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Para Puerto Escondido, el cielo pudo esperar un año
El notable zaino fue segundo el año pasado en la célebre carrera de San Isidro y ayer laganó por cuatro cuerpos, con una serena y firme conducción del jockey Osvaldo Alderete
Puerto Escondido ya conocía el camino cuando salió al paseo en medio del pesado clima de San Isidro. Ya conocía esos pasos que hay que dar para que todos vean a los mejores caballos, antes de ir a las gateras de los 2400 metros ilustres en el clásico cuya historia empezó hace 130 años, en el hipódromo Nacional.
El zaino había ganado los dos últimos clásicos en este trazado de césped con una contundencia que lo llevó a la cima en los boletos. Y cuando todos, los que jugaron por él y los que prefirieron a los otros, lo vieron emerger en la recta final en la punta, después de que Osvaldo Alderete lo contuviera como podía para que no se comiera la cancha antes de tiempo, supieron que el final era cosa juzgada. Que las atropelladas que pudieran aparecer –y aparecieron– serían estériles. A lo mejor el jockey no quiso que su héroe sufriera como la última vez, cuando antes de pasar al frente había tenido que zafar de un atolladero por dentro, apretado entre los rivales y los palos.
Alderete había visto aquello desde la tribuna o en la televisión. Un accidente inoportuno (¿alguno no lo es?) lo privó de montar a Puerto Escondido ese día, en la Copa de Oro, pero Pablo Sahagian se esmeró y le consiguió un buen jockey: Pablo Falero. Jinete y entrenador coincidieron en que lo de ayer fue lo máximo de sus carreras. “Lo traje como pensamos, sólo que se hizo un poco lento el desarrollo y fui a buscar antes”, contó Alderete. “Hace todo lo que yo imaginaba cuando salió de perdedor”, sentenció el Turco, con la misma serenidad con que explica que estas victorias son logradas “porque uno tiene un buen caballo”.
Sólo medio pescuezo había separado a Puerto Escondido del triunfo en el Pellegrini del año pasado, pero el que piense que es fácil volver a correrlo sin más, 365 días después, no conoce el paño. Aquel día lo venció Sixties Song, el que luego se vestiría de héroe en el Gran Premio Latinoamericano; el que también volvió ayer, pero que todavía siente el jet-lag de su viaje a Inglaterra para competir –sin suerte– en Ascot. “Le falta un mes para estar en su mejor forma”, había anticipado a la nacion Alfredo Gaitán Dassie, su cuidador, cuando el diluvio de la tarde se apagaba.
Después de que Conwy fuera el puntero sin esperanzas (terminó penúltimo) y de que The Great Day intentara mostrar la potencia de un ganador de la Polla de Potrillos al igualarlo entrando en el codo, Puerto Escondido se hizo espacio más temprano que lo que se esperaba y dominó. No hubo potenciales atropelladores a la vista y la ventaja se estiró como un chicle.
Cuando apareció Don Inc, se lo veía condenado a terminar segundo, como en 2015. Quizás emocionó por un momento a Camilo Bautista, su dueño (acaba de dar un vuelco con Las Monjitas, su equipo de polo, del mismo nombre que su stud, al trascender la formación de 2018, con cracks como Hilario Ulloa y Sapo Caset), pero lo cierto es que debió dejar la piel para conservar el segundo puesto ante el avance del brasileño New in Town, el único extranjero del lote. El entrenador paulista Roberto Solanes había dicho a la nacion un par de horas antes que confiaba, en especial por el jockey que trajo desde San Pablo, Angelo de Souza, que había sabido dominar al caballo “mañoso”.
Alejandro Vázquez es uno de los dueños de Puerto Escondido y también DT de básquetbol. Dirige a Platense en la Liga Argentina, en la que lidera la Conferencia Centro Sur. Se rió en la rueda de prensa cuando le preguntaron si era verdad que había pedido posponer el partido ante Deportivo Viedma, en Carmen de Patagones, que en efecto se jugará mañana por culpa del... Pellegrini.
Mientras afuera las instituciones crujen en su transformación para dejar atrás el pasado que atenaza con su decadencia, mientras adentro el turf se debate en viejas y nuevas pujas entre quienes quieren atribuirse el centro de la escena, el falso rol de imprescindibles, para ocultar que todo se trata de quién es el dueño de la mayor porción de la torta que se achica porque ellos mismos no frenaron su gula, el Pellegrini está allí como siempre, para sacar las castañas del fuego. Para dirimir quién es el mejor corriendo, compitiendo. Ni hablando ni presionando, imponiendo el poder del más veloz, el más resistente, no el del prepotente, que lo es por pobreza de argumentos.
En el oasis de la mejor carrera, Puerto Escondido demostró que todavía se puede.
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