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“Sobrevivir”: la resiliencia de dos hermanos jockeys que atravesaron la pandemia sin carreras ni sueldo y ahora celebran volver a las pistas
Phileas Fogg y su ayudante Jean Passepartout tardaron 80 días en dar la vuelta al mundo como protagonistas de la célebre novela de aventuras de Julio Verne. Un siglo y medio después, el turf argentino demoró 103 días en volver a tener una jornada de carreras y para sus protagonistas está siendo una odisea. Gustavo y Facundo Quinteros no son escritores, como aquel francés que imaginó el viaje utilizando diferentes medios de transportes. Ellos, dos de los ¡17 hermanos! que se criaron en diferentes ciudades de Córdoba, nacieron para ser jockeys y crecieron en una familia hípica: jinetes, entrenadores, galopadores y domadores. Sus estómagos, dentro de lo que pueden porque deben mantener un peso bajo para competir, y los de sus afectos los llenan con el porcentaje que cobran de los premios, aunque cada mañana del año prueben la velocidad y resistencia de sus caballos durante cinco horas y con cualquier clima. Incluso en estos tiempos, porque el cuidado de los equinos es una actividad esencial y ellos siguieron trabajando.
La pandemia del coronavirus detuvo la competencia y sus corazones. "Varios dueños de caballos nos ayudaron para sobrevivir", aseguran, cuando miran para atrás y ven por lo que pasaron los últimos tres meses. La fecha del domingo pasado en Río Cuarto, sin espectadores y únicamente con el parque caballar propio, fue la primera desde que se suspendieron el 17 de marzo, tras correrse en La Plata. No había dónde ir a competir para buscar el porcentaje que les permite tener una vida digna en esa ciudad, donde a sus casas las separan tres cuadras, en la zona del hipódromo. El 95% de los jockeys no tiene un ingreso fijo. Disfruta o sufre según los buenos o malos resultados. "No hay sueldo ni contrato. Nosotros montamos en la semana y nos dan una propina, por llamarlo de algún modo. Nuestro sueldo es el que ganamos cuando corremos, y sin carreras, no hay casi nada. En estos meses intenté varear algunos caballos más de lo habitual, porque cuando corrés todos los domingos se monta menos en la semana", explica Gustavo. "Si algo me deja esta cuarentena es aprender a administrar bien lo que gano, a comer lo necesario", sostiene Facundo.
Gustavo se presenta como "el más grande de todos los jockeys de Río Cuarto", que son decenas. Se refiere a que cumplió los 46 durante el aislamiento en compañía de su mujer Alejandra, sus hijos Martina (14) y Julián (24) y la novia de éste, Romina. "Sacamos créditos, acumulamos deudas, intentamos defendernos como podíamos. Si tenía que mantenerme solo era imposible", describe. No habla de angustia, de miedos, de desesperanza. Aunque no haya pandemia, esos sentimientos afloran en la trayectoria de un jockey, de a ratos. "Una noche me levanté de la cama a las 11, me cambié, me puse el barbijo y los guantes y salí a trotar unos seis kilómetros. Estaba reloco", confiesa. La incertidumbre se canaliza con ejercicios. "Un amigo, Ariel, me pasa rutina para todas las tardes y también las hace Facundo", revela el Quinteros que menos viaja a Buenos Aires en condiciones normales. Ya hizo nido allá, aunque a los 14 años haya ganado en Palermo. "Me tuvo que firmar un permiso mi padre para que me dejaran correr", recuerda. Fue la primera vez que salió de Córdoba. Con Bigote Salvaje obtuvo dos éxitos en apenas 13 días.
Facundo cumplirá 39 el 10 de agosto. También, pese a la falta de carreras, vivió un motivo de alegría en medio del confinamiento: su mujer, Natalí, dio a luz la semana pasada a Octavio, el segundo hijo de la pareja. Constanza, de 5 años, fue la que mantenía el espíritu alto en épocas duras con su inocencia. También, se daba cuenta de todo. "Ella decía que quería ir a hablar con el intendente para que papá pudiera trabajar", revela el menor de los Quinteros. "Nos las rebuscamos. Acostumbrado a correr todos los domingos en cualquier pista o hipódromo, además de los viajes que hago a Buenos Aires para montar caballos del interior, ahora había que quedarse adentro. Teníamos para comer y nada más. Un patrón me dijo que si tenía que llevarse los caballos al campo, igual me iba a seguir pagando como si los montara acá", asume Facu, que oficialmente lleva 99 primeros puestos y es aprendiz. Está a 21 éxitos de recibirse, aunque ya haya vencido en más de 300 carreras por diversas provincias, donde la falta de recursos y un plan nacional hace que la competencia no sea computable, que resulte más pasional e informal que profesional.
"Estaba ansioso porque vuelvan las carreras, te desesperás cuando pasa el tiempo y no hay. El domingo, que tuvo la habilitación Río Cuarto, gané la primera y ya estaba hecho. Con terminar sano el día ya me conformaba. Corrí 11 de las 13, y también gané el Especial UTTA, con un potrillo que me ofrecieron en la semana, porque ya había corrido una con otro jockey", repasa Facundo. La última referencia es sobre León Candy, un tordillo que ganó las dos que corrió en forma extraoficial. "Se nota que corre con la chaquetilla, porque en la mañana no se había empleado demasiado", acepta. Es el perfil de los caballos con clase.
Gustavo no quiso ser menos y también venció en dos cotejos. "Al principio ni sabíamos por cuánto se iba a correr, pero gracias al esfuerzo de los propietarios y los remates (la denominación de las jugadas tradicionales en el interior) hubo algunas bolsas de premios de 100.000 pesos para repartir", informa. El mayor porcentaje se lo lleva el dueño del caballo, como se sabe, y el resto llega, directa e indirectamente, al equipo de trabajo, que involucra a no menos de siete personas. "Teníamos una responsabilidad importante para que todo saliera muy bien, cumpliendo con el distanciamiento social. Era la oportunidad para que vieran que se puede hacer en otros lados. Tuvimos inspecciones varias veces en el día". Las hizo el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) cordobés.
El potrillo León Candy (7), montado por Facundo Quinteros y del stud Los Mondinos, ganó por dos cuerpos y medio el Especial #UTTA, sobre 1300 metros, en Río Cuarto. Segundo llegó Declaring Love (1) y tercero, Ecólogo Zaino (5). #UTTAPresentepic.twitter.com/u7FS62bLDF&— UTTA (@UTTAturfyafines) June 28, 2020
Gustavo y Facundo dan fe. Para ellos la jornada de trabajo comenzó a media mañana y terminó al caer el sol. "Soy gasolero, así que ahora me siento (Pablo) Falero", bromea Facu, después de lo que va a cobrar por dos victorias, algunos arrimes y las montas perdidas, que es como el pago de un servicio para los que no llegaron en posiciones rentadas. Cita a quien se retiró en enero pasado y es el más ganador de la historia en el país. La lista de agradecimientos es extensa, no quieren olvidarse de nadie. Lo repiten una y otra vez, como quien encontró agua en el medio del desierto. Desde las autoridades del hipódromo hasta las municipales y del gobierno provincial, pasando por "los propietarios que nunca aflojaron e hicieron un esfuerzo tremendo" e Iván Grillo (el que "se encargó del armado de las categorías") hasta la UTTA, que colaboró en el armado de los protocolos que, también, se presentaron en otros hipódromos cordobeses que esperan la habilitación.
Los hermanos, nacidos en Jovita, un pueblo de chacras, siembra y cosechas a 200 kilómetros de Río Cuarto, cambiaron de ciudad cuando las carreras ganaron espacio en sus vidas. "Cuando Facundo tenía 16, me lo traje un año a vivir a mi casa. Yo ya era jockey y hasta había corrido un mano a mano en el principal clásico de la Ciudad contra otro de mis hermanos, Marcelo. Me ganó como por 100 metros, yo me quería bajar en el camino. Después, con Facu perdí un match por el hocico… Pero mirá que les gané un montón de veces, también", dice Gustavo, sonriente.
La pasión está en los genes. A los 13, Facundo ya se animaba a pruebas de ponys en el campo y a los 16 tuvo su primera experiencia con un purasangre en Río Cuarto, al que ellos consideran el patio de su casa. De hecho, Facu vive a media cuadra. "La primera que corrí fue con un caballo que entrenaba mi hermano Marcelo. Llegamos últimos. Era muy lerdo, no volvió a correr más. Me lo dieron para que recibiera los terronazos de los otros y empezara a aprender lo que significaba una carrera en un hipódromo", entendió con el paso del tiempo. Era parte del sacrificio que todavía tienen que seguir haciendo como el primer día y aunque no sepan cuándo volverán a poder correr.
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