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Diego Maradona y la década ganada con los caballos: éxitos, anécdotas y nombres curiosos
Diego Maradona siempre consideró al caballo como "el animal más lindo que existe". En su infancia, en Villa Fiorito, los veía pasar y se ilusionaba con tener uno. No había límites para su imaginación ya por entonces, y más allá de la pelota de fútbol. Uno de sus tíos vendía carbón y aquel "grandote y patón de carro" –como lo recordaba el hoy DT al potro hace un tiempo en una entrevista televisiva– era el compañero perfecto para salir a ofrecer la mercadería y volver con plata para la comida a la casa familiar.
Pelusa nunca logró montar a aquel caballo. Debió esperar hasta la década del ’90, sobre el final de su trayectoria como futbolista, para darse el gusto cuando se compró un campo en el oeste del Gran Buenos Aires, sumó algunos criollos (y otros petisos para sus hijas Dalma y Giannina) e hizo construir unos boxes. Para entonces, comenzaba a disfrutar de otros, los de carrera y como propietario. Hasta unos años antes, lo más cerca que había estado de un hipódromo había sido en Italia, cuando el de Agnano, uno de los más antiguos de ese país, fue una de las zonas elegidas para trabajar en lo físico al aire libre en su preparación para México 1986, mientras jugaba en Napoli. "Era un lugar amplio, con mucho verde y muy tranquilo por las mañanas", recuerda Fernando Signorini, que era su preparador físico por entonces.
Aquellas hectáreas en suelo bonaerense, inmerso ya en el mundo del turf argentino, fueron el centro de reunión con jockeys, entrenadores, criadores y otros propietarios. Y lo que no podía faltar: partidos de fútbol y asados, como aquel 7 de enero de 1992, cuando sus días felices en suelo napolitano eran historia y Sevilla aparecía en el horizonte. "Diego jugaba de 2 y con los botines desatados. Nos divertíamos mucho. Esa mañana vi por primera vez a un tipo con una cara de felicidad tremenda porque le habían hecho un caño. (El cuidador) Dany Etchechoury, al que se le habían roto las zapatillas y se la emparcharon con una cinta, quiso sacarle la pelota cuando salió jugando y Maradona le metió un túnel bárbaro. Dany se quedó sonriendo en el lugar", recuerda Pablo Díaz, que por entonces tenía 22 años y estaba dando sus primeros pasos en la cuida. Su hermano Ignacio también protagonizó otra anécdota. "Nacho, que era muy rústico, lo cruzó abajo pero le sacó una pelota limpita, y todos lo aplaudían y lo felicitaban. A la jugada siguiente, Diego le puso el cuerpo y él se lo llevó puesto. Desde el piso, Maradona le decía ‘no, nene, así no’ y todos empezaron a mirarlo serio, como recriminándole que lo había partido. Le pusieron hielo, llamaron a un traumatólogo para que lo vea y Nacho, que empezaba a sentirse mal por eso, le fue a preguntar si estaba bien. Diego, sonriendo, le respondió que sí, pero que estaba cansado y quería terminar el partido. En las horas siguientes, cada vez que lo veían cerca de él, aparecía alguno para separarlo, cargándolo de que le iba a pegar otra vez", revive Pablo.
Ese día, el padre de Diego fue el asador y Claudia Villafañe, todavía su mujer y con Giannina en brazos, se desvivía igual por atenderlos a todos. Maradona, retratado todo el tiempo, pidió una cámara luego del almuerzo y dijo que él también quería sacarles fotos. Y así lo hizo, parado sobre un banco. Por la tarde, incluso, un grupo de padres de un colegio de la zona fue a jugar contra el equipo de Diego y al lado de la cancha estaban todos sus hijos, con el uniforme blanco, cantando como si estuvieran en la cancha.
Ya campeón del mundo y en aquella ostentosa boda en el Luna Park en 1989, uno de los regalos más extravagantes había sido la mitad de una potranca nacida en la cuna de Yatasto, la máxima celebridad argentina de cuatro patas del siglo pasado. Se la bautizó Dalma Nerea, como su primogénita, y fue la que lo insertó a Diego al mundo hípico, al que estaría ligado hasta 2001, durante toda la década que duró la convertibilidad, cuando el peso argentino equivalía un dólar. La alazana, cuya otra mitad conservó su criador, Héctor Del Piano, apenas llegó a correr una vez, el 17 de abril de 1991, pero lo hizo muy mal y fue retirada de la competencia y destinada a la reproducción, donde dio a luz cinco crías, todos machos a los que Maradona bautizó Diegol, Nob, Nico, Guillote y Cani.
El primero de ellos, un auto homenaje al llevar uno de sus apodos, consiguió seis triunfos, cinco en Palermo y otro, el mejor de todos, en el GP Joaquín V. González, el 18 de noviembre de 1997. Aquella tarde, de fiesta en La Plata, Maradona siguió el clásico desde su casa en Villa Devoto. Nob –una referencia a su paso por Newell’s– nunca ganó, como la madre y como Genioan, Lechuzón, Punk Style, Mister Cuadro, Dalgian y Babour. Nico venció en dos ocasiones, las dos últimas que corrió, en La Plata, en diciembre de 2001. Guillote (por Coppola) y Cani (por Caniggia) jamás corrieron.
Diegol, en su mejor triunfo
Todos ellos pasaron por el stud La Bombonera, cuya identificación en las pistas era una chaquetilla azul con brazales y gorra amarilla, los colores de Boca. Y hubo otros, de otras corrientes sanguíneas y buenos rendimientos. Con Midri logró sus primeras cuatro victorias, una en San Isidro y tres en Palermo. "Aunque sea mío, no lo puedo subir. Se lo dejo a Valdi", bromeaba Maradona, por aquellos días. Valdi es Jorge Valdivieso, el Maradona de la fusta de ese momento, que le montaba los caballos cuando sus compromisos se lo permitían. Y sucedía seguido. El debut triunfal del potrillo fue el 18 de enero 1992, en San Isidro; a continuación terminó segundo en un clásico para productos y completó cuatro primeros puestos en tres temporadas. Persuasivo Fitz ganó tres en San Isidro, incluso el Pedro Chapar (G3) en septiembre de 1998, y otra en Palermo, antes de ser vendido. Muy Enamorada se impuso en dos ocasiones. Entre todos corrieron 101 carreras. Ganaron 18 veces y acumularon premios por 194.869 pesos.
El triunfo de Persuasivo Fitz, en San Isidro
"Nunca pensé que iba a estar tan cerca de él y menos que íbamos a terminar siendo dueños de un caballo, porque Juan Carlos Bagó nos regaló uno e hicimos una sociedad entre los tres", confía Valdivieso, hoy juez en el Comisariato de San Isidro. Era Persuasivo Fitz, al que Bagó crio en Firmamento y luego fue vendido a los Emiratos Árabes. "Nos divertíamos mucho. Es un crack como persona. Creo que en el hipódromo no sentía tanto ese acoso de ser Maradona y que todos lo persiguieran", dice, casi como pensando en voz alta.
Trae recuerdos de aquellos tiempos que lo avalan. "Vino cuando la Gremial de Profesionales inauguró la cancha de paddle. Lo invitamos y no dudó. Después, ya como DT, volvió con los jugadores de Mandiyú a una comida y unos días más tarde, me quebré la tibia y el peroné en un accidente, se enteró y apareció por la habitación en la que estaba internado. ¡El revuelo que era ese sanatorio!", repasa Valdi, hincha xeneize. "Los jueves nos juntábamos algunos jockeys y entrenadores por la zona de Martínez a jugar a la pelota, nos abrigábamos para transpirar y a los 40 minutos ya nos tirábamos todos al piso. Había una particularidad: era los de Boca contra los de River. Un día, le dije a Dany Etchechoury que el próximo partido íbamos a jugar por algo. Lo llamé a Diego y le propuse que viniera de sorpresa. Enseguida se enganchó. Nos encontramos en una confitería, donde se empezó a acumular gente, y llegamos al club cuando todos se estaban cambiando. Él entró al vestuario saludando normalmente, pero a medida que iban levantando la cabeza los que estaban ahí se empezaban a codear y vos veías lo que eran esas caras. Fue una revolución el lugar. Pero, además, se cansó de hacer goles. Las de él iban todas adentro, las de todos los demás estallaban contra el alambrado. Ya en un momento, los escuchabas que decían «no erra una» o «los hace porque lo dejan solo». Se quejaban. Al final no jugamos por nada, pero ganamos por goleada", amplía, y se ríe mientras lo revive. Maradona y Valdi perdieron contacto más adelante. El ex jockey, asegura, más de una vez pensó en visitarlo en algún lugar.
Cuando Diego comenzó a ganar carreras, el peruano Jacinto Herrera había llegado para discutirle el trono a Valdivieso. La primera vez que él montó a Midri, ganaron en Palermo. Maradona no siempre iba a ver las carreras, pero estuvo ese día. Le corrió unas pocas veces más el limeño. Tiempo después, Herrera estaba cenando en familia en Las Cañitas, Diego llegó al restaurante y se dio una escena particular. "Les dije a mis hijos Carolina y Rafael, que tendrían unos 8 y 10 años, si querían conocerlo y se ilusionaron. Maradona estaba con Coppola y (Carlos) Bianchi, con su esposa y su hija Brenda. Yo fui detrás y esperaba que dejara de hablar, para no interrumpirlo y pedirle que saludara a mis chicos. Coppola me preguntó qué necesitaba y cuando le dije que era para saludar a Diego, él levantó la mirada y me dice ‘Jacinto querido, ¿como éstas?’ y de pronto, en la punta de la mesa, la hija de Bianchi se largó a llorar porque se acordó de que su abuelo la llevaba a ver las carreras cuando era chica. Se generó un clima divertido porque al final Carlos le recriminó, con humor, que no había llorado por él cuando Vélez ganó la Copa Intercontinental y lloraba por mí", revela Jacinto, actualmente en los Estados Unidos.
Ignacio Correas fue el primer entrenador de sus caballos. Lleva casi dos décadas en tierra norteamericana y acaba de vivir su mejor temporada allí. A la distancia, se le apilan los recuerdos de aquellos tiempos al lado de Diego. "Después de comer un asado un mediodía en el stud, se sacó la primera foto con la camiseta de Sevilla y fue ésa la tapa de Marca al día siguiente. Fue toda una sorpresa para nosotros. No sabíamos nada. Una noche hicimos una comida, vino (el actor egipcio) Omar Shariff y Maradona cantó unos tangos hasta las 3 o 4 de la mañana con Julia Elena Dávalos, las Guitarras Argentinas, el Chino Martínez y el Payita Díaz. Le gustaba venir, y cantar, y también fue un par de veces al haras y se quedó", relata, casi como pensando en voz alta.
Su amigo Jorge Mayansky Neer tomó la posta de la preparación de los caballos. Toda una paradoja: es un fanático de River el cuidador que obtuvo la última estadística de Palermo. "A mi hijo más chico le puse Diego por él, y casi le pongo Diego Armando", confiesa quien recuerda de Maradona "su memoria prodigiosa" y ansía volver a encontrarlo en algún momento. "Venía al stud con la familia. Tenía más contacto con Coco Villafañe y Carlos Fren, que seguían más el día a día de los caballos, pero tengo presente que era muy apasionado y cuando no iba a las carreras y ganábamos con alguno, enseguida me llamaba", añade, y cita al que era su suegro y al ex futbolista y DT, que formó dupla con él cuando dirigieron a Mandiyú y Racing. "El día siguiente al que Diegol ganó el Grupo 1, hizo un asado en el stud y bromeaba mucho con todos, como siempre", repasa el preparador. Junto a él, en una mesa en la Tribuna Oficial de Palermo, vio el Gran Premio Nacional de 1996, por ejemplo.
Aquel emblemático 9 de noviembre, Refinado Tom ganó el Derby, tras haberse impuesto en la Polla de Potrillos y el Jockey Club, y obtuvo la Triple Corona. Ninguno volvió a lograrlo en la Argentina. Diego fue quien le entregó la copa a su amigo Valdivieso, el jinete del campeón, rodeado de una multitud. Mucho más cerca en el tiempo, mientras vivió en Dubai, el hipódromo fue un punto de encuentro cada fin de marzo durante las grandes galas para Diego. Allí siguió desde un palco las carreras en Meydan, el último construido en el Emirato, donde se corre la serie millonaria en la que todos quieren competir. En La Plata, a espaldas del banco de Gimnasia, vuelve a estar muy cerca, a un puñado de cuadras, de otro de los amores de su vida, los caballos.
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