímpico. Que son incomparables, es otra cosa. Otro nivel.
–¿Y cuánto te marcaron a vos los Juegos Olímpicos?
–Fueron tres: Atlanta 96, Sydney 2000 y Atenas 2004. Para mí, el haber participado en Atlanta, el primero, fue hermoso. Éramos jóvenes, fuimos a participar con una expectativa baja, sin la expectativa de poder dar un batacazo. Fuimos sin ninguna responsabilidad, a jugar tranquilos, solamente lo disfrutamos y estar participando de eso fue inolvidable. Era un equipo caradura, un equipo joven.
–Ustedes venían del oro en los Panamericanos de Mar del Plata 95.
–Claro, veníamos de esa experiencia. Lo más lindo que tuve en mi carrera.
–Mucha gente recuerda con afecto a esos Panamericanos por la atmósfera que había. Estaban en Chapadmalal, un lugar diferente a lo que son las Villas de atletas.
–Sí, sin comparación. A ver, lo que eran las villas Panamericanas o villas Olímpicas de ese momento es incomparable a lo que es quizás hoy. Lo que habrá sido París, lo que habrá sido Río. Porque todo va evolucionando, mejorando.
–Sí, pero ahí te levantabas y estabas frente al mar. Era raro eso.
–Era raro, sí. Pero ojo, que ya se estaba poniendo frío en esa época (NdR: mediados a fines de marzo), ya no hacía tan buen clima. Y ahí sopla de lo lindo. Pero bueno, compartir eso fue increíble, la verdad que sí. Único.
–Jugaste con Conte, con Quiroga. ¿Con qué otra figura te quedaste con ganas de jugar, de compartir equipo?
–También jugué con Javier Weber, que era intermedio de esa generación y la nuestra. Todos esos los jugadores más importantes de esa etapa. Después tuve a Daniel Castellani, que era el entrenador, así que también pude aprovechar su sabiduría y experiencia para poder seguir creciendo como jugador. Lo mejor de ese grupo lo pude disfrutar y absorber todas las cosas que me transmitían.
–¿Y qué pasó en Sydney 2000? Porque ustedes habían hecho como una zona lógica, habían ganado dos partidos, perdieron tres. De pronto van a los play-offs contra el invicto, que había perdido nada más que un set en cinco encuentros. Que encima era el clásico rival, Brasil, el favorito. ¿Qué pasó esa noche?
–Brasil era el supercandidato, con Dante, Giba, Gustavo, Tande, Douglas. A ver, el objetivo nuestro era tratar de meternos entre los ocho. Teníamos que ganar algunos partidos, sabíamos que otros iban a ser, no digo imposibles, pero muy difíciles, ¿no? Italia, Yugoslavia, partidos muy duros para nosotros, porque también eran grandes candidatos. Nosotros le apuntamos a Estados Unidos, Corea. Esos eran los dos partidos que teníamos que ganar para tener una chance. Una vez que nos metimos en cuartos, claramente fuimos con otra expectativa a los playoffs. Fuimos relajados, sabiendo que no teníamos nada que perder con Brasil. En el primer set que nos mataron a palos y perdimos 25-17. Y nada, después ya en el segundo set empezamos a entrar en partido, a confiar un poquito en lo que nosotros sabíamos hacer y a sentir que podíamos darle un buen susto a Brasil. Ganamos el segundo set 25-21, el tercer set creo que lo ganamos muy bien también (25-19).
–Y el cuarto fue el eterno, ¿no?
–El cuarto fue el eterno y cuando vimos que teníamos la posibilidad de poder avanzar y dejar afuera a Brasil, lo defendimos con uñas y dientes.
–El punto decisivo (27-25) fue un bloqueo tuyo a Dante, una de las grandes figuras. ¿Qué te pasó en ese momento?
–Salí corriendo y no sabía a quién abrazaba porque tenía una felicidad enorme. Me tiré de cabeza ante los chicos y vino Jero Bidegain, vino Leo Patti. Fue un sueño hecho realidad. Porque es algo que uno siempre sueña. Más contra un eterno rival como es Brasil. La verdad que tener esa posibilidad de avanzar dejándolos afuera de ellos, un invicto y supercandidato, fue Inolvidable.
–Pasaron a jugar por una medalla. Y después, bueno, tocaron Rusia en semifinales, Italia por el bronce.
–Nos tocó Rusia. Le sacamos un set. El poquito de suerte que tuvimos contra Brasil nos faltó contra Rusia. Porque tuvimos la chance, no sé si de ganar, pero si de ir a un tie-break seguro. En los dos primeros sets perdimos 27-25 y 32-30, muy peleados. Ganamos el tercero muy bien (25-21) y después nos quedamos sin gas: 25-11. Se nos acabó la reserva y nos quedamos con esa sensación de que estuvimos ahí. Y nos costó muchísimo recuperarnos para pelear el tercer lugar. Dejamos todo ahí y no entramos con la misma confianza y uego que habíamos tenido contra Brasil y contra Rusia.
–¿Ese fue el momento top tuyo? ¿O el del Mundial 2002 en Argentina, donde fuiste el máximo anotador?
–Creo que fue el mejor momento del equipo. Ese segmento: Sydney, el Mundial de Argentina. Fue el techo del equipo. Estábamos todos en el punto justo de experiencia, de edad. Siempre nos faltó dos para el peso, lamentablemente, ese último empujoncito para lograr algo importante. Esa fue la única bronca de todos.
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El vóley queda por un momento fuera de escena. Croacia es un lugar que marcó a fuego la vida de Marcos. Desde sus ancestros hasta lo que nunca imaginó: el dolor de la pérdida de un hijo. Fue en 2017, en Brac, mientras Luka andaba en kayak con unos amigos. Tenía apenas 13 años.
El abuelo de Marcos, José, vino a la Argentina en 1948, escapando de las guerras de la ex Yugoslavia. “Mi mamá (Aurora) tenía 4 años cuando vino. Conoció a mi papá (Ante) acá en Argentina, en el centro de la colectividad croata. Los dos son croatas. Quizás los países del este son gente que uno los ve como un poco más fríos, un poco más callados. Pero al vivir tantos años en un país tan cálido como Argentina, donde gusta mucho la sociabilidad, de juntarse, comer, tomar algo, verse, uno va tomando esas costumbres porque son lindas. De juntarte con tus amigos, juntarte con la colectividad, comer algo, charlar. Entonces, la gente absorbió mucho de lo que son las costumbres argentinas y la verdad que se hizo un grupo croata-argentino muy lindo”.
–El croata es de sangre luchadora.
–A ver, son países que pasaron guerras, pasaron cosas difíciles. Subirte a un barco para venir a un país que no sabés cómo es ya te hace más fuerte. Una persona que tiene que luchar para poder comer, para poder vivir, para poder acostumbrarse a lo que son los estilos de vida de la Argentina. El croata es gente trabajadora, gente luchadora y gente buena, sobre todo.
–Vayamos al último Mundial de fútbol. Juegan Argentina y Croacia la semifinal en Qatar. ¿Fue un partido normal de ver para vos?
–Yo soy argentino, por más que sienta muchísimo en mi alma a Croacia y todo lo que me han transmitido mis viejos y lo que yo pude conocer de allá. Siempre fui argentino y mi corazón es de Argentina. Obviamente, el resultado me ponía un poco… Mamá hinchaba más por Croacia, igual que mi tía y mi papá. Entonces me daba un poco de cosa por eso, pero yo siempre alegre cuando gana Argentina. Lo tenía claro. Obvio no era fácil de mirar ese partido. Pero para mí siempre Argentina primero.
–Cuando fue la guerra en la ex Yugoslavia, de 1991 a 2001, ¿se te cruzó por la cabeza la idea de ir a combatir, por ejemplo?
–Nooooo. Sentía mucha tristeza por mi padre, porque tenían familia, tenían amigos allá y ver todo eso era duro. Y yo había vivido ya lo de mi abuelo. Pero nunca se me pasó por la cabeza ir a la guerra.
–¿Podemos hablar de Luka?
–Sí, claro, podemos.
–¿Cómo sobrellevaste su partida y todo lo que vino después? Porque la gente dice “qué tragedia, qué locura”, pero no sabe todo el proceso que hay detrás y cómo lo vive la familia. Ni hablar los padres. ¿Cómo fue tu caso?
–Fue dificilísimo, porque es algo que nunca uno espera. Uno siempre sabe que lamentablemente los padres, los abuelos, los tíos, por una cuestión de naturaleza y de edad, en algún momento se tienen que ir, ¿cierto? Porque uno nunca tiene la cabeza de que a alguien que es más joven que vos, a un hijo, por sobre todo, le pueda pasar eso. Entonces, uno no encuentra explicación en ningún lado. Es algo que uno se pregunta todos los días muchísimas veces. ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo ser? ¿Por qué a mí? Lamentablemente son mil millones de preguntas para las que uno nunca tiene respuesta. Yo me lo sigo preguntando y nunca tengo respuesta... ¿Por qué me tuvo que pasar? Hasta me empezó a agarrar hasta un poco de culpa de por qué no estaba ahí, de por qué esto, por qué lo otro.
–¿Dónde estabas cuando pasó?
–Yo estaba acá en Argentina. Fue muy difícil. Sobre todo el primer año, año y medio... No le encontrás sentido a nada, no encontrás alegría en nada, no encontrás motivación en ningún lado. No sabía qué hacer, para dónde ir. Lo único que quería era estar solo, que nadie me rompiera las bolas, que nadie me preguntara nada. Hasta que llegó un momento en el cual uno se acuerda de que también tiene otros hijos, otras personas al lado a las cuales les tiene que transmitir alegría, transmitir amor. Fueron ellos, los nenes, los que me fueron sacando de a poquito de esta situación. Juntos, al lado mío, demostrándome también muchísimo amor. Fue con el tiempo en que uno empezó a acomodar un poco la parte sentimental. Recordando todos los días a Luka de la mejor manera, con toda la alegría que nos transmitía. Y sabiendo que la alegría hoy la tenés que transmitir a la gente que estuvo cerca, que te apoyó, que estuvo siempre. Se fue saliendo. Hay días en los que uno está mejor, otros en los que está peor. Pero hay que seguir. No queda otra.
–Luka era muy compañero tuyo. Iban juntos a la cancha, a ver a River.
–Sí, muy compañero. Solíamos ir a la cancha. También estaba empezando a jugar al vóley. Hablábamos mucho. Fue duro. Era el primer hijo, hijo varón.
–¿Volviste a ir a la cancha o no pudiste?
–Volví. Es algo que siempre me gustó, que me relaja. Hay muchos que van a putear. Yo, sin dejar de sufrir cuando hay que sufrir, es un lugar que disfruto mucho.
–De los hermanos, Dunja ya tenía edad para entender lo que había sucedido.
–Ella lo vivió muy de cerca en su momento. Me dio mucho miedo por ella, porque era muy chiquita. Lo que pasó nos acercó un montón, a pesar de la distancia, ya que ella vive en Serbia con la mamá. Estamos siempre comunicados, nos mandamos fotos, me pregunta por Santino, por Bauti, sus hermanos. Si dios quiere a fin de año la voy a traer a Argentina. Espero seguir compartiendo cosas con ella.
–Muy lindo nombre Dunja.
–Hermoso. Es muy común en Serbia, es el nombre de una fruta. Y en turco quiere decir “mundo”.
–De todo lo que te han dicho desde que pasó lo de Luka, ¿alguna cosa te hizo sentir algo mejor?
-Cuando pasan estas cosas, y uno no sabe cómo salir, lamentablemente te das cuenta de que hay un montón de gente a la que le pasó lo mismo. Diferentes circunstancias, edades y motivos, pero el haberlos escuchado, haber compartido tiempo con ellos también, que te cuenten sus experiencias, cómo fueron pasándolo, cómo se fueron acomodando sus vidas fue muy importante. Son cosas que son difíciles de hablar con cualquier persona porque uno siente como que no entienden el dolor de uno. Hablar con un amigo para decirle ciertas cosas no me gustaba porque me daba la sensación de que por más que lo sintiera y lo sufriera, no se daba cuenta de lo que yo estaba sintiendo. Hablar con gente a la que le pasó lo mismo fue valioso porque es gente que entiende, que me entiende, que saben de lo que le hablo. Me sirvió compartir cosas con ellas, descargarme con ellos, algo que no es fácil porque no los conocés. Pero están en tu misma sintonía. Lo sentía diferente. Se fue saliendo.
–Y también llegó Santino, una bendición.
–Sí, fui papá otra vez y Santino ya tiene tres años. Estamos muy felices con Mercedes, mi mujer. Fue una alegría. Yo siempre digo que los hijos son bendiciones y haber tenido a Santino después de un momento tan difícil fue eso, una bendición, algo que me ayudó mucho. Que mis hijos, Dunja y Bauti, estuvieran tan contentos con la llegada del hermanito lo vi reflejado en sus ojos. Para mí fue algo hermoso. Conocí una mujer divina, única, como Mercedes.
–¿A ella la conociste acá o afuera?
–La conocí en los Emiratos Árabes.
–Ah, claro, porque ahí fuiste a dirigir. Qué loco, ¿y qué hacía ella allá?
–Ella era azafata de Emirates. La conocí ahí y bueno, empezamos, después agarró la pandemia, estuvimos juntos. Arrancamos.
–¿Y vivieron dos años en España?
–Estuvimos un año y medio en Marbella, donde estaba trabajando, y bueno, después nos vinimos para acá. Ahora hay un nuevo proyecto en Salta. El año pasado fui a hacer una clínica, conocí al subsecretario de Deportes, a gente del voley. Lo tiramos medio de chiste armar un “Salta Voley”. Ellos ya tienen un equipo femenino en la Liga Nacional y tenían un equipo masculino en la liga federal. Hace unos meses les presenté un proyecto que iba más allá de un equipo de liga. Un proyecto en toda la provincia, con capacitaciones, detección de talentos, perfeccionar a los profes de los clubes y de los colegios. Les gustó mucho, así que nos vamos con la familia para allá.
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El voley vuelve a escena, enfocado más allá de sus recuerdos y experiencias. El voley en su esencia y lo que significa para el deporte argentino.
–Viste que se habla del rugby como deporte formativo, del tenis que es un deporte muy solitario, los tenistas que van por el mundo. ¿Qué es el voley en sí para la persona que lo practica y lo desarrolla profesionalmente o amateur?
–Para mí el voley es uno de los deportes más lindos, lo digo porque lo jugué muchísimos años. Es un deporte en el cual yo tuve la posibilidad de aprender un montón de cosas, de conocer a muchísima gente, de tener amigos en el exterior gracias al vóley. Me enseñó a trabajar en equipo, a dar lo mejor mío para el equipo, no hacer un trabajo individual, sino hacer un trabajo para el equipo. Siempre brindando todo lo que tengo para que el equipo funcione, juegue mejor, pueda ganar partidos. Esas son las cosas que más trato de transmitir. Entrenar 100%, sacrificio 100%, pero siempre el equipo por sobre todas las cosas. Después las cosas individuales van a ir llegando porque el equipo me va a ayudar.
–Importante trabajar siempre en equipo y no pensando en uno mismo por sobre todas las cosas.
–Clave. Porque son cosas que uno va a hacer en la vida también, uno las va a trasladar. En la casa es también un trabajo en equipo: la mujer esto, el hijo esto, el padre esto, cada uno aporta lo mejor que tiene para que todo funcione. Vas al trabajo es lo mismo: en una empresa yo hago esto de la mejor manera para que la empresa crezca, para que yo crezca profesionalmente pero siempre con el objetivo principal que es que el castillo siga creciendo con el trabajo que hacen todos. Hay que empezar a hacer encajar todas las piezas del rompecabezas para que el equipo quede bien armado, que ese circulo que uno arma sea impenetrable, que el grupo sea lo más compacto y lo más homogéneo posible para que cualquier cosa que pase afuera no nos pueda penetrar y ese grupo sea fuerte.
–En el año pasado la Argentina ganó una medalla de bronce en el Mundial 82. Hubo como un boom ahí: la gente empezó a jugar en las plazas. Después hubo dos bronces olímpicos (1988 y 2021), es un deporte que se juega en la playa. Pero da la sensación de que nunca se aprovechó el efecto, que el vóley tendría que estar en otra escala.
–El problema es que vivimos en un país en el cual la gente que nos maneja no toma el deporte con la importancia que merece. Para mí la vida del club es tan importante como el colegio. El colegio me enseña un montón de cosas que van a servir para el futuro y el trabajo. Y el club me enseña un montón de otros valores que no me los transmite ninguna otra cosa. El club me da tranquilidad a mí como padre de que viniera a este club, me da tranquilidad de que está practicando un deporte que le va a hacer bien para su vida, le va a hacer bien para su salud, está aprendiendo, en este caso hablando del voley, está aprendiendo a convivir con otros chicos, tiene una vida social sana, linda, aprende a trabajar en equipo. Yo lo digo y lo hablo con los padres. Si el nene no anda bien en el colegio no lo tengo que castigar con que no vaya al club, como nos pasó a nosotros muchas veces cuando éramos chicos. Busquemos otro castigo, el celular, la playstation, que no se junte con los amigos, pero el club tiene que ser tan importante como es el colegio. Porque el club es vida sana. Para mí, la importancia del club es vital. Lamentablemente los políticos no lo ven de esa manera y el club y el deporte siempre pasan a segundo plano. Nos pasó con el voley, nos pasó con el básquet también, ¿cuánto duró la euforia de la medalla dorada? Un poquito, no se hizo nada con respecto a eso, Argentina es un país muy exitista y cuando se logran los éxitos no los sabemos aprovechar. En el voley tuvimos un montón de momentos para saber aprovechar y no se hizo nada.
Entonces, hay que aprender a aprovechar esas cosas como aprovechan en otros lugares. Yo voy muchas veces a Serbia a ver a mi nena y veo la euforia que se arma cuando Djokovic, el básquet o el voley ganan una medalla. Hay pibes que cruzan las sogas en medio de la calle para jugar al voley. Pasa en los clubes, donde hay mil millones de pibes jugando al voley, al básquet. El gobierno ahí le da mucha importancia al deporte. Entonces a la larga vos tenés siempre equipos competitivos. Y cuando deje jugar Djokovic va a salir otro pibe. Hay un trabajo de base muy importante y un apoyo del gobierno fundamental.
–Sí, desde la época de la vieja Yugoslavia.
–Claro. Yo siempre digo que si Yugoslavia hoy fuera Yugoslavia, sería campeona del mundo en fútbol, en básquet, en voley, en tenis, en todo, porque si vos mirás los rankings de los 4 o 5 mejores equipos, tenés algún equipo de Croacia, de Serbia, de Eslovenia, de Montenegro. Imaginate todos juntos.
–¿El líbero le hizo bien al voley?
–Sí, y creo que le sacó un poquito de técnica. Porque antes los jugadores tenían que saber hacer de todo. Puso un especialista. Hoy con el líbero ya los centrales no reciben. Está bueno porque se hace mucho más espectacular el vóley, hay muchas defensas increíbles, el líbero se tira por dos lados. Pero se perdió un poco la técnica. Porque los jugadores buscan altura y fuerza y no tanta técnica ahora para jugar.
–Cambiaron los físicos de los deportistas. Viste lo que son los tenistas, los rugbiers, los NBA, el vóley mismo. ¿La red tendría que estar más alta hoy de los 2,43m o no? Porque a la pelota, la matan.
–No sé. Igual la potencia es totalmente diferente. Hoy los equipos tienen 3, 4, 5 jugadores que sacan arriba de 100 kilómetros por hora. A veces se juega mucho de fuerza, de potencia, de físico. Como en todos los deportes.
–¿Y vos creés que si la subís 10 centímetros a la red no cambia el juego?
–No sé si va a cambiar mucho. Porque los jugadores le pegan un metro más arriba de la red. No sé cuál sería la solución.
–¿A qué altura pegabas vos, tu mano?
–Yo saltaba 3,47m. No era uno de los que saltaba mucho. Hoy se juega mucho más de potencia, de velocidad. Es mucho más dinámico, es mucho más rápido el juego.
–¿Y los saques de potencia hasta en puntos críticos, como un match-point en contra, son necesarios?
–Es que lo tira todo el mundo porque no queda alternativa. Si vas a regalar la pelota, te meten un pelotazo del otro lado. Si tenés tres tipos de 2,05m, 2,10m del otro lado... Te van a matar. Ningún compañero te va a putear por tirarlo igual. Mirás al entrenador, te dice “pegale o metelo”. O “vamos a hacer un saque táctico porque tienen 80% de la salida por posición 4. Entonces vamos a hacer un saque táctico a tal posición para correr todo el bloqueo. Jugás un poquito más táctico.
–¿A ustedes les sirven todos esos datos?
–Sí, las estadísticas son fundamentales para todo. No solamente para lo que significa leer al adversario, sino también para ver los puntos débiles y los puntos fuertes que uno tiene en su equipo. O sea, qué podemos corregir mirando el video. Esto ha ayudado un montón a poder solucionar algunas cosas.
–¿Amigos que te haya dejado el voley?
–Un montón, esa es una de las cosas que siempre digo: que fuera de lo que uno puede haber ganado o perdido, para mí la importancia de haber conocido tantos lugares y tantas personas en diferentes lugares del mundo fue de lo más lindo y es el día de hoy en el que tengo muchísimos amigos en Europa, en Brasil, en Argentina mismo.
–¿Y al primero que llamás, cuál es?
–Y, hoy hablo mucho con Jero Bidegain, con Juan Pablo Porello, con Jorge Elgueta también. Con Giba también hablamos bastante seguido.
–Jugaste las ligas de Brasil e Italia, principalmente, y algo en Turquía y Grecia, además de la Argentina. ¿Cuál te gustó más?
–A ver, en Brasil había una liga muchísimos jugadores locales fuertes. Italia era el sueño de todos, era jugar en el Olimpo. Tenía los mejores extranjeros de todo el mundo. Jugar contra los monstruos internacionales era lo más lindo de todo y a lo que le apuntaba, lo que siempre deseé y quería cumplir.
–¿Y profesionalmente para los jugadores es muy redituable económicamente el voley?
–Se evolucionó muchísimo, el deporte en general. Uno siempre hace la comparación de cuánto hubiese ganado Maradona si hubiese jugado hoy. Eran tiempos diferentes. El fútbol siempre fue económicamente el deporte número uno. Pero hoy la verdad que económicamente se gana muchísimo más que antes. También tenés 6, 7 ligas aparte de la italiana que se hicieron muy fuertes. En ese momento tenías Italia… e Italia. Después tenías España, Francia, pero lo que se podía ganar ahí era poquito. Hoy Francia está fuerte, tenés Rusia, Polonia, China, Japón, que en ese momento no estaban. Abrieron mercados en Medio Oriente también que pagan muy bien, así que hoy tenés muchas más posibilidades de hacer una diferencia económica.
–¿Y en Emiratos cómo fue la experiencia?
–Fue difícil el primer año porque hacía poco que había pasado lo de Luka, entonces no fue buena emocionalmente. Una liga en la cual al vóley los chicos lo usaban como hobby. Fue muy difícil, los pibes venían, no venían, a veces nos entrenábamos con tres, a veces con diez. Fue difícil el primer año. Después le agarré la vuelta, conocía a los chicos. El segundo y tercer año, antes de la pandemia, fueron buenos. Disfruté, la pasé bien, el equipo jugaba bien.
–No sólo fuiste jugador y sos entrenador de vóley. Cuando tu mamá era la especialista repostera de la familia, de pronto aparecés en la TV, en Bake Off, el concurso gastronómico en el que estás rodeado de expertos como Maru Botana y Damián Betular.
–Sí, la experta es ella. A mi me gusta cocinar, pero más que nada comida salada.
–No es que eras una suerte de chef.
–Lejos de eso. Cocino porque me gusta, pero nada más. Cuando volvimos de España me llamó la productora de Bake Off para preguntarme si me divertía participar. Y nada, al principio tuve mucho miedo. Era un mundo nuevo. Me preguntaba “¿qué voy a hacer yo en ese círculo?”. Para hacer algo que no hice nunca. No quería meterme en un quilombo. Al final me convencieron.
–¿Y, qué onda?
–Hicimos un par de prácticas para ver qué onda y hoy puedo decir que estoy supercontento con la experiencia. Contento de haber aceptado. Conocí gente de otros ambientes.
–Además, una cosa es cocinar en casa, tranquilo, y otra delante de las cámaras de televisión.
–Exacto. Pero la verdad es que salió todo muy lindo. Lo disfruté un montón, aprendí muchas cosas nuevas de la cocina. Y sobre todo, conocí mucha gente a la que veía por TV o las había escuchado. Poder compartir días con ellos, conocerlos, fue lindo. Personas hermosas.
–¿Y la gente con vos en la calle qué onda?
–Y ahora ya no soy más el jugador de voley, soy el chico de Bake Off. Sólo los deportistas saben quién soy. Soy el repostero. ¡Es Increíble! Es la juventud de ahora.
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