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Facundo Conte: “Hoy mi objetivo no es ser el mejor sino dar lo mejor, y con eso estoy más cerca de lo que yo quiero”
El medallista olímpico abre su corazón y su mente, y muestra su evolución como persona; se ilusiona con el Mundial de vóleibol, que la Argentina protagonizará desde el sábado en Polonia y Eslovenia
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Adentrarse en la carrera deportiva de Facundo Conte es recorrer un sinfín de títulos, experiencias, ligas internacionales, récords. Pero también dolor. El golpe deportivo, y emocional, que significó la derrota en cuartos de final vs. Brasil en los Juegos Olímpicos Río 2016 lo condujo a una necesaria introspección.
En la charla con LA NACION así lo confiesa. Y elige cada palabra para hacerlo. Quiere que se entiendan su mensaje y sus opiniones. Como en el juego, es hábil, táctico y sabe. Haberse librado de la presión de tener que ganar lo llevó a encontrar lo que, hoy, considera su mejor versión. En el logro colectivo de haberse colgado la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 hizo realidad su sueño. Y, con él, un devenir de decisiones que lo llevaron a asumir el compromiso de disputar, en Polonia y Eslovenia, el cuarto Mundial de su carrera.
–¿En qué favoreció a la selección que vos y Luciano (De Cecco) no formen parte de la Liga de las Naciones (VNL)?
–Hay muchos chicos nuevos que tuvieron más posibilidades de jugar. Nuestra ausencia les dio más espacio para asumir la responsabilidad de tomar ese protagonismo, y estuvimos a punto de clasificarnos a las finales. Eso es importantísimo a nivel confianza. A muchos les sirvió para soltarse, sacarse esa mochila y preocuparse por jugar. Eso es fundamental. La conjunción entre los más jóvenes y los de más experiencia es un gran mix. Porque, además, los otros equipos tampoco los conocen.
–¿Con qué expectativas viajan al Mundial?
–Estamos en un momento muy bueno. Hemos ganado confianza y hemos tenido la pauta de que es posible. Así que la motivación para este objetivo es fuerte. Obviamente no vamos a decir que vamos a traer la medalla de nuevo porque no me gusta hacer promesas y porque los partidos hay que jugarlos. Pero sí creo que es un gran momento para que podamos, tal vez, meter otro balazo.
–¿Necesitabas una pausa?
–Terminé de jugar en Polonia y paré un mes. Necesitaba descansar física, psicológica y emocionalmente. No estaba listo para encarar la VNL, que es un torneo injusto, con muchos partidos en muy poco tiempo mientras te estás preparando para un Mundial. Y yo la verdad es que quiero jugar el Mundial, y opté (conjuntamente con el cuerpo técnico), por descansar para volver renovado después de una Liga que fue difícil. La verdad es que me siento muy bien. Todavía agarrando ritmo, pero renovado y muy contento por cómo me siento física y energéticamente.
–¿Desde qué rol encarás este Mundial?
–El hecho de haber sido medallistas olímpicos nos permitió seguir ratificando ese respeto que nos hemos ido ganando con el correr de los años, más allá de los resultados. En esa conjunción entre los más chicos, Luciano y yo se hace un equipo fuerte. Porque nosotros estamos más sueltos gracias a que hace un par de años que estamos acá. Y a la vez, esa soltura de los chicos también nos ayuda a nosotros. Que ellos hayan jugado sin nuestra presencia nos quitó presión a todos. Fue como una válvula que aflojás y se escucha el “fsssss”. Ahora me enfoqué para poder ayudar al equipo de la mejor manera posible, estando en el Mundial y a la vez no estando en la VNL.
–¿Cuándo decidiste jugarlo?
–Yo no sabía si estar o no este año después de Tokio. Y parte de volver pasó por esto de tenerlo tan cerca. De ver la zona que nos tocó, de volver a sentir esas sensaciones y pensar: “Pará. Capaz que me queda una bala más” (risas). Me moviliza tener una cuarta experiencia mundialista y el hecho de volver a conseguir otro sueño. La zona es accesible. Nunca es bueno decir que es fácil, porque hay que jugar. De hecho, en Tokio el único partido que, en teoría, era ganable (Túnez), casi lo perdemos y nos quedábamos afuera. Pero repito: yo voy en busca de la medalla. Otra vez. ¡Con el q... que armamos en Tokio, imaginen si llegamos a meter ahora otra bala! Serviría para seguir construyendo. Esa es mi idea, y la de todos. No es que ganamos una medalla y listo. Al contrario, eso nos genera el entusiasmo de creer que es posible. Y eso nos llena a todos de motivación y ganas de poder hacerlo de nuevo. Y acá estamos.
–En esto de tener “otra bala”, ¿París 2024 en tu planificación…?
–[interrumpe] París está muy lejos. Muy lejos... [piensa 10 segundos]. Si los Juegos Olímpicos hubiesen sido en 2020 no sé si llegaba a este Mundial. Pero la sensación de estar tan cerca… Es hermoso el cariño que recibimos de la gente a diario por la medalla obtenida. Cada vez que veo un video de aquello, lloro. Y mientras hablo ahora se me vuelve a poner la piel de gallina. Fue una emoción que no conocía. Y fue absoluta. Y parte de eso está tan cerca… Vi la zona cuando salió en enero. Y la verdad es que no sé si estoy listo para salir de todo esto. Las sensaciones son muy positivas. Me queda esta bala. Puede ser la última danza, no lo sé. Tengo un tatuaje que dice “Solo por hoy”. Y hoy decidí estar acá, y cuando dentro de un año sea “hoy”, o cuando termine el Mundial, veré. Todo depende. Hoy estoy acá, estoy convencido, enfocado en lo que quiero, y queremos, y es en lo único que me importa.
–¿Sentís que queda poco?
–Todo se termina. De hecho, en la decisión de no jugar la VNL yo pensaba: “¿Qué le sirve más a la selección? ¿Qué yo esté ocupando un lugar o que se generen nuevas situaciones con nuevos jugadores en una instancia tan importante?” Porque yo tuve la posibilidad, la suerte y me esforcé para jugar mi primer Mundial en 2010 a mis 19 años, de titular. Eso me ayudó muchísimo. Luciano jugó el Mundial anterior incluso, todavía con menos edad. Y eso genera la obligación de soltarse en la cancha. Creo que mi lugar, más allá de los puntos, la recepción o lo que sea, pasa por ayudar con la experiencia. Porque si bien nosotros hemos tenido algún referente, cuando se hizo el recambio fue total. Y quedamos, no a la deriva, pero sí en un momento en el que necesitás uno o dos referentes que te aconsejen. Intento tomar ese lugar, lejos de cualquier soberbia, para dejar algo más allá de un resultado puntual.
– ¿Cómo se gestó el equipo que terminó colgándose la medalla de bronce?
– Creo que una de las claves de Tokio fue que estuvimos tres meses encerrados en un hotel. Todos juntos, en las buenas y en las malas. Haber estado ahí ese tiempo, pateando las paredes, el hecho de no poder más y levantarse el ánimo mutuamente sacó el mejor momento posible como equipo. Porque la estábamos sufriendo todos, pero acompañados. El modo competencia es intenso. Te agota. Porque estás todo el tiempo pensando en el rival. Y si ganás, jugás con tal. Y si perdiste, mañana tenés que jugar de nuevo. Es una rueda tremenda, y haberlo podido vivir así nos dio una fuerza mayor. Porque nos hemos demostrado que aún en los malos momentos podemos salir adelante.
–¿Antes eso no sucedía?
–No. A lo mejor empezábamos muy bien, nos caíamos y nos quebraban. En Tokio esa fue la diferencia. Haber estado tanto tiempo juntos, bancándonos en las buenas y en las malas, cuando llegaban las malas ya estábamos curtidos. Por eso deseo, nos deseo y les deseo (el día que yo no esté), que eso se pueda mantener a lo largo del tiempo porque todos saben que Argentina no va a largar la presa. En Tokio sucedió eso en cada pelota. Tuvimos momentos malísimos. Sin ir más lejos estábamos 1-2 contra Brasil, el último campeón olímpico, y en el cuarto set los comimos. ¡Les sacamos 10 puntos de diferencia! Porque salimos con la mentalidad de decir “si lo vamos a perder, lo vamos a perder dejando todo”. Y así fue, y lo ganamos. Esas cosas son importantes de atesorar para todos.
–¿Cómo te afectó la suspensión de los Juegos en 2020?
– ¿La verdad? No me afectó en nada. Cuando empezó todo, allá por febrero o marzo, yo estaba jugando en Brasil. Se suspendió la liga. Mi pareja en ese momento estaba viviendo en un lugar increíble en la costa brasileña. Y pasé cinco meses ahí y no quería que termine ese momento. Vivir en la playa, descalzo todo el día, fue increíble. La vida me regaló el que probablemente fue el momento más feliz y despreocupado de mi vida, y lo atesoré y lo viví de esa manera. Todo lo que vino después es lo que te decía. Estuvimos 5 o 6 meses sin hacer absolutamente nada, y de repente pican las ganas de volver a entrenarse, sentirse fuerte de nuevo, atacar la pelota, gritar los puntos.. Creo que mi adicción al juego es esa adrenalina: gritar un punto. ¿Cuántas veces en la vida gritás con todas tus fuerzas? ¡Nunca! Entonces es ir y sacar todo lo de adentro y vivirlo de esa manera. Se pospuso, pero sirvió.
– Y además, sin público.
– De hecho, en la previa yo decía que podía ser un buen momento para dar un golpe fuerte sobre la mesa porque nadie está acostumbrado a jugar ante un estadio vacío. Hay muchísimas cosas que pasan con un estadio lleno. Un equipo se motiva y otro se puede caer. Y este caso era la nada, y todo dependía exclusivamente de nosotros. Creo que fue muy importante para tener el foco en una sola cosa. Tenemos que ser consecuentes con lo que sentimos más que con lo que pensamos. Y bueno, el haberse postergado fue perfecto. Ganamos. Fue ideal. (risas).
–¿Eso creés que te lo dio la experiencia o el fortalecimiento mental?
–Ambas cosas. Creo que todo es una parte muy importante de este cambio que se ha visto reflejado en mi vida, más allá de una cancha. De vivir las cosas intensamente y elegirlas conscientemente, en lugar de vivir en modo automático. Yo estoy eligiendo estar acá. No estoy acá porque tengo que estar. Elegí estar y me entreno todos los días sabiendo eso. Cuando era más chico a lo mejor pensaba “me quiero morir que tengo que ir a entrenar”. Y solo quería jugar, y ponía excusas físicas para no entrenarme, porque el dolor es una parte que nadie sabe del deporte, pero es constante y todos los días. Y hay que vencerlo a eso. Y fortalece. Y a la vez he tenido herramientas hermosas en los últimos años que me han dado la posibilidad de convencerme para ser más coherente con lo que soy, y soy eso: soy extrovertido en algún punto, soy intenso, soy pasional. Y a veces por miedo, como todos tenemos, tal vez me contenía o me preocupaba.
–¿Y con la autoexigencia?
–Lo mismo. Y en realidad yo estoy dando lo mejor que puedo, pero no puedo controlar todo lo que va a pasar. Yo puedo controlar lo mío: voy a jugar al máximo nivel posible, voy a saltar con toda la fuerza, le voy a pegar a la pelota lo mejor posible y voy a ayudar a mi compañero en todo lo que me sea posible. Se trata de eso: de dar lo mejor de nosotros. Muchas veces nos desenfocamos. Pero no me puedo frustrar por eso porque si hoy no me sale, mañana me puede salir. Y me tiene que salir. Lo único que nos obstruye es nuestra mente. Entonces hay que poder callarla y calmar las expectativas, la presión, lo que los demás esperan de uno, lo que yo espero de mí, las responsabilidades de entender que cada uno es una parte del todo, pero no es todo. Y justamente eso se vio en el juego: yo no tengo que hacer todos los puntos, pero yo antes me ponía esa presión. Y hoy mi presión está en poder dar lo mejor que pueda dar yo, que puede no ser necesariamente en ataque, como pasó en Tokio, y eso confirma la teoría. Porque absolutamente todo está acá (se señala la mente). Entonces, que nosotros creamos en lo que podamos hacer es buenísimo. Que con la medalla hayamos plantado la semilla de que es posible, cambia todo. Incluso cambia el juego completamente, porque estábamos acostumbrados a perder. A estar ahí, y que siempre nos faltara algo. Y yo no creo en la suerte o en las casualidades de la vida. Hay oportunidades, momentos, en los que uno tiene que estar preparado para encontrar eso. Porque si vos no estás preparado psicológica, emocional, corporalmente y como equipo, no vas a tener esa suerte y la pelota caerá de nuestro lado. Y eso me pone muy contento de haberlo aprendido, fundamentalmente de mí. Porque está esa frase tan trillada pero cierta, que dice que si vos no te amás no vas a poder amar a otros. Y parte del todo fue entender eso: quién soy yo, lo que yo tengo para dar, que no soy el número 7 de la selección argentina, sino que soy Facundo, con todas mis complejidades y emociones, y mis compañeros no son solamente jugadores sino que son personas y son un universo. Entenderme, no ser tan duro conmigo mismo. No ser tan duro con los demás, e intentar dar siempre lo mejor.
–¿Cómo viviste internamente Tokio 2020?
–En esos cinco meses de vida de playa en Brasil, apenas llegué me fracturé una costilla surfeando y eso me hizo frenar. No podia hacer nada. Entonces entré en una situacion de introspección muy copada, en donde iba a ver surfear a mi pareja durante dos horas sin hacer nada. Y, en una meditación me vi y me sentí gritando con todas mis fuerzas. Siento que por eso viví y sentí los Juegos de la manera en que los viví. Y no es que estaba ahí y pensaba en aquella meditación, lo relacioné una vez que todo terminó. Y la verdad que fue hermoso haberlos vivido así, haber gritado todos los puntos. Yo ya no tenía voz al final, me levantaba a la mañana, duro, me dolía todo, no sé si en otro momento me dolió tanto el cuerpo como en ese torneo. Pero, justamente en el momento más profundo llegó el mensaje que yo necesitaba para tomar ese coraje y no cortar a la persona que soy y sino que ser mil por mil yo mismo. Soy así, así vivo los entrenamientos, y soy extremadamente feliz de tener este regalo. Y sucedió cuando yo estaba preparado para tenerlo. Después, cada compañero tendrá su razón para decir por qué sucedió en ese momento para ellos. Pero todo nos enseña y soy un agradecido.
–Esa introspección, ¿venía de antes? ¿Cuándo comenzaste a practicar la meditación?
–Después de Río empecé a hacer contacto con la meditación. Estaba muy mal mentalmente, psicológicamente porque lo sentía inalcanzable. Me sentía impotente. Había jugado un torneo increíble y ¡¡perdimos!! Y me pregunté: “¿Qué sentido tiene lo que hago?”. El haberme ido a China en ese momento, fue alejarme de todo, quedar aislado, tener 12 horas de diferencia horaria, no poder hablar con nadie. El primer año fue durísimo y el segundo me dije “No, no. Yo voy a China porque quiero y por otras razones que elijo”. Porque necesitaba alejarme de todo ese ruido. Porque en el silencio es cuando más nos escuchamos. Fue acercarme a mí, y ahí empecé a ver cosas de mi vida que no me gustaban, otras que sí. Fue empezar a limpiar, a reorganizar. No sabía quién era. Me sentía como Superman siempre con el traje escondido debajo de su ropa y sentía que no podía sacarme esa ropa. No sabía lo que me emocionaba, lo único que me importaba era la cancha. ¡Pufff! ¡Es una presión enorme! Y, cuando no sucede lo de Río, se me vino todo abajo, estuvo muy cerca. Estaba poniendo toda la responsabilidad en el vóley. Y después de un tiempo fue que aprendí a que mi felicidad no va a depender solo de eso. Puedo estar más feliz cuando gano, sí, puedo estar un poco frustrado un tiempo cuando no gano, sí. Pero no depende de eso solo mi felicidad, de quién soy. Disfrutar del proceso, y eso fue un aprendizaje largo, fue doloroso, fue dolorosísimo, pero pude sensibilizarme conmigo y eso me pone muy feliz poder emocionarme de nuevo, siento que, ¡dejé de ser daltónico! Veo que la vida me sonríe más, que pongo el foco en eso. Nosotros manifestamos en el afuera lo que somos, y por eso entiendo ahora lo que sucedió en Río. Fue importante que haya pasado eso y en Tokio fue la recompensa.
–Y ahora, ¿Por qué elegís formar parte del equipo mundialista?
–Por todo esto es que decidí estar acá. Por que sentí la responsabilidad de intentar como de dejar eso a quienes quedan. De compartir, de ser todos juntos, porque desde la individualidad -yo crecí con eso- eso de “porque Conte tal cosa” hacía muchos puntos, es verdad, pero yo no soy nada sin el que me levanta, no soy nada sin De Cecco, sin Danani. Entonces en el exitismo entra mucho eso. Mi objetivo no es ser el mejor, que por ahí sí era cuando era chico, porque esa era la responsabilidad que yo sentía. Hoy está en dar lo mejor, y hoy en ese dar lo mejor, estoy más cerca de lo que quiero, punto. Así de fácil.
–Estabas jugando en la liga polaca. ¿Cómo te afectó la invasión de Rusia a Ucrania?
–Parte de volver a Argentina es no el miedo, sino el entender lo lejos que estaba de donde quería estar. Más allá del vóley y de lo que se supone que tenía que hacer y de lo que se espera de mí… “¿quiero jugar realmente en tal club? ¿Estoy haciendo realmente lo que tengo ganas de hacer?” Y eso fue rarísimo. Yo estaba con quien era mi pareja en ese momento, y ella junto al perro se fueron para Brasil, para estar más ligero para el día que pase algo poder huir. Porque yo dije: “El día que se escape una piedra para este lado yo me voy, no hay dinero, no hay torneo, no me interesa, yo estoy trabajando y no voy a poner en riesgo mi vida por el trabajo. Prefiero dejar de jugar”. Después la situación se fue calmando, había un límite, se establece el límite y nosotros estábamos muy cerca y todos estaban muy tranquilos. Yo no lo estaba. Me sentía muy lejos de casa. La verdad que estuve muy ansioso y nervioso, pero bueno logré tomar la decisión justamente el día que terminó la liga de volverme. Ya la tenía tomada, pero estaba esperando ese momento para hacerlo. Fue la decisión más egoísta y más fácil de mi vida. Y bien, ahora volvemos a Polonia, parece que no me puedo ir del todo. Habrá algo que terminar de cerrar ahí, ojalá sea con una medalla, hay que empezar a llamarla.
–¿Disfrutás de jugar al vóley?
–Es muy raro lo que pasa en este caso. Porque, a veces sentís una presión... Por ejemplo en Tokio, es difícil disfrutar cuando estás así mirando la pelota que te viene, un estadio mudo… Es difícil disfrutar en ese momento. Pero es el momento que viene después es el del disfrute. Por que muchas veces nos olvidamos que jugamos al voley, no voleyboleamos. Nos olvidamos del juego, de la picardía, de divertirnos, jugamos un juego. Una frase que decía mi mamá: “Liberá tu mente y tu cuerpo te va seguir”. Que es, básicamente, jugá y divertite, y hacelo igual que cuando arrancaste. Por eso el empezar a disfrutar. Hoy mi foco está en el disfrute. Hoy realmente espero la medalla, la deseo. Pero, quiero disfrutar y disfruto de jugar. Pero disfrutar a pleno, sin la presión del tener que ganar, pero con el disfrute y la motivación de querer hacerlo. Que creo que es fundamental porque en el momento en que vos te presionás, estás dejando que tu mente obstruya lo que tu cuerpo sabe hacer. Vos sabes recibir y atacar, y si vos corres la mente del medio, tu cuerpo sabe lo que tiene que hacer. Lo que hacés es anticiparte. No duermo antes de un partido, me pasan un millón de cosas por el cuerpo. Pero una vez que suena el primer pitido, ya está, soy un pez en el agua. Eso me pone muy feliz. Y lo bueno es que así funcionó, entonces me da la pauta de que yo por lo pronto voy a ser así. No intento convencer a nadie de nada. Pero a mi me funcionó y me permite lograr lo que yo quiero, que es vibrar lo más alto posible y poder compartirlo.
“Cuando tocamos fondo, entendemos qué tan hondo podemos ir y qué hacer para salir”
–¿Qué hubiera pasado si en Tokio, a pesar de todo el esfuerzo, el bronce se iba para Brasil?
–Probablemente no estaríamos hablando acá. De Rio 2016 yo me fui explotado de la cabeza. Por el trabajo que había hecho, y habíamos hecho, durante tanto tiempo y no conseguirlo fue una de las frustraciones más fuertes de mi vida. Porque salimos primeros de la zona, les ganamos a todos. Brasil sale cuarto de la suya, en donde enfrentó a equipos… de mierda. Y nos tocó enfrentarlos. Y ellos venían cagados. Y nos quebraron. Y fue tremendo. Y en Tokio perdimos el primer partido contra ellos después de tenerlo casi ganado, y fue como el fantasma que volvía. Eso fue un aprendizaje para todos. Aprendemos y avanzamos. Eso me pone muy contento. Pero hablar de las veces que perdimos la medalla en universos paralelos no me interesa porque en este, lo ganamos. Y eso me pone feliz.
–¿Tokio 2020 fue tu mejor torneo?
–Como equipo sí. Sin dudas. Creo que en lo personal cambió lo que considero que es mi mejor versión. En Tokio fui el mejor receptor de los Juegos Olímpicos. Para mí eso es un orgullo tremendo, porque es algo en lo que trabajé mucho porque no sabía hacerlo bien. Y me emociona y me encanta poder hacerlo bien. Encontré la motivación y la alegría de recibir bien, porque eso hace que todo el equipo juegue mejor. Yo siempre fui el que hacía los puntos. “Dámela a mí, yo lo hago. Dámela a mí, yo lo hago”. Y de repente empecé a entender que puedo hacer algo antes de eso, para que se distribuya la presión y las responsabilidades. Sobre todo, porque tenemos a Luciano [De Cecco], que es definitivamente el mejor armador del mundo. Y si nosotros le ponemos la pelota en la cabeza, jugamos a un vóley que ninguna otra selección juega. Entonces, entender eso fue la clave de todo. Y en ataque no fue uno de mis mejores torneos. Mirando los números estuve un 15 o 20 por ciento por debajo de lo que puedo estar. Pero ganamos la medalla. Y eso también es una lección. Ponerse realmente al servicio del equipo. Porque hubo torneos en el que jugué en un nivel increíble. En el 2010 fui justamente el segundo máximo anotador del torneo con 19 años. Y perdimos. Salimos octavos. Y con el tiempo entendés que no sirve de nada ser el goleador si no le aporta al equipo. En mi casa yo aprendí que ganar no es lo más importante: es lo único que importa. Entonces, me cuesta tomarme las cosas a la ligera. Pero sí entendí que podía ayudar al equipo de otra manera. Y a todos nos salió bien. Entonces, no fue el mejor torneo, pero sí fue el mejor torneo por razones muy diferentes. Por eso estoy muy feliz de haber evolucionado en relación al jugador que era. Porque me di cuenta que tenía más para dar. Hoy estoy dando más de lo que daba a nivel deportivo y humano. Eso me pone muy contento. Aparte de gritar todos los puntos como un loco, y no dejar que ningún compañero baje la atención. Esa fue una de las claves: emocionalmente estuvimos a tope todo el tiempo.
–Si uno trabaja al ciento por ciento y dejas todo, todo, y no se da. ¿Qué está mal?
–Nada está mal. Bueno, sí, yo crecí en un lugar donde lo único que importaba era ganar, y en un país y en un mundo resultadistas. Pero si yo lo dejé todo y más, y no tengo nada más para dar y no gané, listo. Mi objetivo es ganar, pero si dejé todo… No siempre tenemos lo que deseamos, tenemos lo que necesitamos. Perder en Río fue el golpe más duro de mi vida deportiva y eso me hizo tomar un camino totalmente diferente. Después de Río fue que me empezó a suceder todo lo que me sucedió. Es cuando tocamos fondo que entendemos qué tan hondo podemos ir, quiénes somos y qué hacer para salir de ahí. Y es justamente en esa resiliencia personal que yo me fortalecí como persona, como jugador. Pero, principalmente como persona. El juego es una competencia, es un show, tenemos la estampilla de jugador de vóley, pero somos mucho más que eso. Haberlo logrado, de esta manera, me pone feliz y que la recompensa haya sido el sueño de toda mi vida, más feliz me pone. Porque me demuestra que todo lo que aprendí, conocí, creí, todo lo que me ayudó me sirvió para lograrlo. Entonces, soy un agradecido de la abundancia que me toca vivir.
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