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Tokio 2020: optimismo, pandemia y los cerezos en flor
Tokio celebró este fin de semana la floración de los cerezos (sakura). Salieron miles a contemplar esa belleza. Es la tradición del Hanami. Flores esponjosas de colores blancos y rosas que cuelgan de delicados tallos y son veneradas como una diosa. Fiesta primaveral. Milenaria. Ochocientos cerezos en el Parque Ueno. Y los de Shinjuku Gyoen. Hubo picnic debajo de los cerezos. La multitud, claro, fue algo menor. Había carteles sugiriendo restricciones. En Tokio, una ciudad con 38 millones de personas, todavía se puede comer ramen a las cuatro de la mañana. Viajar en subte y trenes. En abril, dicen autoridades, reabrirán escuelas y volverán las ligas de béisbol y fútbol. El domingo, sin público, se celebró el Torneo de Sumo de Primavera. La figura fue Asanoyama, 177 kilos. Un día antes, cincuenta mil personas hicieron largas filas por el arribo de la antorcha olímpica. Japón tiene la población más vieja del mundo. Y muy fumadora. Y está cerca de China. Pero el coronavirus atacó relativamente poco. A Tokio, claro, le costó aceptar lo que todos ya sabían. Que los Juegos Olímpicos no podrían comenzar.
El olimpismo vive de los símbolos. Aún hoy cuenta como si se hubiesen realizado los tres Juegos de Verano que fueron cancelados por las Guerras Mundiales (1916, 1940 y 1944). Ahora toca "la maldición de cada cuarenta años". Porque a la cancelación de 1940 –cuya sede original también era Japón– le siguió el duro boicot de Moscú 1980. Los Juegos de 2020 son los primeros de la historia moderna que son aplazados. Japón había planificado un gasto de 7300 millones de dólares. Lo elevó a 12.600 millones, aunque el periódico financiero Nikkei habla de 28.000 millones. Juegos gigantes. Sin contar público, 150.000 personas acreditadas. Once mil atletas más seis mil asistentes de 206 países que conviven tres semanas en una Villa Olímpica. Una locura en plena pandemia. El Comité Olímpico Internacional (COI) tiene seguro. Y tiene también la palabra final en el contrato de 81 páginas. Y el okey de aplazamiento que le dio la NBC (la TV paga más del 70 por ciento de los casi 6000 millones de su presupuesto cuatrienal). Thomas Bach, presidente olímpico, precisaba igualmente un acuerdo con los organizadores para evitar eventuales demandas. Pero ya estaba rozando el ridículo. Una semana atrás había pedido a los atletas que siguieran entrenándose "a toda máquina".
The New York Times preguntó a Bach si acaso estaba instando a los atletas a violar decretos de cuarentenas de sus gobiernos. "No vivimos en una burbuja", respondió el alemán. Hay atletas que dedican no solo tiempo y esfuerzo, sino que además se endeudan para cumplir su sueño olímpico. También estrellas que, hasta hace apenas días, nadaban recluídos en ciudades que son corazón de la pandemia, con la muerte a su lado. Y atletas que, como dijo el regatista Santiago Lange, se incluyen en el encierro, pero cuando ven que el viento mueve las ramas de los árboles, piensan entonces que algún rival se está entrenando. "Si en pleno partido me avisan que se viene el fin del mundo –me dijo años atrás Roberto Perfumo– yo igual me quedo en la cancha hasta que no vea que salió el último jugador rival". Pero las encuestas decían que la mayor parte de los atletas, pilar filósofico del olimpismo ("todo es por ellos"), se negaban a competir en plena pandemia. Es posible que dirigentes que prefieren Juegos más elitistas y menos universales, hayan aprovechado a golpear a Bach. Pero el alemán subió el domingo la apuesta. Pidió cuatro semanas más de tiempo. Ayer dijo basta.
Cuando el lunes la suspensión de los Juegos ya era un hecho, Tokio, qué ironía, anunció su mayor número de infectados en un día (17). Aunque algunos sospechan que hubo información retenida justamente por los Juegos, Tokio sumaba hasta el martes un total bajo de 171 casos (cuatro muertes). Admite ahora que espera unos cuatro mil casos para abril. El gobierno amenazó ayer con un bloqueo si los números crecen. Y prohibió el ingreso de ciudadanos de diecinueve países. Japón iniciará igualmente mañana, jueves, el recorrido de la llama olímpica. Ayer decidió que mejor se haga todo dentro de un automóvil. Y sin multitudes. Al Olimpismo no le alcanzó siquiera su mensaje de valores humanistas para combatir la pandemia. Es que los héroes no son hoy los atletas sino los médicos. Y las metáforas bélicas dejaron de pertenecer al deporte. Los gobiernos las usan ahora en la lucha contra el coronavirus.
La llama olímpica, que tiene forma de cerezo en flor, iniciará igualmente mañana su recorrido en Fukushima. Elegida como símbolo por el desastre nuclear de 2011, Fukushima cuenta con uno de los tres cerezos más importantes de Japón, monumento nacional de 13,5 metros de altura, 25 metros de ancho y más de mil años. Su flor, símbolo también de los guerrero samurai, es frágil y fugaz. En la cultura japonesa, la floración de los cerezos, que dura en su plenitud apenas días, simboliza también el carácter efímero de la existencia. Recuerdo "Cerezos en flor", una hermosa película de 2009 de la alemana Doris Dorrie. Padres, hijos, muerte, soledad, Monte Fuji y danza butoh. Y una preciosa historia de amor. "La belleza de los cerezos en flor –dice uno de los protagonistas– es cosa de un día, pero el recuerdo de haber amado dura toda la eternidad".
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