Invasor es el caballo que nació el 3 de agosto de 2002 en el por entonces denominado haras Clausan (hoy Santa Inés) y los hermanos Juan y Luis Vio Bado y su amigo Pablo Hernández se enamoraron de él a primera vista, saliendo del cauce que habían imaginado seguir en su visita a la Argentina en 2004. En aquel viaje desde Uruguay no estaba en los planes ver productos en esa cabaña en San Antonio de Areco, pero el cambio de itinerario por factores climáticos (iban a ir en avioneta a otro campo, en la localidad de 25 de Mayo) los encontró cara a cara con Quiet Style, el nombre original del potro que luego modificaron arremetiendo contra cualquier mal presagio. Lo pagaron unos 20.000 dólares de esa época. El pequeño zaino estaba echado debajo de un árbol, sin que se supiera cómo había logrado pasar por un espinal para llegar hasta la sombra y "él no te miraba a vos, sino que lo hacía a lo lejos", confesaría años más tarde Juan.
Esa imagen se sigue replicando hoy, camino a los 17 años, en Cuatro Piedras, el haras charrúa que lo tiene entre sus padrillos desde 2015 y lo mostró días atrás ante un puñado de visitantes, entre los que estaban el jockey Pablo Falero, que se fotografió junto a él, y LA NACION. Sus crías uruguayas no han salido a competir aun y la apuesta es que mejore el discreto papel que cumplió como reproductor en tierra norteamericana, con el respaldo ahora de mejores madres. Vive su segunda oportunidad en esa función en el turf.
Invasor es Gardel en Uruguay. Llegó tras su primera compra y ganó sus cinco carreras, incluida la Triple Corona de 2005. Entre su debut y su segunda prueba pasaron casi seis meses y una operación en una mano de la que gran parte de los caballos no se repone como para sostenerse en un elevado nivel de competencia. Le escapó a la regla en eso también. Su cosecha de triunfos maravilló a un jeque, el ministro de finanzas de Dubai, y llegó la oferta irresistible: casi 1,5 millón de dólares. Para Hamdan bin Rashid Al Maktoum resultó una inversión: obtuvo seis de sus siete siguientes carreras, en los Estados Unidos y los Emiratos Árabes, y acumuló ganancias por 7.8 millones de la misma moneda. No hay otro ejemplar argentino que haya logrado hacer tanta caja como él, según Equibase, el organismo norteamericano que recopila datos desde 1976.
La Dubai World Cup 2007, su despedida triunfal
La semana previa al Derby uruguayo, el entrenador Aníbal San Martín reprendió al jockey Gustavo Duarte por el tiempo que Invasor había marcado (1m13s los 1200 metros) en su último ensayo. "Lo hizo solo. Jamás se me ocurriría forzarlo", se defendió el piloto. Días más tarde, ni lo estimuló con el látigo para que venciera, otra vez fácilmente. Tras ello llegó el cambio de hemisferio, con paso por los Emiratos Árabes en dos oportunidades. "Cuando llegó, no tenía buen aspecto. No nos impresionó demasiado", confesó Rick Nichols, vicepresidente de Shadwell, la cabaña del sheik, en su sede de Kentucky. "Tomamos conciencia de su clase en el primer Suburban Handicap que corrió y ganó. Ahí nos dimos cuenta de su fortaleza, de su gran velocidad y, sobre todo, de su deseos de ganar".
En 2006 y hasta su retiro en 2007 fue el Messi de los caballos. Cerró su campaña con 11 festejos en 12 salidas, y una única derrota en Dubai. Número 1 del ranking, especialmente por sus conquistas en el Classic de la Breeders’ Cup y la Dubai World Cup, se convirtió en leyenda de la mano de Fernando Jara, un panameño que a los 19 y 20 años ganó con Invasor las mejores carreras de su vida. "Aceleraba cuando lo necesitaba y solo daba lo suficiente como para ganarles", lo describe el jinete con el que logró sus últimos cinco primeros puestos. Sus colegas sentían impotencia al enfrentarlo con caballos a los que consideraban muy buenos y no podían derrotarlo. En Estados Unidos lo eligieron el Caballo del Año casi por unanimidad.
Tras ser retirado de la competencia, su vida como semental del otro lado de América entró en un tobogán vertiginoso. Inicialmente, el costo de su servicio se fijó en 35.000 dólares y cubrió 78 yeguas. Cinco años después, apagado, triste y sin furia, con 4.000 de la moneda norteamericana se podía aspirar a una cría suya y apenas nueve hembras le fueron presentadas. Hasta que, a través de un convenio, se abrió la tranquera de Cuatro Piedras, a una hora del centro de Montevideo. El caballo recuperó su brillo, su energía y se muerde el labio inferior cuando se acercan al box visitas, algunas de ellas emocionadas de volver a verlo, como sus antiguos propietarios uruguayos.
Dicen los que interactúan con él a diario que aquel gesto es otro síntoma de su inteligencia, que es para controlar su impulso de querer morder al que se le arrime. Nunca fue de los mansos, de los que podría convivir con una oveja. Mejor estar alertas al aproximarse. Falta saber si esa furia se transmitirá en los descendientes que compitan en las pistas sudamericanas y, especialmente, en las uruguayas, donde el primero de los dos hijos de Invasor que allí corrieron –Cayetano P, importado desde Estados Unidos– debutó hace siete años ganando un 6 de enero, el día más emblemático de ese hípica, cuando se corre el Gran Premio José Pedro Ramírez (G1). Tal vez haya sido otra señal.
El Classic de la Breeders' Cup 2006
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