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Osvaldo Alderete, el jockey que perdió un riñón y un año después volvió a su tierra para ganar la carrera que siempre soñó
Osvaldo Alderete es el jockey que este martes ganó una batalla, pero antes había ganado una guerra. Es un símbolo de superación ese atleta que se sentía como un chico en un parque de diversiones tras llevar al triunfo a Teenek en el Gran Premio Batalla de Tucumán, la carrera más importante de esa provincia norteña y una de las citas más emblemáticas del turf del interior. Nacido hace 32 años en las afueras de la capital tucumana, siempre sostuvo: "Cada tanto vuelvo a mi provincia, porque me falta ganar el Batalla, que vale como un Grupo 1 de los de acá, pero es más lindo para los que somos de allá". No hay desarraigo. Fue su búsqueda de progreso lo que lo alejó de su tierra. Por eso, el festejo hasta la madrugada en familia y con amigos y ningún compromiso asumido en Buenos Aires para retrasar el regreso hasta el jueves. Fe, le dicen, aunque el suyo no era el favorito.
Tras imponerse en diciembre de 2017 en la carrera más buscada por todos en el país, el Gran Premio Carlos Pellegrini, con Puerto Escondido, y comenzar 2018 levantando por segundo año seguido la primera copa del más alto nivel en la Argentina con el mismo caballo, a Alderete se le vino el mundo abajo. Antes de ambos triunfos un golpe fuerte ya le había sacudido los huesos y tuvo que ver desde una tribuna como Pablo Falero lo reemplazaba en otra conquista grande de ese caballo, la Copa de Oro, también en San Isidro. Y en su mejor momento, una fractura de clavícula lo sacó otra vez de carrera el año pasado, por poco más de dos meses.
Luego, a fines de julio, cuando estaba entrando en ritmo, una nueva caída, en una mañana de entrenamientos lo llevó a límites más severos. De urgencia, debió extirpársele un riñón, entre tantos otros magullones. En la larga convalecencia y ansioso por volver a correr, no encontraba la paz. Le decían que no iba a poder montar nunca más. Los médicos, como siempre, no anticipaban pronósticos. La prioridad era que Osvaldo se sanara, los puntos cerraran y Alderete asimilara bien orgánicamente la operación. No pudo ir a correr el Batalla, claro, pero su pasión y temple le ganaron a los agoreros. Cuatro meses más tarde, volvió a las pistas.
José Luis García compró a Teenek para correr esta carrera y siguió las alternativas desde el sanatorio en el que estaba internado, justo el día de su cumpleaños. El Colorado, ante la alegría, abandonó la clínica y se fue al hipódromo a festejar.
Para Osvaldo, el caballo siempre fue un aliado para ganarse el pan, aunque paradójicamente hoy deba controlarse para mantener el peso como todo jockey. De chico lo fue cuando iba con su hermano Víctor a vender alimentos en un carro, "aunque el frío o la lluvia nos hicieran doler los huesos". Y desde hace dieciséis años, en los hipódromos, tras pasar por las cuadreras. "De pequeño, en casa aprendimos a respetar al caballo. Sabíamos que tenían que estar siempre listos y muy bien para ir a ganarse el peso cada mañana", recordó a La Nación tiempo atrás el jinete, hincha de Atlético Tucumán y fanático de la música de la Mona Jiménez.
El triunfo en el Batalla de Tucumán
Sus inicios fueron a casi 1100 kilómetros de Buenos Aires. Al principio en la calle, como se denomina a las pruebas fuera de los circuitos oficiales. Más temprano que tarde, en el hipódromo del Jardín de la República, el de la hazaña reciente ante 40.000 personas. Toda una particularidad la suya: estuvo en la escuela de aprendices de sus pagos pero además debió revalidar su educación en las riendas en la del hipódromo del Jockey Club, donde transcurrió apenas un año hasta que fue habilitado para correr. Estuvo más tiempo como alumno que como aprendiz: a nueve meses del debut, ganó en La Plata con Jungle Emperor y llegó a los 120 triunfos que se necesitan para graduarse. Fue en 2010. Ahora ya apila más de 700 primeros puestos.
Papá de Mateo, que en 2013 vino con un gran premio bajo el brazo, el Maipú, en Palermo, y la pequeña Emma, de 3 años, Osvaldo (o Fleco, como lo apodan en su tierra) está en pareja con Johana Pinillo. Silverio y Eugenia, los padres, siguen viviendo en Tucumán. Ellos son su mayor tesoro. Solo faltaba el Batalla.
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