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Campeón del US Open: tras una batalla épica, Nadal logró su 19º Grand Slam y golpea las puertas de la eternidad
El gladiador contra el bailarín. El obrero ante el violinista. La fiera de colmillos afilados frente a la gacela. El músculo versus la elegancia. La mente caliente ante la frialdad. El esfuerzo físico contra los deslizamientos en puntas de pie. Rafael Nadal construyó su imponente carrera profesional escuchando las aparentes diferencias con Roger Federer. Muchas de esas aseveraciones se acercaban bastante a la realidad, claro, pero no con el significado que algunos, con malicia, le querían dar. La historia no miente. Más allá de los gustos, hay algo irrefutable: el español es una leyenda indiscutible. En ese contexto, había algo que todavía lo distanciaba a kilómetros del suizo: la cantidad de trofeos de Grand Slam. A lo largo del camino, ni el más optimista de los fanáticos del mallorquín sospechaba que el récord de Federer era alcanzable. Sin embargo, en Nueva York y a los 33 años, Nadal golpeó las puertas del cielo. Campeón del US Open al vencer a un imponente Daniil Medvedev (ruso, de 23 años, 5º cabeza de serie) por 7-5, 6-3, 5-7, 4-6 y 6-4, en una batalla épica de 4h49m, obtuvo su 19º major y quedó a solo un grito grande de igualar al gran Roger.
Michael Douglas, Catherine Zeta-Jones, Uma Thurman, Ralph Lauren, Jennifer Connelly, Paul Bettany, Manu Ginóbili, entre otros famosos, ilustraron los palcos del Arthur Ashe, el estadio de tenis más grande del mundo –para 23.771 espectadores–. Pero el show lo empezó ofreciendo el zurdo de Manacor. Y lo hizo desde el mismísimo comienzo del partido: cuando apenas se jugaba el segundo punto, ganó el tanto de manera mágica, revoleando la raqueta para que la pelota viajara de afuera hacia adentro de la cancha (pasando por el costado de la red) hasta picar en lo más profundo, enloqueciendo al público. De todos modos, Medvedev, que arribó a la final en Flushing Meadows como el tenista con más victorias en el año (50), se aferró a ese impulso anímico y confió en su estrategia. Se las ingenió para molestar a Rafa con el revés cruzado, un tiro, generalmente, ejecutado de arriba hacia abajo que cuando picaba no se levantaba, impidiéndole a Nadal responder con su efecto y revoluciones habituales.
Medvedev tuvo un break point en el primer game, mas no lo aprovechó. Pero el ruso, con el ceño fruncido, siguió insistiendo y martillando, tuvo una segunda oportunidad de quiebre en el tercer game y esa vez sí la consiguió (2-1). Pero, claro, enfrente suyo se encontraba Nadal, el hombre que desmoraliza hasta al ganador del Gordo de Navidad. El actual número 2 del ranking recuperó el quiebre (2-2). Los tiros del jugador entrenado por Carlos Moya empezaron a fluir con mayor pimienta; los impactos empezaron a sonar de otra manera, más limpios e hirientes. El ruso empezó a dudar y a cometer errores no forzados. En un desarrollo relativamente igualado, Nadal le volvió a romper el servicio a Medvedev en el momento de la verdad, en el decimosegundo game, para cerrar el primer set en su favor (7-5). Puño crispado, desahogo, celebración en su rincón. Nadal era consciente que para tratar de frustrar a Medvedev era muy valioso ganar el primer parcial.
Predispuesto a luchar, Medvedev intentó mantenerse en su plan, pero para ello necesitaba tener a tope la carga de combustible en su cuerpo. Y, sin embargo, sobre el cemento del estadio central había un dato no menor vinculado al desgaste físico de uno y el otro. En este US Open, el moscovita sumó tres horas más de acción que su rival antes de la definición: 15 horas y 15 minutos contra las 12 horas y 18 minutos de Nadal, que disputó un partido menos (en la 2ª ronda no se presentó, por lesión, el australiano Thanasi Kokkinakis). Nadal llegó a la final habiendo jugado 16 sets contra 22 del ruso. Y, algo más, porque desde el último Wimbledon, Rafa sumó nueve partidos frente a los 22 de Medvedev.
Nadal puso en aprietos al debutante en finales de Grand Slam desde las primeras fotografías del segundo set. En el cuarto game, Madvedev, entrenado por el francés Gilles Cervara, sacó 0-40, pero sobrevivió y lo sostuvo (2-2). Igual, fue un anticipo de lo que vendría. Agresivo, enfocado y con su inigualable energía en su máxima expresión, Nadal siguió haciéndole daño a Medvedev. Inclusive, impresionó subiendo con creatividad y efectividad a la red (ganó 9 de las once veces que eligió avanzar para volear). Que Nadal volvería a quebrarle el servicio al ruso era una circunstancia cantada. Y el impacto llegó en el sexto game (4-2). El doce veces ganador de Roland Garros movió los cimientos de su rival a puro latigazo, quitándole tiempo y asfixiándolo, hasta perturbarlo y enloquecerlo. El 6-3, con alta precisión en el servicio, dejó a Nadal a un paso de la gloria.
Conociendo que el último ruso en lograr el US Open había sido Marat Safin en 2000, Medvedev sabía que para ganarle la final a Nadal debía escalar el Everest, pero estaba dispuesto al esfuerzo. El exnúmero 1 le volvió a quebrar el saque; fue en el quinto game (el español se adelantó 3-2). A partir de allí, todo hacía sospechar que el triunfo del mallorquín se concretaría pronto. El personal del torneo, inclusive, se empezó a preparar para el armado de la ceremonia de premiación. Sin embargo, imprevistamente, Nadal empezó a fallar, perdió profundidad y Medvedev, al que la mayoría ya veía rumbo al aeropuerto, le rompió el servicio a Rafa (3-3), con mucho amor propio. Bajo presión, Nadal siguió el intercambio de mazazos con el robótico Medvedev y le creó dos chances de quiebre con el marcador 4-4, pero falló (el segundo, inmejorable, con un smash a la red) y el ruso, que parecía en el fondo del mar, salió a flote (5-4). Con dos horas y media de juego, la tensión se derramó sobre el estadio. Medvedev, bien plantado y sin nada por perder, arriesgó más, utilizó la energía que le transmitía el público (ahora sí, después de varios partidos con abucheos) para lanzar escopetazos. El impulso adicional lo llevó a seguir empujando a Medvedev, quedó con tres set points y, en el segundo, dio un mazazo sobre la mesa, adjudicándose el parcial por 7-5.
El agotamiento empezó a hacer mella en los jugadores. Pero ninguno de los dos escatimó en esfuerzos. El orgullo los impulsó. En el cuarto set, estando 1-0 abajo, Nadal sacó 0-30 y 30-40, pero tuvo el temple para salir airoso de ese momento incómodo (1-1). Cada uno sostuvo su servicio, pero Medvedev –el hombre de hielo– siguió elevando su nivel, castigando la pelotita como desparpajo, llegó al décimo game y le quebró el saque a Nadal para adjudicarse el cuarto set (6-4). El show se desató en las tribunas. El bullicio del Arthur Ashe lo convirtió en una caldera. En una locura.
Con tiros de rayo láser, Medvedev intentó no sucumbir ante la presión y siguió poniendo en aprietos a Nadal. Pero éste último, el hombre que siempre tiene una carta en la manga, reemplazó su falta de oxígeno con sabiduría y le quebró el saque al ruso en el quinto game (3-2). Defendió su servicio (4-2) y de inmediato volvió a tumbar la resistencia de Medvedev (5-2). Con las más de 20.000 personas en un estado de euforia absoluta y con el reloj neoyorquino marcando las 20.50, Nadal sacó para ganar..., pero si algo de suspenso le faltaba al match, el mallorquín perdió su saque (el último punto, con doble falta): 5-3. Sacó Medvedev y Nadal tuvo un match point, pero el ruso lo salvó con un revés paralelo. Llegó un segundo punto para campeonato para el de Manacor y otra vez no pudo concretarlo; Medvedev se fue al descanso 5-4 abajo. Y llegó otro turno de saque para Nadal: sería el último, aunque tuvo que superar un break point. Faltando 11 minutos para las cinco horas de partido, la inolvidable batalla terminó con un tiro de Medvedev yéndose largo. Nadal, cómplice de la épica, lloró de alegría.
Decenas de veces los daños físicos pusieron en jaque la carrera de Nadal. Los especialistas más destacados aventuraron que no sería posible que llegara a los 30 años en condiciones de jugar en alto nivel. Pero el español, uno de los competidores más extraordinarios de la historia, fue paciente, sabio y siempre halló soluciones para recuperarse, una y otra vez. Con su cuarto título en Nueva York (igualó la línea de John McEnroe en el torneo), alcanzó los 19 trofeos de Grand Slam, quedando a solo uno de una marca que parecía inaccesible, la de Federer. Pero para Nadal, se sabe, no hay imposibles. Y ya golpea las puertas de la eternidad.
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