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Tokio 2020. Naomí Osaka y Simone Biles: la salud antes que el oro
Primero fue Naomi Osaka. La formidable tenista japonesa avisó que sufría problemas dos meses atrás, cuando abandonó Roland Garros porque no podía afrontar las conferencias de prensa. Reapareció 15 días antes de los Juegos. “Está bien no estar bien”, le dijo a la revista Time. Japón, patria olvidada, la eligió símbolo de la competencia. Sus patrocinadores felices. Le pagan más del 90 por ciento de sus ingresos (55 millones de dólares). Ayer, inesperado, Naomí fue eliminada en dos sets por la N° 42 del mundo. Horas después fue el turno de la gimnasta estadounidense Simone Biles. La figura de Tokio 2020 también había avisado. Una semana antes de partir a Japón, The New York Times le preguntó cuál había sido el momento más feliz de su carrera. “Mi tiempo libre”, respondió Biles. Ayer se retiró en la final femenina por equipos. “No pude contener la lucha contra todos esos demonios. Es una mierda que haya sucedido en los Juegos Olímpicos”.
Osaka y Biles arribaron a Tokio como figuras doradas, pero también muy orgullosas de su condición de mujeres negras y empoderadas. Voceras de injusticias sociales. Osaka, que tiene apenas 23 años, paró un torneo el año pasado tras un enésimo caso de brutalidad policial contra un ciudadano negro. Salió a cada uno de sus partidos del US Open con un barbijo que mencionaba a las víctimas. Y marchó como una más en Minneapolis tras el homicidio de George Floyd. En su flamante documental de Netflix, Naomi aplasta en el US Open a Coco Gauf, de quince años, sensación negra del tenis de Estados Unidos. La ve sufriendo y la invita a compartir su entrevista dentro de la cancha. La homenajea. Felicita a sus padres. Y llora. “Quería ayudarla a salir de la cancha con la cabeza en alto. Sólo quiero que sepa cuidarse a sí misma”. En realidad, Osaka estaba hablando de ella. Juega tenis desde los tres años. En canchas públicas de la mano de su padre haitiano. Ocho horas por día. Ya consagrada, se filma caminando sin rumbo tras una derrota. Devastada otra noche tras la muerte de su amigo Kobe Bryant. Con su propia fragilidad. “¿Qué pasaría si el mundo se detuviera?”, se pregunta Naomi. “Si el tenis se detuviera”.
Además de Netflix y la tapa de Time, Osaka, que también se dedica al diseño de ropa, apareció antes de los Juegos posando para Vogue y Sports Illustrated y promocionando una muñeca Barbie, producciones previas a su crisis emocional. “Desde que dijo que es demasiado introvertida para hablar con los medios ha lanzado un reality show”, la criticó sin embargo Megyn Kelly, ex periodista de Fox News. Oliver Brown, columnista principal del Telegraph, descubrió contradicciones y la calificó de “princesa engreída”. Su pecado fue renunciar a una conferencia de prensa en siete años de carrera. Fue multada y amenazada con sanciones más graves. Se vio obligada a contar públicamente que sufre depresión. Que la visera del gorro que se baja en muchas ocasiones no es sólo timidez o frustración. Es algo más profundo. Algo difícil de hablar en un escenario de hazañas, titanes, patrocinadores y mayoría de periodistas hombres y blancos. Japón, el país que dejó a los tres años de edad, la eligió para encender el pebetero olímpico. Agradeció emocionada. Ayer habló mínimo tras el bombazo de su derrota: “Me alegro al menos de no haber perdido en primera ronda”.
¿Y cómo sorprenderse de la renuncia ayer de Simone Biles si Julieth Mancur había contado días antes en The New York Times en qué estado llegaba la gimnasta a Tokio? Claro, nos resultaba más agradable leer sobre las nuevas acrobacias que tanto deleitaban a la TV, pero mucho menos a los jurados olímpicos, que rebajaron puntajes en las primeras pruebas y aumentaron inseguridad. Cuenta Mancur que cuando Biles se enteró en 2020 que los Juegos se posponían por la pandemia “se acurrucó en un rincón del vestuario y lloró”. La suspensión la obligaba a seguir vinculada con una Federación y un Comité Olímpico que la habían desprotegido cuando era una niña. Que la habían dejado a ella, y a cientos de niñas más, en manos del médico abusador Larry Nassar y del matrimonio rumano Karoly, entrenadores históricos que el mundo olímpico celebró hasta que sus métodos quedaron expuestos. La delicada línea entre abuso infantil y entrenamiento duro. Simone volaba como niña feliz acumulando medallas en los Juegos de Río 2016 cuando ya muchas de sus compañeras denunciaban a Nassar. Le llevó un tiempo admitir que ella también había sido abusada.
Hija de su tiempo, Simone, que sufrió pobreza dura en sus primeros años, y que ya tiene 24, se sumó en 2020 a las protestas de Black Lives Matter, #MeToo y Trump, pidió servicios accesibles de luz y agua y dijo que le importaban “un bledo la raza, el género y la orientación sexual”. Llegó a Tokio tatuada con la frase “And still I rise” (Y aún así me levanto). El célebre poema de Maya Angelou que termina diciendo “Soy un océano negro, amplio e inquieto. Soy el sueño y la esperanza del esclavo. Me levanto. Me levanto. Me levanto”. Ayer dijo basta. Rusia ganó la prueba. Su figura fue Viktoria Listunova. Parecía feliz. Viktoria tiene 16 años. Para Imani, hija de 13 años del ex NBA Etan Thomas, la figura de los Juegos sigue siendo Naomi Osaka. Porque ella, como Biles, “nos dicen a todas las mujeres que cuidarse es más importante que cualquier otra cosa”.
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