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Una marea humana y una víctima que murió cuatro años después: la trágica tarde que enlutó al fútbol inglés
Sucedió en un encuentro de la Copa de Inglaterra; la inoperancia policial produjo un desborde de hinchas en un pequeño espacio de la cancha
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El 15 de abril de 1989 sucedió una de las tragedias más tristes y significativas del fútbol de Inglaterra. En esa fecha, en el marco de la semifinal de la Copa inglesa, Liverpool se enfrentó al Nottingham Forest en el estadio del Sheffield Wednesday. A los 6 minutos de comenzado el encuentro, el árbitro Ray Lewis decidió que no podía seguir su curso normal por faltas de garantías.
Frente a él y los jugadores, los hinchas del Liverpool sobrevivían a un tumulto generalizado por la ineficiencia policial en los controles. Un desborde humano que trepaba el alambrado hacia el campo de juego, o bien era asistido por los que estaban en la tribuna superior, que en una suerte de salvataje estiraban sus manos como sogas para rescatarlos. Este hecho decantó en la muerte de 94 personas. Cuatro días más tarde, Lee Nicol, de 14 años, fue la victima 95; en marzo de 1993, tras estar cuatro años en coma, Tony Bland integró el fatal número de 96 fallecidos.
“El partido ha comenzado bien, pero ahora se desata el caos, con hinchas que saltan al césped. Me asusta decir que la policía esté sacando espectadores del campo, la grada rebalsa. Algo muy grave está sucediendo donde se encuentran los aficionados del Liverpool”, anunciaba la transmisión de la BBC al ver a la gente apelmazada, desesperada por sobrevivir a la marea humana, y a la vez luchando contra los organismos de seguridad, que creyeron que era una común estampida de los hooligans, una corriente de la época que sería el sinónimo del barrabrava en Argentina, y que trabaron los accesos al campo de juego.
“Era una grada tradicional, pero dividida en sectores separados por vallas. Eran como jaulas de ganado en vez de un espacio donde la gente se podía distribuir”, comentó un tiempo después el periodista John Thompson del medio Liverpool ECHO.
La ayuda médica demoró su ingreso por la falta de autorización de la policía. Los fanáticos, a medida que sorteaban los obstáculos y podían encontrar tierra firme en el campo de juego, se abrazaban entre sí. Los carteles de publicidad fueron arrancados para usarlos como camillas y así poder cubrir con una amplia demanda producto de un desmadre que sería fatal. El desconcierto era total. Los jugadores, por recomendación de la terna arbitral, se dirigieron al vestuario y se enteraron de lo que pasaba media hora después.
“Me sentía en un túnel hacia la muerte”, relató Adrián, uno de los sobrevivientes, que atravesó un pasillo a paso de tortuga, mientras en el fondo, 22 jugadores aguardaban por el pitido inicial. “Antes de que empezara el partido empecé a sentir pánico. Solo podía mover mi cabeza, mis ojos y mi boca. Cuando crucé mirada con un policía, atiné a decirle ‘¡Ayúdanos!’, y él se río”, completó, para pintar el panorama tétrico que les tocó vivir a quienes pueden contarlo hoy en día.
La tragedia de Hillsborough fue un antes y un después en Inglaterra. La presidenta Margaret Thatcher lo utilizaría como la punta de lanza para cambiar los protocolos en los estadios e impulsar la modernización de los mismos, para la posterior creación de la Premier League, la que muchos califican como la mejor liga del mundo.
Por otro lado, los familiares de las víctimas pasaron años en búsqueda de justicia. Uno de los motivos que enardeció a quienes perdieron a sus seres queridos fue la manipulación de los informes policiales, que en principio responsabilizaron a los propios hinchas por su conducta desobediente. Las investigaciones del caso reflejaron la clara inoperancia de los organizadores y los encargados de seguridad, que acorralados por la masividad del evento liberaron los accesos, sin saber -o algunos dicen que sí- de lo que podría pasar.
El 12 de septiembre de 2012, el primer ministro David Cameron -tras un informe de una comisión independiente que determinó como culpable a la policía de South Yorkshire- realizó un pedido de disculpas en medio de una sesión de la Cámara de Diputados, que conformó a medias a las familias damnificadas, quienes resistieron en el tiempo y admitieron, además, que se denigraron a los fallecidos, a los cuales se los cargó de culpa por la tragedia.
En un nuevo aniversario del accidente, aún se siguen alzando las camisetas con el número 96. A pesar que pasaron 33 años del suceso, las investigaciones siguen su curso. El pedido de disculpas no alcanza para tapar semejante vacío de las familias y el daño psicólogo, irreversible, de algunos sobrevivientes los han llevado al suicidio.
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