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Vivencias de la mejor carrera
NUEVA YORK.– Hace pocos días se corrió la maratón de esta ciudad –desde mi punto de vista, una de las mejores carreras del mundo–, que contó con el increíble marco de más de 40.000 corredores, que llegaron aquí con historias diferentes, pero con el mismo sueño: ser parte de esta fiesta que es un verdadero hito en las carreras y que genera en cada uno de los corredores un cúmulo de emociones que superan la persona y se apropian de la carrera. Es que es muy difícil no experimentar lo que pueden generar no sólo los competidores, sino los más de 2.000.000 de espectadores que acompañaron a los corredores desde el costado del camino.
Por eso, desde muy temprano, en Staten Island se ve a la gente que va a esperar pacientemente la largada, algunos con bolsas de dormir, otros con mantas o frazadas. Ahí, al lado del Verrazano Bridge, es donde comienza la historia de los cinco puentes que hay que atravesar, tal vez el mejor condimento que le pone ese cariz tan interesante a esta carrera.
Los tres niveles para largar con sus tres rutas se unen en la avenida Lafayette para recorrer Brooklyn, con ese impactante ritmo de sus calles. Luego vendrá el Polanky, donde esperan las bandas callejeras y los grupos de gaiteros, y el Queensboro, que es el objetivo a pasar, porque ahí es donde se encarna la mística de los puentes y de la llamada Pared.
Tras superarla (que se puede, sin duda) viene la primera avenida cuesta arriba que es un lugar ideal para encontrarse con familiares y amigos, y si uno se siente fuerte lo que queda es un paseo largo, pero paseo al fin. El Bronx y el Harlem forman parte de este tour y quedan sólo dos puentes chicos que no son motivo de preocupación. Enseguida aparecen la Quinta Avenida y el Central Park.
Ya dentro del parque la gente grita los nombres, ofrece naranjas, caramelos o vaselina. Todos quieren ayudar y empujar con el aliento. ¡Y vaya si empujan! Luego queda la recta del Plaza Hotel hasta la estatua de Colón que marca un camino inolvidable: sólo faltan dos kilómetros para el punto tan esperado. Es difícil dejar de disfrutar ese gran momento, esos metros finales hasta la meta que luego de cruzarla produce una sonrisa que parece no terminar más.
Este año, en caballeros la victoria fue para el kenyata Martin Lei, con 2h9m4s; en damas, por segunda vez consecutiva se impuso la inglesa Paula Radcliffe, con 2h23m9s. Un dato curioso y para pensar: en segundo lugar en damas llegó Gete Wami, con 2h23m32s, que 35 días antes había ganado la maratón de Berlín, con lo cual rompió todas las teorías que dicen cuántas y con qué frecuencia se deben correr maratones.
Siete horas después de la largada seguían llegando ganadores. Porque en una carrera como ésta, terminarla es para algunos recibirse de maratonista; para otros es empezar a escribir una historia donde se suman estos triunfos. Porque hay que recordar que los títulos nobiliarios se heredan o compran, pero el de maratonista se gana.
El autor es profesor de educación física, personal trainer y miembro de los Nike Running Teams
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