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Santiago Lange: cómo cambió su vida después del oro olímpico y por qué competirá a los 58 años
Era el final perfecto para su carrera y su vida. En sus sextos Juegos Olímpicos, a los 54 años, Santiago Lange se quitaba un estigma personal y ganaba por primera vez la medalla dorada después de un par de bronces (Atenas 2004 y Pekín 2008) con Camau Espínola en Clase Tornado que no le llenaban el alma a un súper competidor y perfeccionista. Pero no se trataba sólo de eso. Casi un año antes de Río 2016, en el día de su cumpleaños (22 de septiembre), entraba en un quirófano para operarse de un cáncer de pulmón. Nada lo frenó en su objetivo junto con Cecilia Carranza , su compañera de la embarcación de la Clase Nacra 17. Y tuvo vivencias únicas, como la de compartir los Juegos con sus hijos Yago y Klaus, entrar con ellos en el mítico Maracaná para la ceremonia de apertura y festejar su medalla en las aguas de la bahía de Guanabara, en la Marina da Gloria. ¿Qué más le hacía falta a un emblema del yachting argentino, respetadísimo en el nivel internacional, participante en la legendaria Americas Cup y cuádruple campeón mundial? Ver izarse la bandera argentina con la mano en el pecho y el oro colgado a su cuello no fue el final, sino el principio de un nuevo sueño. Como nos dijo aquella tarde ventosa: "¿Tokio 2020 a los 58 años? Mientras el cuerpo acompañe, ahí estaré".
Lange nunca se bajó de su bote. Al menos mentalmente. Pasó dos veces más por el quirófano, en octubre de 2017 (varicocele) y octubre de 2018 (por una hernia). "Increíble: en octubre, mi único mes de descanso prefijado. Parece a propósito", confiesa con una sonrisa en un encuentro otoñal, cerca del Náutico San Isidro, donde construye una nueva ilusión con Cecilia y todo el equipo.
–¿Había necesidad de seguir? ¿Por qué, si ya tenías el final perfecto de tu historia?
–Por las mismas razones por las que fui a Río. Ahí yo estaba retirado del olimpismo y cuando vino Ceci Carranza para pedirme un consejo de su carrera olímpica, le dije: "¿Y por qué no navegás conmigo?". Yo ya estaba grande. Todos me decían que estaba loco: entrenadores, amigos. Y hoy pasa lo mismo. Lo lógico era retirarse, pero disfruto de lo que hago. Me gusta el desafío, me gusta navegar. Tenemos momentos dificiles, de cansancio, de cosas que hay que mejorar. Pero sigo disfrutando del desafío de llegar bien preparados a unos Juegos Olímpicos. Hasta que el cuerpo pueda y mi mente siga disfrutando del camino, lo voy a seguir haciendo. Me siento pleno luego de un tratamiento de medicina china que hice con Clara Smigelow. Antes me engripaba de nada, me hacían mal hasta los vuelos. Desde el año pasado ya tomé un montón de aviones y no me enfermé nunca.
–¿Qué cambió en tu vida después del oro de Río?
–Lo más lindo que cambió es el afecto de la gente. No sólo en el país, sino también afuera. Recibo un cariño muy sencillo, con mucho respeto y poco cholulaje. Y quizá ni siquiera sea por la medalla. Lo digo con humildad: siento que mi ejemplo sirvió para que mucha gente que la está pasando mal, tomara fuerzas para seguir luchando. Me lo transmiten y es algo invalorable.
–¿Cómo se coteja, humana y deportivamente, el hecho de ser un inspirador?
–Recuerdo que en la mitad de mi carrera me cuestionaba: "¿A quién le importa que un barquito ande más rápido alrededor de dos boyas? ¿Qué estoy haciendo de mi vida?". Siempre tuve profunda admiración por los médicos y profesores de escuela que tienen una vocación y están haciendo algo súper importante para otras personas, para la sociedad. Mi historia fue como un granito de arena para mucha gente que se encuentra en problemas y me llega todo lo que pasa.
–Pasaron casi tres años de aquel día inolvidable. ¿Volviste a la Marina da Gloria, en Río?
–¿Sabés que no? Y tengo un montón de añoranzas del lugar. Quiero volver a ver a los marineros del club, amigos de ahí que son parte de la historia. Me moriría de ganas de volver.
–¿Y se te vienen imágenes de ese logro? ¿Las soñás?
–No. En las charlas que doy en las empresas sí hablamos de Río, de la preparación, de cómo formar equipos. Y ahí uno revive todo: aparecen videos, fotos. Pero soy de los que miran para adelante 100%. De hecho, este año, de las charlas que di, la mitad fue sobre Tokio 2020. Lo de Río fue inolvidable, pero no me motiva tanto hablar de eso, sino de lo que vendrá. Me apasiona pensar qué es lo que tenemos que hacer hoy para llegar a Tokio bien preparados.
–Para Río se prepararon con mucha antelación para ambientarse, conocer el lugar. Fueron casi 8 meses de vivir ahí, sobre la pista de competencia. ¿Para Tokio la planificación será similar?
–Cuando nos clasificamos el año pasado al quedar terceros en el Campeonato del Mundo, lo primero que hicimos fue ir a Tokio. Estuvimos 25 días y este año calculamos unos 75. El mayor problema es que las ventanas para conseguir las mismas condiciones meteorológicas que habrá en la fecha olímpica son más chicas. Nosotros vamos antes para conocer los vientos y el mar y poner a punto el barco. Pero en Hiroshima, que es donde vamos a correr, en invierno (diciembre-enero) hace demasiado frío. En junio hay monzones, y los vientos y las condiciones son diferentes a las que vamos a tener durante los Juegos. Por eso, por el análisis que hicimos, nuestra ventana clave será en mayo de 2020, para llegar lo mejor posible al 25 de julio, día del debut.
–Tener poco tiempo no los favorece, se supone.
–Como equipo eso es un gran desafío. Somos muy buenos una vez que nos aclimatamos a un lugar y tenemos mucho tiempo para saber elegir el material correcto para el barco, y quizá somos un poquito peores que algunos rivales cuando llegamos a un torneo y podemos entrenarnos sólo tres días antes. Es algo que tenemos que cambiar. Hay que achicar esa brecha. Si fuese por mi, me iría mañana mismo a vivir a Tokio, me encantaría vivir Japón desde dentro. Pero no funcionaría el método, porque perderíamos muchas horas de navegación.
–¿Cómo vienen los rivales respecto a Río?
–A ver... Primero, el barco volvió a cambiar. Antes era un semivolador y ahora es ciento por ciento volador. El año pasado nuestro objetivo fue saber si nos íbamos a adaptar. Yo ya estoy viejo y los barcos los hacen para gente más joven. Son más dinámicos, más activos, más rápidos. Por suerte, nos adaptamos: fuimos terceros en el Mundial y hasta podríamos haberlo ganado. Hoy debemos estar entre los cinco mejores del mundo. Similar a lo que pasó previamente a Río. Pero como equipo somos mucho más sólidos. Sí hay rivales con más experiencia, que estarán mejor armados respecto a 2016, pero confío en que llegaremos con chances. Después, dependerá de todo lo que hagamos hoy, de cómo ajustamos detalles para ser creativos.
–¿Las tácticas son las mismas?
–Por mi edad, el gran desafío de Tokio es cambiar cosas que estamos acostumbrados a hacer y que no podemos volver a hacer. Siempre me gustó llegar desde atrás, la presión de ir a buscar. Pero siento que mi energía es otra y visualizo que llegar de arremetida esta vez puede ser difícil.
–¿Y el hambre de ganar está?
–[Piensa] Me pasa en las charlas. Les digo a los oyentes: "Si yo no hubiera tenido cáncer, no sé si habriámos ganado el oro". Fue como que nos pusieron un Everest adelante y fuimos a conquistarlo. Lo logramos y eso nos dio una confianza enorme a la hora de ir a correr las regatas. Ahora necesitamos volver a generar esa hambre para ganar una medalla.
–No hay conformidad con el oro logrado, entonces.
–¡Nunca! Cada año que pasa siento que quiero volver a ganar el oro. No vamos a pasear a Tokio: vamos a competir fuerte. Si no, no estaríamos haciendo el esfuerzo que estamos haciendo ahora. Me sorprendo a mí mismo. Venimos de una semana dura. Quiero más, entrenarme más fuerte. A veces tengo tanta hambre que genero problemas dentro del equipo a 500 días de los Juegos. Disfruto de navegar bien. Si hay una nota desafinada me hace mal. Estoy demasiado exigente y eso a veces nos juega en contra.
–Hacés mucho hincapié en la edad. ¿Cómo trabajás el tema? ¿Tomás más recaudos?
–Al revés: me cuesta regular el físico. Me paso de rosca y me caigo al precipicio. Es una de las grandes cosas que tengo que cambiar de acá a Tokio: cómo manejar otra preparación cuando ya estoy acostumbrado a hacer algo que me dio buenos resultados durante tantos años.
–¿Tus hijos también van a competir?
–Todavía no están clasificados. Están escribiendo su propia historia. Ellos también se están poniendo grandes. Yago y Klaus están transitando el desafío de darse cuenta de que pueden ganar. Dieron un salto de calidad. Vienen en ascenso. Serán unos Juegos distintos para ellos. Ya pasó la experimentación de Río.
–¿Y al deporte argentino cómo lo ves?
–Hay dos temas. Uno es el deporte de alto rendimiento, y otro el deporte en sí. En el alto rendimiento, está claro que el Enard ha sido una herramienta importante y tenemos que seguir mejorándola. En el deporte en sí, creo que la Argentina tiene un privilegio: los clubes. En ningún país del mundo se ve la estructura de clubes que hay acá. Eso es nuestra alma máter: la familia que va al club con sus hijos y lo que implica en el nivel social.
Veo el futuro del deporte a través de los clubes. Si bien la están pasando mal, siguen existiendo esos clubes de barrio que les dan vida a los pueblos e inmortalidad al deporte. Eso sí, debe haber una política de ayudar el club, económicamente y en conocimientos, para reinstaurarlos y transmitir a la sociedad los verdaderos valores.
–La mudanza del Cenard es un tema candente y caliente para los deportistas argentinos. ¿Qué pensás al respecto?
–No me gusta opinar sin fundamentos. Tendría que leer bien a fondo la ley, casi jurídicamente, para hablar con solidez. Ahora bien, fuera de eso, digo que no me gusta que se venda el Cenard. Siento que es emblemático, un lugar bien ubicado para los atletas. Intuitivamente, no me deja cómodo que se vaya el Cenard del lugar dónde está.
–Proyectate a julio 2020, en Tokio. Está por empezar la competencia. ¿Qué le decís a Ceci?
–Calculo que nada. Estoy convencido de que todo va a pasar por lo que hagamos antes. Hoy sí le digo muchas cosas al equipo, nos peleamos con pasión, dejamos todo en cada entrenamiento y me enojo si no nos entrenamos bien. Ahora es cuando nos estamos jugando la medalla. Una vez que lleguemos a Tokio, lo único que tenemos que hacer es ejecutar lo que hayamos ensayado, con la tranquilidad de que lo habremos hecho bien.
–París 2024 ya no, ¿verdad? Vas a tener 62...
–[Silencio y risas] Je, no sé. No le cierro las puertas.
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