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Una bengala color tren, 259 veces y una primera vez: la contracrónica del Superclásico
Una mirada distinta del River-Boca, y una experiencia que moviliza desde el viaje en tren hasta la intimidad del estadio
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La estación Aristóbulo del Valle del tren Belgrano Norte, a metros de Puente Saavedra, está tranquila. Son las 15:00, faltan dos horas y media para el superclásico, y en el andén hay pocas personas, todas con la camiseta de River. Sentados, esperan el próximo tren para llegar a Ciudad Universitaria, desde donde caminarán al Monumental. Nada hace pensar, salvo la advertencia de un hincha, que en pocos minutos el clima del lugar se desdibujará totalmente.
La llegada del tren no la anuncia, como de costumbre, su particular chirrido. Lo primero que se escucha hoy desde la plataforma son los bombos y los cantos cada vez más fuertes de sus pasajeros. Colgado de una de las puertas del tren que se acerca, un fanático peinado por el viento sostiene una bengala que rápidamente envuelve a la estación en un espeso humo rojo. El mismo humo que hace que sea imposible darse cuenta a tiempo que, en vez de estar entrando a un vagón, uno se está lanzando hacia un cardumen humano rojo y blanco.
Apenas adentro, explota la primera bomba de estruendo. Suenan cuatro seguidas que retumban por todo el vagón -a pesar de que impactan sobre el andén- antes de que el tren finalmente avance. “El próximo tren viene peor, y el otro, más peor -dice, entre risas, Lucas Golisano (43), presidente de la filial de River Plate de Villa Adelina, con una bengala prendida en su mano-. Lo bueno de esta línea ferroviaria es que no tenemos mucho disidente en el recorrido, es la línea de River”, dice sobre el Belgrano Norte, que solo de casualidad es rojo. El único trayecto picante es uno a la altura de Boulogne. “Siempre se juntan los de Boca cerca de las vías y nos tiran piedras. Pero cerramos las ventanas y listo”, dice Leandro Rodríguez (25).
Al tren lo recibe en Ciudad Universitaria una hilera de efectivos policiales con escudos antidisturbios. La mayor agitación se da, de todas formas, a varios cientos de metros de la estación, sobre otro de los accesos al estadio, en Udaondo y Avenida del Libertador, donde los hinchas cortaron gran parte de la avenida, generando un caos de tráfico y bocinazos. Es el último lugar donde las barras pueden tomar antes de pasar por los primeros retenes que llevan a la cancha.
Una vez atravesados los primeros filtros policiales, el clima se apacigua y los fanáticos caminan a paso tranquilo por la calle cortada y rodeada de vallas. Al menos hasta que ven una cámara de televisión. “Con cuidado, con cuidado”, dice un movilero con una sonrisa incómoda, mientras un grupo de fanáticos salta y arma un pogo a su alrededor. “Vos seguro sos de Boca”, le responde uno, entre risas. Y el resto se suma en un único canto: “Boca, te vamos a matar, Boca, te vamos a matar”.
“Es un día único, el mejor del año”, dice un joven a LA NACION, mientras camina hacia la puerta de su tribuna. La tarde es soleada, perfecta, dice el hincha.
De a poco los huecos vacíos del estadio se empiezan a llenar. Para las 16:30 ya parecen estar acá las 83.000 personas que caben en el estadio. Desde el palco de prensa, más de 100 periodistas se preparan para su cobertura, mientras que en el resto de las tribunas el clima se agita cada vez más. Y entonces aparece la voz del estadio, esta vez femenina.
Cuando minutos más tarde entran cuatro jugadores de River a hacer su calentamiento, el estadio, enteramente rojo y blanco, se alborota. Pero en seguida sale también el equipo completo de Boca Juniors, y entonces los cantos, los saltos y los bombos se convierten en un unísono de silbidos. Los jugadores de ambos equipos hacen pasadas como si nada ocurriera, como si no hubiera en este preciso momento 83.000 personas mirándolos, cantándoles a los gritos, saltando a su alrededor, golpeando con fuerza sus baquetas sobre los redoblantes.
“Sí, esta situación debe ser dificilísima para los visitantes. El Monumental perdió su frialdad característica cuando agrandaron las tribunas, sacando la pista de atletismo que rodeaba la cancha. Ahora los hinchas están pegados a los jugadores”, dice un colega con décadas de superclásicos a esta cronista, que hoy vive su primero.
El partido se desenvuelve sin mayores emociones en la cancha, pero con muchas entre las tribunas. Se hace de noche entre cantos y abucheos, hasta que ya por el final, en los 4 minutos de alargue del segundo tiempo, lo que empezó como el festejo de un gol de River -el primero del partido- terminó con una pelea, con varios puñetazos intercambiados entre los jugadores y, como represalia, seis de ellos expulsados. “Esto es una locura, no recuerdo que haya pasado algo así en un superclásico”, dice sorprendido otro colega, con más de 25 superclásicos encima, mientras tipea en su computadora.
La hinchada, mientras, lo deja todo. Pide que el partido se reanude, pero todavía en la cancha se ven disturbios. Finalmente, el juez toma su decisión: echa a tres jugadores de Boca y uno de River de la cancha, además de a dos suplentes de River y al entrenador de Boca, convirtiendo a este partido en el superclásico con mayor cantidad de expulsados de la historia. Solo se agregan unos minutos más de juego. Después todo es festejo, en las tribunas y en la cancha. Las bengalas, hasta entonces escondidas, volvieron a salir a la luz. Y las banderas se agitaron más que nunca.
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