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Un montañista italiano que no tiene piernas y al que le faltan siete dedos hizo cumbre en el Everest, la cima más alta del planeta
Andrea Lanfri, que tiene 35 años y hace siete sufrió múltiples amputaciones tras una enfermedad, cumplió su sueño en Nepal; ya escaló al techo de Europa y ahora quiere el de África
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El italiano Andrea Lanfri, de 35 años, se convirtió en el tercer montañista sin piernas en escalar los 8848 metros del monte Everest, en el Himalaya (Nepal), el punto más alto del planeta. Oriundo de Sant’Andrea de Compitto, región de Toscana, sufrió la amputación de sus miembros inferiores luego de una meningitis en 2015. Ahora escaló con unas prótesis y logró su meta a las 5.40 del viernes pasado, con 30 grados bajo cero y acompañado por un guía. Los dos montañistas doblemente amputados en llegar a la cumbre del mundo antes que él fueron el neozelandés Mark Inglis, que lo logró en 2006, y el chino Xia Boyu, que subió en 2018.
“Llevo al menos tres años entrenándome. Siempre tuve pasión por el alpinismo, pero antes hacía sólo escaladas. Después de superar mi enfermedad en 2015 no podía dejar que ninguna montaña me asustara”, sostuvo Lanfri, que antes del Everest alcanzó altos picos intermedios, como el Mont Blanc, el más alto de Europa (4807 metros), y el Monte Rosa. “Luego escalé 7000 metros en Nepal en 2019. De ahí nació el proyecto del Everest. Fue una gran emoción; esa montaña es única. Vi el amanecer más hermoso de mi vida: durante años pensé en ese momento, para entender cómo iba a reaccionar. Me quede sin palabras”, evocó el italiano.
”Mi amigo Luca Montanari y yo estuvimos en la cima 15 minutos y luego empezamos a bajar. La subida cansa, pero la bajada es aun más dura. Además, es peligroso porque uno se siente satisfecho, y corre el riesgo de perder la concentración”, detalló el montañista, que contó con la ayuda de unas prótesis especialmente diseñadas para la escalada.
Además de las dos piernas, luego de la meningitis Lanfri perdió siete dedos de las manos. “Hubo momentos de estrés. Cuando uno no come ni bebe durante muchas horas, corre el riesgo de perder la paciencia. Pero el premio final, ver ese amanecer, vale todo”, aseguró el escalador, y agregó: “Además de a los problemas de cualquier alpinista, tengo que estar muy atento a los muñones. Si se inflaman o aparecen úlceras, no puedo ponerme la prótesis y, a esa altitud, no sería nada bueno... La experiencia, el entrenamiento y un excelente manejo de la sudoración hicieron que todo saliera bien, pero usar prótesis a veces puede ser doloroso y siempre resulta molesto. Hay que ser capaz de apretar los dientes y centrarse en el objetivo”.
El deportista afrontó una situación difícil que lo condujo no solamente a recuperar cierta normalidad de su vida cotidiana, sino también a destacarse en competiciones paralímpicas de carrera y, más tarde, a perseguir y cumplir su sueño de convertirse en alpinista, con objetivos cada vez más ambiciosos.
“¡Mirá a dónde llegué! Si no me hubiera vuelto a levantar después de cada caída en el camino detrás de mi casa, por el que intentaba pasear cuando comencé a andar con las prótesis, ¡cuántas cosas me habría perdido! Todo el esfuerzo, todos los entrenamientos, las personas que he conocido a lo largo de este camino, me han llevado a experimentar esta alegría. ¡Es una sensación maravillosa!”, subrayó Lanfri.
Imágenes de la escalada de Lanfri en el Everest
“La bajada era cada vez más complicada porque sentía molestias en un pie, pero de a poco y con la ayuda de algo de rapel [traslados colgando de un sistema de cuerdas], conseguí llegar al Campo 4, muy cansado. Allí, cuando me quité las zapatillas, descubrí cuál era el problema: se había formado hielo entre las láminas de carbono, lo cual impedía el movimiento correcto. Una vez quitado el hielo del pie, aunque en el campamento el viento era muy fuerte, pude dormir unas horas y recuperar fuerzas para el descenso del otro día. A la mañana siguiente bajamos al Campo 2, donde me esperaba una botella de gaseosa. Después, el último día de cansancio y peligro, cuando tuvimos que atravesar una cascada de hielo hasta, por fin, llegar al campo de base”, amplió sobre las mayores dificultades de la odisea.
Andrea apunta ahora al Kilimanjaro, la montaña más alta del continente africano.
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