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Ucrania, fútbol y guerra
A veces, el fútbol ayuda a entender la historia. Y la historia al fútbol. Shakhtar Donetsk, hoy el equipo más exitoso de Ucrania, era orgullo ruso. Fue fundado en 1936 como Stajanovets Stalino (Donetsk se llamaba Stalino). El nombre fue un homenaje a Aleksei Stajanov, minero modelo de Stalin, Héroe del Trabajo Socialista, y que un año antes había extraído toneladas récord de carbón en las minas del Donbas. Reorganizado tras la Segunda Guerra Mundial, el equipo pasó a llamarse Shakhtar (mineros). Era hijo de mineros Rinat Akhmetov, su presidente más famoso, todavía en el cargo. Akhmetov era prorruso hasta que estalló la revuelta de 2014 en Maidan. “Revolución de la Dignidad”, según una mirada. “Golpe de Estado”, según otra. Como sea, Akhmetov pasó al bando ganador. Hoy es nacionalista ucraniano y europeísta. Mañana no sabemos.
De origen humilde, Akhmetov se convirtió en el hombre más rico de Ucrania. Era vicepresidente del Shakhtar. Al presidente Akhat Bragin lo asesinaron con una bomba en el palco. Ajuste de cuentas mafioso. Ese día, 15 de octubre de 1995, Akhmetov se salvó porque justo llegó tarde al partido contra Tavriya, según recuerda el periodista español Toni Padilla, que visitó la región y escribió “El historiador en el estadio”. En 2009, Shakhtar, ya reforzado con su legión de jugadores brasileños, se coronó campeón de la Liga de Europa. Akhmetov fletó a la final de Estambul cinco aviones repletos de mineros. Ese año construyó además un estadio hermoso de 400 millones de dólares. Pero el Donbas Arena fue bombardeado en la revuelta de 2014. Fue cuando fanáticos de distintos equipos ucranianos combatieron en la Plaza de Maidan, en Kiev. Dos años antes (Eurocopa 2012), la prensa europea los había calificado de “neonazis”. En Maidan los llamó “combatientes de la libertad”. Suele pasar. “Contra la guerra, sí, pero contra todas”, tuiteó días atrás Carles Viñas, historiador catalán, autor de “Fútbol en el país de los soviets”. La inevitable indignación selectiva.
El “EuroMaidan” de 2014, que derivó en los célebres Acuerdos (no respetados) de Minsk, derrocó al presidente electo Viktor Yanukovich, prorruso, líder del Partido de las Regiones. Akhmetov era su principal donante y beneficiario. Donetsk, separatista de Ucrania, se proclamó independiente. Prorrusa. Pero Akhmetov necesitaba que Shakhtar siguiera representando a Ucrania para seguir cobrando los millones de la Champions. Mudó entonces la sede del Shakhtar a Kiev. Y el nuevo gobierno aceptó a su viejo enemigo. Un Shakhtar ucraniano como símbolo de país unido. “Y Akhmetov”, me dice Padilla, “se autodescubrió como nacionalista ucraniano”.
¿Y si contamos parte de la compleja historia de Ucrania a través de Dinamo Kiev, su equipo más popular, de hinchas nacionalistas y patrones millonarios acusados de evasión? Fundado en 1927 por la policía secreta soviética, Dinamo fue un equipo mítico hace medio siglo en tiempos de la URSS, campeón de Ligas y Copas soviéticas. En 1942, ocupación nazi de Ucrania, había sido obligado a cambiar de nombre (FC Start). Imposible no recordar el “Partido de la Muerte”, cuando FC Start se negó a perder contra Flakelf (el equipo de la Luftwaffe) y, según leyenda soviética, sus jugadores fueron fusilados en el partido siguiente, dentro del campo. La caída del Muro ayudó a descubrir que no hubo fusilamientos, sino campos de concentración. Y, peor aún, que los tres únicos sobrevivientes fueron acusados por el estalinismo de haber “confraternizado” con el enemigo nazi porque jugaron al fútbol contra los alemanes, según escribió Andy Dougan. Su libro se llama “Defendiendo el honor de Kiev”.
¿Y si hablamos de Roman Abramovich? Ex vendedor callejero, Abramovich pasó a ser una de las principales fortunas de la nueva Rusia. Su superyate Solaris, de 139 metros y 600 millones de euros, es el más grande en el puerto de Barcelona. Cerca suyo está el Galáctica Súper Nova de Vagit Alekperov, accionista principal del Spartak, el equipo ruso que la UEFA echó ahora de la Liga de Europa. Abramovich, que renunció esta semana como presidente de Chelsea, último campeón de la Champions, es uno de los nombres más ilustres de “Londongrad”, ironía hacia la capital inglesa que, según el escritor Oliver Bullogh, cedió bancos, abogados y financistas para que los oligarcas rusos laven durante décadas su dinero en la City. Y gasten fortunas comprando tiempo con políticos, como la banquera Lubov Chernukin, que pagó 160.000 libras esterlinas para jugar tenis con David Cameron y Boris Johnson. Sí, el premier que ahora anuncia represalias.
La Ucrania futbolera que lucha contra Rusia recuerda los duelos para clasificar a la Eurocopa 2000. Triunfo 3-2 el 5 de setiembre de 1998 en Kiev. Y empate 1-1 el 9 de octubre de 1999 en Moscú, con Vladimir Putin en la cancha. A los 87 minutos Andriy Shevchenko, héroe del fútbol ucraniano, ejecutó un tiro libre que se fue cerrando. Desafortunado, el arquero Alexander Filimonov terminó metiendo la pelota dentro del arco. “Por cosas así”, dijo en la TV estatal rusa el ex jugador y comentarista Yuri Kovtun, “hay gente que recibe un balazo”.
Nota al pie: es extraordinaria la serie de Carlos Bilardo en HBO. Eso sí, Marcelo Bielsa y Leeds nos recuerdan por suerte que el fútbol es algo más profundo que ganar o perder.
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