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La columna de Santiago Lange. Entre lo que dice la lógica y lo que siente el corazón luego de Tokio 2020
Me siento a escribir esta columna cuando Tokio todavía está demasiado cerca. Llegué a Buenos Aires hace nueve días y acabo de completar el período de cuarentena que deben cumplir quienes llegan del exterior. En estos días de soledad que pasé en casa me dejé invadir por las emociones que vivimos con Cecilia Carranza y nuestro equipo en los Juegos Olímpicos. Y pensé mucho. Pero todavía es muy pronto para conclusiones definitivas. Por eso, escribo como pensando en voz alta.
Hay una verdad irrefutable: no cumplimos con nuestro sueño y eso duele. Estoy tranquilo, de todos modos, porque dejamos todo y vivimos un proyecto desafiante, muy enriquecedor, que empezó mucho antes de Tokio y en el que ganamos muchas batallas. Entre ellas, haber obtenido una final olímpica, la Medal. Aun así, por momentos tengo un sabor amargo en la boca, un sentimiento que vuelve en forma recurrente y que dejo aflorar. No es exactamente tristeza, sino algo así como nostalgia por la oportunidad perdida. Tokio pasó y estamos sin una medalla.
En el último torneo amistoso antes de los Juegos con nuestros compañeros de entrenamiento quedamos empatados en puntos con los equipos más fuertes, el italiano y el inglés, que luego resultaron medallas de oro y de plata. Por eso llegamos a Tokio con la convicción de que estábamos entre los mejores. ¿Qué pasó, entonces? Sin duda, el hecho de que no estuviera permitido llegar antes para probar y elegir con más tiempo el barco, las velas, los mástiles, los timones y las orzas, como habíamos hecho en los Juegos de Río y es parte de nuestra metodología, nos restó posibilidades. Una de nuestras fortalezas, la de lograr un barco lo más veloz posible, ajustado al más mínimo detalle, quedó comprometida. Habíamos hecho lo posible para completar ese proceso en Sicilia, hasta el 15 de julio, pero en los primeros entrenamientos en la Bahía de Enoshima advertimos que el barco no navegaba como lo hacía en Italia. En Tokio nunca nos sentimos veloces. Aún no sé bien por qué. Como es natural, los rivales más jóvenes se adaptaron más rápido.
Si no estábamos para el oro o la plata, ¿por qué se nos fue el bronce? La primera razón es simple: los rivales fueron mejores. Pero esa respuesta no alcanza y los pensamientos dan vueltas en mi cabeza. Competimos para aprender, para hallar las causas de un determinado resultado, y esa búsqueda es fascinante. En este análisis profundo, exhaustivo y crítico uno encuentra las enseñanzas. Posiblemente no deberíamos ponernos muy eufóricos cuando ganamos ni muy tristes cuando perdemos. Pero es así, son las emociones de los que viven la competencia, y las dos, tanto la del triunfo como la de la derrota, nos hacen sentir vivos. Bienvenidas ambas.
Creo que nuestra performance en los Juegos se puede dividir en tres partes. Los primeros dos días con viento fuimos los mejores en ceñida (es decir, navegando contra el viento), pero la falta de solidez cuando soplaba en popa nos impidió terminar bien arriba en la tabla tras las seis primeras regatas. La segunda parte estuvo marcada por una lesión de Ceci, que limitó sus movimientos. Eso afectó nuestra velocidad y se reflejó en los resultados. Por último, la Medal Race, a la que acceden los diez mejores clasificados. Antes de la regata tuve sentimientos parecidos a los de estos días: alegría por el logro de estar en una final olímpica junto con la decepción de no poder luchar por una medalla, ya que por nuestra posición en la tabla no podíamos aspirar a ellas.
Ganar la Medal fue muy lindo. Una alegría grande, pero teñida por la desazón de no haber alcanzado el sueño por el que luchamos durante tanto tiempo. Ese día teníamos una misión, y era darle a nuestro proyecto, a nuestro recorrido con Ceci, el final que se merecía. Ganarla fue una gran regalo para nosotros, para nuestra historia y para todo nuestro equipo. Pero tenía y tengo sentimientos encontrados, porque una cosa es lo que te dice la lógica y otra lo que siente el corazón.
Más allá de todo esto, y de que pusimos todo, trabajo, determinación, entrega, deseo, otro pensamiento que me viene a la cabeza es que quizá nuestra dupla ya no tenía esa chispa especial propia de los equipos ganadores.
Los de Japón fueron unos Juegos Olímpicos especiales, diferentes, sin público, con los deportistas y atletas en la burbuja y con barbijos. Pero el solo hecho de haberse celebrado los hace excepcionales. Gracias a Japón y al Comité Olímpico Internacional. Gracias por haber superado tantas cosas y por haber llevado a cabo estos Juegos con un nuevo lema imprescindible: “Más fuertes juntos”. Y gracias a todos los que nos ayudaron a llegar allí, desde los sponsors hasta el Comité Olímpico Argentino y el Enard, pasando por una multitud de personas e instituciones.
Pensar y escribir esta columna fue un ejercicio que me sirvió mucho. No quería transmitir la tristeza que sentía. No sería justo con lo que viví. Termino estas líneas con un sentimiento de gratitud inmensa. Somos unos privilegiados por poder soñar, por desear y por intentar llegar alto en lo que amamos. Disfruté a lo largo de todo el proyecto. Con Ceci fuimos abanderados de la delegación, compartí los Juegos con mi hijo Klaus (que entrenó al equipo portugués de la clase 49er), ganamos la Medal. Viví los últimos cuatro años haciendo lo que me gusta. ¡Cómo no voy a estar contento! Nos quedamos con todo lo hecho, y volvería a hacerlo de vuelta con la misma pasión y la misma entrega. Estoy muy orgulloso de todo el equipo. Lo importante es el camino y el nuestro ha sido maravilloso. Se nos escapó el resultado, pero nadie nos quita la felicidad de competir y las emociones que despierta, tanto en el triunfo como cuando no se llega al podio.
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