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Usan los códigos para agredirse
Amistad, compañerismo, respeto, unidad, sacrificio. El ambiente del rugby habla con orgullo de sus valores, de sus códigos. Pero por estos días una de esas palabras, códigos, fue utilizada para señalar con severidad a aquellos que al parecer irrespetaron esas normas no escritas. Que, por supuesto, no son exclusividad del rugby, sino comportamientos de la vida misma.
El razonamiento de Santiago Phelan para renunciar es lógico. Es el máximo responsable de un seleccionado profesional y no pudo generar el clima de confianza para que los problemas no se ventilen. Tuvo buenas intenciones, nadie lo duda; sus métodos no funcionaron.
El rugby se empecina en encontrar culpables y no soluciones. Mientras muchos eligen apuntar a los que "rompen los códigos", nadie parece hacer mucho para reconocer el problema real, el de fondo
En el momento de renunciar, moderó sus explicaciones. Y aunque nadie lo obligó, eligió validar la interna, avalar las publicaciones de la prensa. Se fue por lo que ellos hicieron. Señaló a los jugadores y a su propio staff y, tal vez sin quererlo, arrastró con él a Turnes, Gaitán y Reggiardo. ¿Había alternativas? Las hay y sin necesidad de mentir. No sería la primera vez: "Me voy por motivos personales". Algunos creen que la confirmación es valiosa. Otros consideran que, paradójicamente, alimentará las internas.
Hubo otro caso. En el Top 14 de la URBA . Lo advirtió Felipe Contepomi tras su regreso después de 13 años para jugar con Newman. Contó lo que vivió en el partido ante Belgrano: "Me pegaron, me escupieron, me pisaron y me insultaron. Escuché debates sobre amateurismo y profesionalismo. Jugué como profesional en Inglaterra, Irlanda y Francia y nunca me pasó algo así". Felipe volvió a una URBA en la que los jugadores aún son amateurs , pero no así muchos de los staffs que componen manager, entrenadores, asistentes y preparadores físicos.
En otros tiempos, cuando eran pocos los rugbiers que dejaban la Argentina para jugar en el exterior por dinero, al regresar eran tratados de manera "especial". Similar a lo que le ocurrió a Contepomi, o parecido a lo que viven los jugadores que cambian de club y, con el tiempo, se enfrentan con sus ex compañeros. Por suerte, estas prácticas son menos utilizadas y por minorías.
Una consecuencia directa de lo que le ocurrió a Felipe fue la reacción de su hermano y entrenador de Newman, Manuel, que actuó impulsiva y humanamente en defensa de su mellizo. Enojado por la situación, dijo que los jugadores de Belgrano "quebraron los códigos", e inmediatamente después, al cruzarse con un árbitro que ni siquiera había dirigido el partido, lo encaró a los gritos. Entre otras cosas dijo que los jueces eran un "desastre". Un código bastante importante en el rugby es el respeto al árbitro.
Hace un año, cuando Patricio Albacete cuestionó a la UAR pidiendo mejoras para la selección y los becados, lo acusaron de romper códigos. Una semana después, desde la UAR se filtraron las cifras del dinero que cobraban los Pumas, intentando mostrar que el reclamo no era justo. Todo fue publicado. La venganza no está en ninguna de las interpretaciones de los códigos.
El rugby argentino está viviendo cambios importantes, con muchas divisiones, especialmente entre los dirigentes. Lo peor que se puede hacer es considerar que hay bandos buenos y malos. Porque en cada grupo hay gente dispuesta a pontificar acerca de lo que es éticamente reprochable y lo que no.
La pureza de este deporte supo estar vinculada con el amateurismo, que décadas atrás era el más importante de los códigos. Hoy mucha gente vive del rugby, porque ése es el camino que su dirigencia votó y aprobó, aunque muchos siguen renegando de esta actualidad. El rugby se empecina en encontrar culpables y no soluciones. Mientras muchos eligen apuntar a los que "rompen los códigos", nadie parece hacer mucho para reconocer el problema real, el de fondo.
Los dirigentes, el staff y el plantel de los Pumas pueden iniciar una caza de brujas por la renuncia de Phelan. O pueden mirarse a sí mismos. Analizar sin rencores, observar qué se hizo mal. No para castigar, para corregir. Aprender. Los valores y los códigos los defienden todos, pero lo que dejan a la vista no se parece ni un poco a lo que pregonan.
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