En 2007, la ciudad de Buenos Aires y parte del conurbano disfrutaron de un fenómeno meteorológico que no acontecía desde 1918: pasado el mediodía del 9 de julio, una nevada fue el resultado del choque del viento frío que llegaba desde la Antártida y un centro de baja presión proveniente desde la Cordillera de los Andes. El feriado fue el cómplice perfecto para que chicos y grandes salieran a las calles y plazas a disfrutar de un escenario inolvidable. Y a media tarde, cuando los copos comenzaron a caer sobre la capital, en el hipódromo de Palermo nació una leyenda.
El termómetro marcaba una sensación térmica de 1,4 grados bajo cero en el barrio porteño. Sobre la pista de arena, siete caballos entregaban una imagen nunca vista al largar delante de una de las tribunas el Clásico Chacabuco (G2), sobre 2500 metros, con lo que pasarían dos veces por delante de los atónitos ojos del público. En ese contexto, Calidoscopio atropelló de la mano de jockey Jacinto Herrera al primero de sus grandes hits, por la cabeza.
"Fue un día especial porque gané el clásico, pero también lo fue para todos los que pudieron verlo. Nunca había visto nieve ni volví a correr con nieve", recuerda el jinete, que creció en Perú, se radicó en la Argentina en 1991 –al cumplir los 18 años– y actualmente compite en los Estados Unidos, donde retomó la profesión en 2014, luego de un retiro por seis años tras un accidente. "Aquel 9 de julio hacía un frío terrible y la sensación de correr en esas condiciones fue hermosa, como poder ganar la carrera principal con ese caballo, que era muy noble, lindo, manso, completo", recuerda.
"Con el caballo nos entendíamos muy bien –describe Herrera–. De potrillo era lerdo, de familia para la distancia. No había que contradecirlo. Le gustaba venir de menor a mayor, dejarlo que se acomode y cuando faltaba una milla ir empujándolo y, desde los 1000 u 800 metros acercarlo porque él tenía una atropellada firme y pareja, y había que aguantarlo". Y el peruano pone un ejemplo de que intentar llevarlo de otro modo era contraproducente: "En un gran premio, como siempre quedaba muy lejos, me hicieron cambiar y traerlo más cerca, por lo que tuve que sacarlo de su modalidad, lo moví temprano para venir cerca… y llegó donde tenía que llegar. No era su forma, no le gustaba eso y a partir de allí, nos convencimos que había que comprenderlo nada más y no cambiarle el estilo".
El gran triunfo sobre la nieve
En la Argentina, el alazán no solo ganó en la nieve, sino que también lo hizo en la arena, el barro, el césped, la altura y hasta en el tribunal de faltas, por decisión de los jueces en una carrera en la que había sido segundo en la cancha, pero perjudicado en el desarrollo por Mestre, el único que se le adelantó al trasponer la meta. También pasó un temblor de este lado del mundo: fue a Chile y corrió –desestribado porque se le cortó una estribera durante la prueba– un Latinoamericano en el Club Hípico, en el sentido inverso a la Argentina, en un gran premio que se disputó seis meses después de lo previsto porque un terremoto en Santiago obligó a la postergación. Por suerte para sus dueños, el viaje inicial estaba programado horas más tarde de la que aconteció el sismo y aguardó la reprogramación en Buenos Aires.
Dos veces se subió Calidoscopio al camión para ir a La Punta, San Luis, donde se corre a 700m sobre el nivel del mar. En la primera oportunidad terminó segundo. Un año después, no falló en una carrera a la que llegó con dificultades para ver, tras haber amanecido con los ojos enrojecidos, fruto de una alergia que se le asignó a la viruta de la cama en la que durmió. Pablo Falero, su jockey en ese momento, había sufrido los atrasos que casi a diario ya se producían por entonces en Aeroparque y, después de aterrizar en Mendoza y subirse a un remise, llegó a la ciudad puntana avanzada la madrugada. Pudo dormir seis horas y un bajón de presión lo hizo dudar de montarlo. El final fue feliz para todos.
Falero había llegado a las riendas de Calidoscopio en 2009, cuando Herrera estaba convaleciente por la caída. No hubo un mensaje entre ellos. Y Pablo también aprendió de la experiencia. "Era un caballo trabajador en las mañanas, muy ágil. Por eso la primera vez que lo corrí dije que lo iba a traer donde quisiera en el desarrollo. Pero nos fue mal. A la carrera siguiente, en la largada nos golpearon, quedó último y llegó tercero; ese día me enseñó que tenía que traerlo así", revela el uruguayo.
Luego fue el tiempo de viajar a los Estados Unidos y sorprender al mundo en su mayor aventura, en manos de Aaron Gryder, al que Falero le transmitió todos sus secretos. Tras habérsele extirpado el bazo por un accidente, el coloniense viajó para hacer su trabajo desde abajo: convencer al norteamericano que la única forma de ganar era moverse último, muy alejado del lote, como nadie se atrevería a hacerlo allá, en una hípica en la que todo en más vertiginoso. Salió como fue planeado en el Marathon (G2-2800m), para edificar la atropellada más memorable de la historia de la Breeders’ Cup, el festival de carreras millonario que reúne cada año a los mejores caballos del mundo. "Le dije que hasta faltando 1000 metros lo trajera solo y después sí comenzara a buscarlo, porque atropellaba. Me creyó", explica Pablo, sonriente.
La victoria en la Breeders' Cup
Durante seis años, Calidoscopio disputó 42 competencias y se impuso en 11, incluyendo dos de las tres que corrió en suelo norteamericano. A casi siete años de aquellos éxitos en Santa Anita Park, junto a la falla de San Andrés, en California, y Belmont Park, en Nueva York, el planeta hípico todavía observa con incredulidad las imágenes de aquellos clásicos, como si en las repeticiones nunca fuera a ser capaz de descontar toda la diferencia que le habían sacado sus rivales. El último de aquellos éxitos, en el Brooklyn Handicap (G2) marcó la despedida. "Ese día llovieron 150mm y el entrenador (Mike Puype) nos preguntó si era barrero. Le dijimos que era una lancha", recuerdan Juan Carlos Echeverz, uno de los dueños, y Guillermo Frenkel Santillán, el cuidador que edificó su campaña en la Argentina.
"Cuando volvió a California, Puype nos avisó que estaba lesionado en una mano. A los 10 años, no tenía sentido pagar el aforo para que quede en Estados Unidos y ver cuándo iba a poder volver a correr. Era pedirle demasiado. Por eso decidimos retirarlo", profundiza Echeverz, convencido de que fue la mejor decisión y un gesto de agradecimiento.
La última carrera de Calidoscopio, en Nueva York
En San Isidro, Calidoscopio ganó una, la más larga del calendario argentino, la única que se desarrolla actualmente en 3000 metros. Y en ese mismo escenario de césped tuvo su despedida, un galope delante del público, cuando volvió al país ya finalizada su campaña para probarse como semental. Habían pasado seis años de aquella nevada que fue el primer mojón de su espíritu aventurero. El regreso había sido largo, con varias escalas y llegó algo agotado, justo cuando ya se iniciaba la temporada de servicios, un tanto exhausto para preñar tan pronto.
El caballo había nacido en La Quebrada en septiembre de 2003 y llegó al grupo de propietarios que encabezaba Echeverz dos años más tarde. Es hijo de Luhuk, un semental norteamericano de muy buenas referencias, y Calderona, una yegua que había dado múltiples ganadores. "Vas a un haras, ves físicos y pedigree, y te enamorás a primera vista. A veces te sale bien, muchas veces te equivocás. Aquella vez lo compramos a él y a una yegua, que apenas ganó una vez", recuerda el titular de Doña Pancha, la caballeriza que lleva los colores de la bandera argentina.
En su campo del sur de Córdoba retoza por estos días Calidoscopio, dedicado a la reproducción. "Ahí lo llevé para la segunda temporada, después de un año en La Quebrada. Tiene pocas crías, la mayoría de ellas mías o de algunos amigos", describe. Según el Stud Book Argentino, como padrillo tuvo 35 hijos en cinco años y nueve de ellos ya llegaron a las pistas, pero más de la mitad no está en edad de competir. Ninguno ganó todavía. Eso será parte de otra historia.
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