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El Niño Torres, un pionero y un depredador en procura de la historia
MILÁN.– Fernando Torres repitió un par de veces en los últimos días que la final es el partido más importante de su vida. A su vez, Cristiano Ronaldo prefirió acordarse del Barcelona y decir que ganar la Champions "es mucho más que un doblete de Liga y Copa".
Nunca un partido se puede plantear como un duelo individual, por más potentes que sean los personajes en cuestión y más fuerte el impacto periodístico que se quiera provocar. Pero una vez aclarado este punto, sí que resulta válido analizar lo que puede deparar el duelo que decidirá la Champions League de este año desde la mirada de dos de las mayores cartas goleadoras que cada uno posee. Y en sus palabras, cada uno ya dejó entrever qué significado le dan a la final que el Real y el Atlético de Madrid van a disputar esta tarde en Milán.
El Niño Torres nació en el Atlético de Madrid. El club rojiblanco es su cuna, su refugio, su hogar. Ese vínculo sentimental alcanza para entender la dimensión que para él adquiere este partido y al mismo tiempo rodea el hecho de un aura muy particular, porque es sabido que en ninguna parte uno se siente mejor que en el hogar.
Carismático y querible, Torres ha sido un jugador prometedor que sin embargo quedó un poco por debajo de las expectativas creadas, más allá de alguna gran gesta –como el gol a Alemania en la final de la Eurocopa 2008- y de determinados episodios de su trayectoria, sobre todo en su paso por Liverpool, donde en un equipo de funcionamiento similar al actual Atlético pudo desplegar su mejor repertorio. Los últimos años, en cambio, tanto en el Chelsea (donde era suplente pero fue campeón de Europa) como en el Milan, dejaron la sensación de un descenso gradual en sus cualidades que incluso pareció definitivo.
Pero "su" Atlético lo rescató, y aunque le costó consolidarse en el equipo, el contexto favorable y el afecto de la gente fueron la inyección necesaria para recuperarse y ganarse el puesto de ladero de Antoine Griezmann hasta armar una pareja de ataque que combina muy bien.
Torres es hoy consciente de estar entrando en los años finales de su vida deportiva, pero también de que puede hacer historia. No una cualquiera, sino la historia de los pioneros, de los que abren por primera vez una puerta. Y la final le llega en un momento justo, cuando ya está muy maduro para afrontar este tipo de desafíos.
Para Cristiano Ronaldo la misma historia tiene otros matices. Muchas veces es señalado como un ególatra, un vanidoso, pero no todos necesitamos el mismo combustible, ni sintonizamos el fútbol en la misma frecuencia, y personalmente creo que tales "acusaciones" son el carburante perfecto para una persona de sus características.
El portugués es un profesional impresionante. Dueño de una estadística bestial solo reservada para futbolistas capaces de convertir en gol cualquier jugada mundana, nos aseguran que es el primero en llegar a los entrenamientos y el último en irse, lo cual explica en parte la conformación de un atleta asombroso que no desmaya para cumplir sus objetivos.
De Cristiano, quien ya ganó dos veces la Champions, asombran su multiplicidad de recursos para el remate, la fe inquebrantable en sus posibilidades y la búsqueda casi enfermiza del gol. Pero a mí siempre me da la sensación de que utiliza las metas del Real Madrid para sus propios propósitos y no al revés; que sus estadísticas abrumadoras nacen desde un interés individual que está por encima del colectivo.
Lo curioso es que esto no es malo, ni negativo. No lo es para él ni para su equipo. Aun con su modo de actuar, hoy Cristiano Ronaldo ya es parte del escudo del club, un jugador totalmente identificable y con la categoría suficiente para soportar el peso de saber que él es quien defrauda o quien gana los partidos, y aun así sobrellevarlo y jugar con naturalidad.
Uno, el Niño que regresó al hogar, persigue la gloria que significaría llevar por primera vez a la máxima conquista al club que lo ha engendrado. El otro, el depredador siempre insatisfecho, pretende mantener su vigencia y seguir engordando unas estadísticas brutales.
Ambos, como cualquier otro jugador, tienen el sueño mucho más primitivo –y tal vez más egoísta–, de marcar ese gol, de protagonizar esa jugada que lo lleve a ganar el partido. Más allá del sentido de pertenencia de uno o del espíritu individualista del otro.
Ahí también radica el secreto. Por eso son jugadores que llegaron donde están. Porque los dos, Torres y Cristiano, conservan ese sueño y están a la altura de lo que solo uno de ellos va a conseguir esta tarde.
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