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Una historia teñida de muerte
Con Miguel Cedrón suman 161 las personas que fallecieron por incidentes en las canchas argentinas
Sistemáticamente se repite la historia. Irracional, absurda. Siempre la misma. Miguel Cedrón murió ayer en Mar del Plata después de permanecer dos días internado en el Hospital Interzonal luego de un enfrentamiento por disputas internas en la barra brava de Boca.
Que Cedrón, o Miguel de Lomas, como se lo conocía, pertenecía a un grupo de violentos no minimiza la cuestión. Nada de eso. No hay justificativos para ninguna muerte. No hay explicaciones para el dolor que genera entre familiares y amigos.
Parece que nadie lo entiende. Porque antes de Cedrón pasaron 160 personas. Y muchos de los casos sólo se transformaron en un número estadístico que no tuvo respuestas en las investigaciones de la Justicia. Casi tan trágico como una pérdida así resulta pensar que pocas veces hay culpables. Por cada muerte, un asesino está libre.
El 14 de mayo de 1939 el fútbol argentino comenzó a escribir su historia más dramática. Luis López, de 41 años, y Oscar Munitoli, de 9, murieron durante el partido entre Lanús y Boca, cuando la policía disparó luego de una gresca que se generó en una de las triubunas populares de la cancha del primero.
Pero en 1958 ocurrió la que se conoce como la primera muerte en el fútbol argentino por enfrentamientos entre barras bravas. El 19 de octubre, en un partido entre Vélez y River, en Liniers, la hinchada visitante irrumpió en la popular local y se armó una batalla en la que tuvo que intervenir la policía. Se lanzaron gases lacrimógenos y cuando el amontonamiento se dispersó, en los escalones quedó tendido Alberto Linker, un hincha de Vélez al que una de las bombas arrojadas le explotó en la cara.
En los 80, la actividad de las barras bravas fue creciendo. Hubo suspensiones de campeonatos. Y para confirmar las organizaciones ilícitas que los violentos conforman basta mencionar una reunión en 1983, entre los jefes de las barras de varios clubes del ascenso, en la que se pactó que había que "parar con las muertes". Al mejor estilo de la mafia italiana.
Pero la violencia no se detuvo nunca. El 3 de agosto de ese mismo año, Roberto Alejandro Basile, de 25 años, murió mientras esperaba el comienzo del partido entre Boca y Racing, en la Bombonera. Una bengala de uso náutico que cruzó toda la cancha, de tribuna a tribuna, le perforó el cuello.
Roberto Caamaño y Miguel Herrera fueron encontrados culpables, pero sólo recibieron dos años de prisión, en suspenso, más la inhabilitación de ocho años para ir a la cancha.
Todavía hoy Juan Domingo Scaserra sigue buscando al asesino de su hijo Adrián, que murió de un balazo el 7 de abril de 1985 mientras se disputaba un partido entre Independiente y Boca, en Avellaneda. En agosto de 1996, por inexistencia de culpables, el juez de La Plata Angel Nelky Martínez dictó el sobreseimiento provisional de todos los sospechosos del expediente, en el que se tomaron más de 300 declaraciones.
Tampoco se encontró al o los responsables de los disparos contra los hinchas de River Angel Vallejos y a Walter Delgado, que murieron el 30 de abril de 1994 después de un superclásico jugado en La Boca.
José Barrita, el ex líder de La Nº 12, fue condenado a trece años de prisión, pero por asociación ilícita, y en diciembre de 1998 quedó libre por una reducción de la pena.
Todavía continúan presos otros cinco barrabravas, pero con los mismos cargos que Barrita y no por asesinato.
La investigación por la muerte de Ulises Fernández en San Lorenzo-Huracán, producida el 20 de diciembre de 1997, transita un camino similar, entre casos que amenazan con perderse en el olvido.
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