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Estaba internado y el médico le prohibió ver la carrera, pero su caballo ganó y se escapó al hipódromo
"Mi familia es lo más importante", sostiene José Luis García en la leyenda de su WhatsApp. En el avatar no se lo ve a él, sino a Camila, su hija, de 21 años, besando en el hocico a uno de los 12 caballos que tiene su padre en un stud dentro de la Villa Hípica del hipódromo de Tucumán. Allí es donde se aloja Teenek, que ganó el martes anterior el Gran Premio Batalla de Tucumán y es el último integrante de esa consanguinidad en la que incluyen a los pura sangre, la pasión que dejó como herencia el abuelo Francisco.
En el interior del país, el turf corre por las venas con la fuerza de lo que representa la industria como cuarto productor mundial aunque todavía mantenga cierto amateurismo. Es una pasión desenfrenada. Y García, o el Colorado, como lo conocen todos, es el dueño del último campeón tucumano y quien tenía "prohibido ir al hipódromo", como lo enfatiza ante LA NACION mientras se toma unas vacaciones en Buenos Aires. Asegura que necesitaba de esta "escapada", después de que trascendiera otra suya, la del sanatorio en el que estuvo hasta la mañana del día de su cumpleaños 51, cuya fecha –24 de septiembre– coincide siempre con la disputa del clásico más deseado en esa provincia.
"Estuve con unos picos de presión, lo que nunca me había sucedido, y me internaron desde el sábado. El martes de la carrera, como estaba todo bien, el doctor me puso un Holter y me dejó ir a mi casa, pero me aclaró que ni se me ocurriera ver la carrera", precisa. Para entonces, ya se había enterado del triunfo de otro de sus caballos en las primeras carreras de la jornada. El resultado del dispositivo que registra los ritmos cardíacos durante 24 horas va a ser una reliquia para los especialistas.
El fin de semana había sido extraño más allá de la internación para control. "Yo tengo un restaurante y la noche previa al Batalla siempre hacemos una fiesta para festejar mi cumpleaños. Vienen todos. Hasta jockeys de Buenos Aires. Pero ahora no pudimos hacer nada", se lamenta. La salud era prioritaria, aunque la vara del Batalla estuviera igual de alta. "El doctor me recetó un calmante y, estando en casa, a medida que se acercaba el momento de la carrera, me tomé también unas gotas. Mi hijo Sebastián se quedó a acompañarme, mientras Camila y mi señora, Viviana, fueron al hipódromo y con ellas iba hablando por teléfono", recuerda José. Estaba tensionado, era un león en una jaula para canarios. Se le nota en su relato y asienten en su familia.
"Había intercambiado audios con el jockey días antes y me había anticipado cómo iba a ser la carrera para él. Me decía cómo lo iba a traer en el desarrollo y que íbamos a ganar, que tuviera fe. Yo le pedía por favor que no me mandara más de esos audios porque me volvía a subir la presión y me iba a morir antes del Gran Premio", confiesa. Osvaldo Alderete, al que un año atrás le sacaron un riñón luego de una caída y volvió a correr contra pronósticos agoreros, en realidad, había sido clave en la compra de Teenek, tres meses antes. "Él me lo recomendó. Yo buscaba un caballo para intentar ganar esta carrera y me fijé en Kal Drogo, un tordillo que me gustaba mucho, pero me pedían demasiada plata. Y Fleco (como le dicen en Tucumán a Alderete) me dijo que él había corrido a Teenek en Palermo contra ese mismo caballo y lo regaló porque tuvo contratiempos. Me contacté con los dueños y accedieron a venderlo; incluso, mi señora, que antes me acompañaba mirando de reojo y ahora se hizo fanática, me apoyó para comprarlo cuando yo dudaba", profundiza.
Con el paso de las horas, ese martes el Colorado no pudo resistir la tentación que representaba tener la transmisión por YouTube a un clic de distancia y la historia comenzó a sumar capítulos cinematográficos. "Largaron y me puse a verla. Todo se daba tal cual me había dicho él. Cuando faltaban 200 metros y venía con varios cuerpos adelante, me puse un jean, salí a la calle y paré un taxi. Le ofrecí 500 pesos si me llevaba al hipódromo en cinco minutos", describe. El chofer accedió. Eran apenas 10 cuadras, pero en una tarde de feriado y con fiesta en las calles. Mientras iba en camino, les avisó a su mujer y su hija, que estaban llorando de la emoción junto al caballo, rodeado de todo el equipo.
El taxista cumplió con su parte, aunque para García iba a ser imposible llegar a la foto tradicional, rodeando al ganador. Sí pudo estar en la ceremonia de entrega de los trofeos. "Poder pasar entre la gente era imposible, porque el hipódromo estaba lleno y porque los que me reconocían me abrazaban en el camino. Después de recibir los premios, en una de las ambulancias que siempre hay me tomaron la presión y estaba bien. Todos nos quedamos tranquilos y felices". Su última compra le había cumplido el sueño y sanado tres frustraciones. "No es fácil poder correrla, y menos con posibilidades. Pero tres veces llegaba con el caballo favorito y se me lesionaron poco antes. Los míos ganaron más de 100 carreras en Buenos Aires, pero me dolía que no había ganado nunca el Batalla. Hasta la seguridad del hipódromo me preguntaba cuándo iba a ganarlo. Yo creo que esta vez, en una carrera donde apenas cinco de los 15 competidores representaban a la provincia, el aliento de la gente lo hizo ganar", sostiene José. "Tucumán, Tucumán, Tucumán", era el grito que acompañaba los festejos. "Cuando llegó ya no le dolía nada y ahora, gracias a Dios, ya está mucho mejor", apunta Camila.
La mochila era grande para quien, de muy chico, todos los sábados iba a ver los entrenamientos de los caballos de su padre. "Escuchaba el despertador y, sin que mi mamá lo notara porque no quería que yo vaya, me escondía en el asiento de atrás del auto", revela. El apego a los caballos creció con él. Papá Francisco, cómplice de la travesura, fue comerciante en un puesto en el mercado mayorista hasta que falleció en 1984. "Yo tenía 16 años. Trabajaba y estudiaba. A los 19 me compré mi primer caballo. Se llamaba Laxante y ganó cuatro. Mi mamá me quería matar", detalla.
El triunfo de Teenek
José estuvo un tiempo en el Abasto tucumano y pasó de manejar durante ocho años las ventas de una empresa a comprar uno de los restaurantes a los que les llevaba la mercadería. "Era de unos chicos de Bariloche, que no estaban tanto presente y no lo podían administrar. Entonces, se dio la oportunidad en 1993. De su lugar original lo mudamos dos veces y ahora tenemos casi lista una sucursal más chica para inaugurar, pero todo se puso tan bravo con la inflación que vamos a esperar un poco. Yo tengo 40 empleados y sufro un poco los sacudones de la economía, como todos. Acá trabajamos de lunes a lunes con mi mujer, mucho más ella que yo, y mi hija, que estudia nutrición, nos ayuda el fin de semana", especifica. Por La Querencia, asegura, han pasado desde funcionarios españoles o el exfutbolista Gabriel Batistuta hasta el cantante Marco Antonio Solís.
De regreso a Tucumán, tratará de retomar la vida normal. Ya nadie le volverá a pedir que gane la carrera que todos quieren ganar, aunque va a seguir intentándolo cada 24 de septiembre. "El caballo va a quedar en el stud, lo vamos a disfrutar en Tucumán y tal vez recién salga en febrero, para ir a correr el Dupuy a La Punta, en San Luis", sostiene, casi pensando en voz alta. En el teléfono todavía quedan mensajes por contestar. "La mañana de la carrera tenía 400 WhatsApp. Sigo pensando que esto no debe ser verdad". Pero sí, el sueño se hizo realidad, de la manera menos pensada.
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