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Mirada olímpica: habíamos tocado el cielo con las manos, pero rumbo a Tokio teníamos el desafío de empezar de cero
El camino arrancó no bien conseguimos el oro en Río de Janeiro 2016; todo este año de entrenamiento sirvió para conocer mejor el nuevo modelo de barco de nuestra clase, la Nacra 17, tan rápido y agresivo que por momentos vuela sin estar en contacto con el agua
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RAGUSA, Sicilia.– El sueño de Tokio se puso en marcha mientras conversaba en el club Náutico San Isidro con Daniel Espina, profesor de yoga y entrenador clave del equipo. La tranquilidad de la tarde, que caía sobre el río, contrastaba con la actividad frenética de los últimos días. Era finales de agosto de 2016 y unas dos semanas antes, tras una regata agónica que jamás olvidaré, nos habían entregado a Cecilia Carranza y a mí la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río durante una conmovedora ceremonia en la playa. Allí se desató el vértigo. En esos días, ya de vuelta en Buenos Aires, un remís me esperaba a las 8 de la mañana en la puerta de mi casa para recorrer, uno tras otro, distintos diarios, radios y canales de TV hasta la noche. En medio de esa vorágine de entrevistas y celebraciones, durante ese remanso inesperado que se abrió junto a Dani en el club, solté en forma de pregunta lo que en mi interior ya era una secreta convicción.
–¿Qué hago, Dani? ¿Sigo o paramos acá?
Dani dio media vuelta y me lanzó una mirada desorbitada.
–¿Estás loco? ¿Querés volver a pasar por todo lo que pasaste para llegar adonde llegaste?
–Estoy para seguir. De eso estoy convencido. Pero yo voy si vos venís.
Durante unos diez minutos, Dani agotó su repertorio de razones para hacerme desistir. Al final, se rindió.
–Está bien. Si vos vas, yo sigo.
Después de un silencio, dijo:
–Con Ceci.
–Claro.
-¿Y ella quiere?
–No lo sé.
En ese momento, Río quedó atrás y mi mente se instaló en Tokio. Tanto Dani como yo sabíamos lo que eso significaba. Había que volver a empezar. De cero. Todo lo hecho hasta allí de pronto era pasado. Incluso la alegría infinita que sentí en ese podio donde, cuando empezó a sonar el himno, no pude contener las lágrimas. Tokio imponía de alguna manera dejar de sentirnos campeones olímpicos, descolgarnos la medalla del cuello, aun cuando todavía estábamos disfrutando de las repercusiones de esa conquista que yo había perseguido durante tanto tiempo. Para llegar hasta Tokio había que volver a clasificar a la Argentina y hacer una campaña que nos permitiera representar de nuevo al país, y eso exigía humildad y mucho sacrificio sostenido en el tiempo.
Habíamos tocado el cielo con las manos, pero pronto habría que bajar a tierra para enfrentar incluso aquellas debilidades que teníamos como equipo y que la efervescencia del éxito había relegado. Como un matrimonio: si se quiere seguir, hay que afrontar aquello que no funciona para superarlo.
Por raro que suene, esto para mí era volver a vivir. Había por delante un nuevo reto, lo que supone una serie de obstáculos con los cuales medirse en el camino hacia la meta. Esos obstáculos son precisamente mi motivación. Un poco en broma y un poco en serio, a veces digo que si no aparecen me los invento.
El equipo, como esperaba, se sumó. Eso para mí era fundamental. Venimos desarrollando un método de entrenamiento que inauguramos en los años 90 y que exige una gran determinación, una entrega absoluta y una planificación minuciosa. Siempre hay que actualizar o retocar cosas que se pueden hacer mejor e innovar si es necesario. Trabajamos mucho y la pasamos bien.
La clasificación para los Juegos llegó en agosto de 2018, en el Mundial de Aarhus, Dinamarca. Perdimos el primer puesto en la última regata, pero quedamos terceros y con la felicidad de haber obtenido el pase a Tokio. Salvado ese escollo, al tiempo apareció otro que afectó a la humanidad entera: la pandemia. La suspensión de los Juegos, que debieron celebrarse el año pasado, nos obligó a cambiar de estrategia. Suspendidas las competencias, aprovechamos la alianza que teníamos con dos de los equipos más fuertes, el inglés y el austríaco. En la vela es práctica usual entrenarte con tus competidores. Te obliga a dar lo mejor. Luego se sumó el equipo italiano. Estamos navegando juntos a diario desde junio de 2020 en el Mediterráneo, principalmente con base en la isla de Cerdeña y en Trapani y Ragusa, Sicilia.
Todo este año de entrenamiento sirvió para conocer mejor el nuevo modelo de barco de nuestra clase, la Nacra 17, tan rápido y agresivo que por momentos vuela sin estar en contacto con el agua. Con Cecilia, todavía estamos en proceso de conquistarlo por completo.
Hoy, cuando faltan solo dos meses para los Juegos, me acuerdo de la primera reacción de Dani aquella tarde en el Náutico. Tres años antes, también me decían que estaba loco cuando, ya retirado del olimpismo, le propuse navegar juntos a una joven deportista que había llegado hasta mi puerta en busca del consejo de un veterano. Esa joven era Cecilia Carranza y esa idea repentina inició el largo camino hacia la medalla de oro de Río. No sé qué deparará este nuevo rapto de pasión. Estamos dándolo todo y más en este camino a Tokio, como hicimos en Río, pero ignoro cómo se darán las cosas. Lo importante es que estamos navegando hacia un nuevo desafío y aún nos quedan cosas por mejorar.
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