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El turf, una industria amenazada por la política migratoria de Trump: el latino le da vida a las "farms" y a los hipódromos
“Sin los mexicanos, los haras de Kentucky no existirían”, dice el irlandés Adrian Wallace, director de ventas de Ashford Stud, un establecimiento de origen irlandés que tiene su casa matriz, Coolmore, en County Kildare, la cuna del caballo de carrera, y satélites en aquel Estado norteamericano y en Australia. Una de las célebres cabañas del mundo. Estados Unidos es el primer productor mundial de caballos sangre pura, con más de 20.000 nacimientos en 2016. La Argentina es cuarta en la lista, con unos 6000.
“Podemos vivir muy bien sin México”, le dijo Donald Trump al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, como lo señala una de las crónicas de Silvia Pisani, corresponsal de la nacion en Washington. Entre los cambios drásticos que quiere imponer desde que sucedió a Barack Obama, la política inmigratoria es un blanco directo para el 45° presidente del país, enfocado en marcar diferencias con el mandatario Demócrata. Por ahora, la Justicia le bloquea esas iniciativas.
Un titular del New York Times de 1962 informaba que “98.299 trabajadores extranjeros son empleados en los campos de Estados Unidos”. Hoy, solamente en Kentucky, se estima que en los 435 farms donde se crían caballos de carrera, hay 6525 trabajadores hispanos. Se sabe que el sector agrícola, la construcción y los servicios son los principales nichos de la mano de obra hispana, sobre todo mexicanos.
“Hacen el trabajo que el americano no quiere hacer”, afirma Ignacio Correas (h.), entrenador argentino que trabajó en California, Maryland y ahora está en Kentucky, con un stud de más de 30 caballos, después de iniciar su carrera en Palermo y San Isidro. Hace 16 años se fue de la Argentina. “Si no fuera por los mexicanos, guatemaltecos, latinos, no habría carreras. Yo tengo mexicanos y guatemaltecos. A algunos hay que formarlos, pero los mexicanos saben mucho de caballos, tienen mucha cultura. En Tijuana hay un hipódromo importante”, añade, y menciona a Víctor Espinoza, uno de los mejores jockeys en América del Norte.
Es inevitable pedirle a Correas una comparación: “Yo no puedo compararlos con grooms [peones] americanos, porque éstos no existen. Sí hay caminadores, gente retirada y galopadores; cuando sirven, enseguida son capataces o asistentes. Pasa como en la Argentina: cuando tenés un correntino o un entrerriano los querés conservar, porque saben más de caballos. Los motores aquí son mexicanos y guatemaltecos, máquinas de trabajar, gente que viene a romperse el alma para ganarse la vida. Probablemente quieren a Estados Unidos más que los americanos. No hay mejor invento que los mexicanos como grooms.
Los hispanos hacen el trabajo que el americano no quiere hacer
“En este momento hay gente horrorizada y gente que está encantada. El centro de este país piensa distinto que en las costas, son países diferentes”, dice Nacho sobre la situación general, donde la administración actual asegura que nunca pronunció la palabra “prohibir” y la mencionaron veinte veces. Nunca creí que iba a ver esto acá. No digo que sea ni bueno ni malo. Obama deportó 2,8 millones de ilegales y el año pasado fue más la gente que se fue que la que entró”.
La cuestión de los indocumentados en Kentucky es controlada por unos 20 inspectores del Servicio de Inmigración y Aduanas (ICE, sus siglas en inglés), que en 2016 aplicó multas y en ciertos casos advertencias que terminaron en el despido de extranjeros en tres haras importantes que empleaban trabajadores indocumentados.
Tom Thornbury es director de ventas de Keeneland, una de las dos firmas de ventas de caballos de carrera más importantes del mundo, que tiene “numerosos trabajadores hispanos, la mayoría en seguridad y mantenimiento, y otros en servicios gastronómicos; en promedio, contamos con entre 80 y 90 empleados de ese origen”, cuenta. Keeneland, ubicado en Lexington, Kentucky, es un complejo que incluye un hipódromo. “En los studs hay 2200 caballos durante cada temporada de carreras del año y un peón tiene dos a cargo”. Esos 1100 hombres que pasan más horas que nadie con el equino no sólo tienen la virtud de hacer el trabajo que los locales no hacen, sino que lo hacen de forma inmejorable; por el trato, por el conocimiento.
Thornbury suscribe la idea de que la industria del turf sería inviable en los Estados Unidos sin los trabajadores hispanos y sienta una posición: “Pese a algunos reclamos recientes de que los inmigrantes ilegales hispanos son «violadores y asesinos», nosotros en la hípica sabemos que no es así. La mayoría están imbuidos de la educación católica, tienen buenos valores familiares y son trabajadores confiables y dedicados. La idea de que los deporten es inconcebible”.
El ejecutivo pone como ejemplo a Javier Barajas, superintendente de Keeneland, encargado de las pistas de arena y césped de uno de los hipódromos más bellos entre los 200 de ese país. Su historia es particular: vivió de niño en Chicago, donde su padre, Jorge, trabajaba en el hipódromo de Arlington. Él es de Ciudad Mante, en Tamaulitas, cerca de la frontera con Texas y el Golfo de México, y sus abuelos eran de Mesa, Arizona. Toda una muestra de lo delgada que es la frontera. De los lazos que ninguna ley podrá cortar.
Javier creció mientras también crecía su pasión por el caballo. Quiso ser jockey, pero su padre lo llevó a trabajar con él. Hoy cumplió el sueño americano: su capacidad lo llevó a asesorar sobre pistas y superficies en hipódromos en todo Estados Unidos y también en el maravilloso Meydan, de Dubai,y en China. También lo contrataron en Monterrico, de Perú, y en el Club Hípico de Santiago, Chile. “He trabajado en pistas en todo el mundo y no hay como el trabajador hispano, muy duro, hace todo bien. Hace historia en cada ciudad. Trato de usar empleados de la misma sangre mía porque, por ejemplo, el trabajo del césped es muy duro, es pesado echar semilla… y ellos son muy dedicados”.
En una gran compañía como Keeneland, los trabajadores tienen encaminados sus papeles, al menos. “Contrato gente que ya está en Estados Unidos. Hay tantos hispanos… son muy amables, todo el tiempo andan contentos, muy felices. Es muy grande la comunidad para trabajar con los caballos y al fin de la temporada regresan a México. Los de Guatemala también son muy trabajadores y tan chaparritos (de pequeña contextura) como los mexicanos, no pesan mucho, y eso es fundamental para montar”.
También es singular la forma en que conoció a su mujer. “Es mexicana, la conocí de vacaciones; ella también vivía en Chicago, pero la conocía de cuando pasaba unos días en un rancho de caballos de sus abuelos, en Tamaulipas”, revela. Entonces, juntos y con el amor por los caballos que les venía de tierra azteca, volvieron a la Ciudad del Viento, en Illinois, y luego se establecieron en Lexington. Tienen dos hijos de nacionalidad estadounidense, que estudian en la Universidad de Kentucky: Roberto, ingeniería civil, y Elizabeth, medicina.
“De chicos los llevaba a la ciudad donde nací para que supieran de dónde venimos, aunque dicen que yo soy más americano que ellos. Hablamos mucho español, pero nos comunicamos más en inglés. Se me había olvidado el español casi, pero trabajando con tantos hispanos tuve que recuperarlo”. Ésa es una característica que se ve en los establos, donde lo preparadores y su asistentes suelen conocer más de un vocablo suelto en español. Los hipódromos de California, por caso, tienen obligación de colocar carteles en castellano, sobre todo los que pueden prevenir accidentes, como el que señala zonas vedadas para caminar con el caballo.
La posición de Javier sobre lo que está pasando es clara: “Ningún hispano debe tener miedo porque la mayoría viene y trabaja duro. Donde quieras que estés, si buscas problemas lo vas a tener. Si quieres trabajar y ayudar a tu familia no tienes problemas. También en Buenos Aires debe pasar. A mis hijos les digo siempre que con mi profesión y gracias a Dios he salido adelante. Nada te dan gratis, debes trabajar y estudiar”.
Ángel Penna dejó la Argentina hace 40 años para trabajar como entrenador en Europa, siguiendo los pasos de su padre, homónimo, una celebridad, uno de los mejores preparadores de la historia del turf mundial. Estuvo en España, Francia y lleva más de 30 años en Estados Unidos. “Son mundos distintos, otra manera de pensar, el estilo. En Europa no trabajan inmigrantes en la hípica”.
La visión de Bocha Penna sobre los trabajadores en Norteamérica es clara: “Me fue muy bien con los iberoamericanos, son gente muy leal, tienen corazón. Los americanos son diferentes, están en esto porque no encontraron su camino, tal vez pudieron ser policías, por ejemplo, y se hacen peones. Un caballo tiene un cólico y el peón mexicano se queda toda la noche con él. En cambio, no hay americanos que levanten la bosta. Hay gente muy buena, la mayoría no es lo que nosotros estamos acostumbrados, pero hay muy buenos”.
Penna destaca también el rol importante de la mujer que trabaja con los caballos, una legión en Estados Unidos: “La cantidad de chicas norteamericanas en el turf se empareja un poco con las latinas. La mujer que entra es porque le gusta el caballo, le gustan los animales. Hay palmaditas, más cariño. El hombre no hace eso”. Y sobre los mexicanos que llegan sin conocimientos, apunta: “Tiene que haber un instinto, deben notarle cosas al caballo que otros no notan, no se puede tener una manera única para manejarlos”.
El entrenador argentino no puede escapar de la sensación de los ciudadanos en este momento: “Lo de los inmigrantes es poco claro; Trump es difícil de leer, es lo menos político que vi en mi vida. Lo eligieron porque habló desde el corazón, pero lo que quiere hacer con los inmigrantes es ilegal, no puede sacar a los delincuentes de las cárceles y deportarlos. Los medios le dan vuelta todo, pero él no quiere echar a todos los inmigrantes ni a los que quieren tener papeles. Igual, hay gente que está hace 30 años y no sabe decir Coca Cola en inglés. Ésos no tuvieron ganas de aprender, de mejorar, de trabajar con los documentos en orden. Los hispanos que han venido con su familia a salir adelante lo consiguieron”.
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