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Tokio 2020. La fórmula del oro: el secreto de la ciudad que brinda con cerveza y exporta medallistas
El país que debutó en los Juegos Olímpicos en Río 2016 suma dos preseas doradas y las dos surgieron en la misma localidad
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Dos Juegos Olímpicos. Tres medallas de oro. Las tres en judo. Todas, también, surgidas de la misma ciudad de Kosovo: Pec. EL olimpismo suele regalar miles de historias de vida repletas de particularidades. Y en Tokio 2020 surgen los nombres de Distria Krasniqi, una judoca de este país que se llevó el máximo galardón en la categoría -48 kilos y de Nora Gjakova que conquistó la medalla de oro en la categoría de -57 kilos. Es, al cabo, uno de los orgullos de una localidad que ama los tatamis, exporta talentos y que en Río 2016, donde debutaron en la máxima cita deportiva, había logrado otra dorada gracias a Majlinda Kelmendi.
Krasniqi, ganadora de 40 de sus 46 luchas disputadas en las últimas tres temporadas, se dio el lujo de arrebatarle el título a la local Funa Tonaki, vencedora de Paula Pareto en su tercer combate. La flamante campeona nació en Peja, o Pec para los serbios. Ubicada en la montaña, una pequeña ciudad kosovar conocida por sus gargantas espectaculares, su cerveza y su monasterio ortodoxo se ha convertido en fábrica inesperada de campeones olímpicos. Pec envió este año a cinco judocas a los Juegos Olímpicos de Tokio, es decir el 100% del equipo del joven país, todos en el Top 10 mundial de su categoría.
Entre ellos, claro, la número 1 del mundo, Krasniqi. En su camino hacia la gloria olímpica, la kosovar superó a la brasileña Gabriela Chibana, a Lin Chen-Hao, de China Taipei, y a Urantsetseg Munkhbat, de Mongolia. En la final contra Tonaki, Krasniqi logró el waza-ari decisivo a solo 19 segundos para el cierre gracias a un uchi mata. La local, campeona del mundo en 2017 y plata en 2018 y 2019, no tuvo tiempo para remontar.
Gjakova, de 28 años, conquistó la medalla de oro tras imponerse en la final a la francesa Sarah Leonie Cysique, quien terminó descalificada. De camino a la final, Gjakova se impuso a la holandesa Sanne Verhagen en los octavos de final y a la eslovena Kaja Kajzer en los cuartos de final. Antes de derribar a la francesa en la final, acabó con la segunda cabeza de serie, la japonesa y excampeona mundial Tsukasa Yoshida, que se llevó uno de los bronces, el otro fue para la canadiense Jessica Klimkait.
Gjakova es una de las judocas más respetadas y con una vitrina importante. En los Juegos Europeos consiguió dos medallas: plateada en Minsk 2019 y de bronce en Bakú 2015. Además, ganó una medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Yudo de 2021 y seis medallas en el Campeonato Europeo de Yudo entre 2015 y 2021.
Kelmendi (30 años, también competirá en Tokio) resultó la primera campeona olímpica de la historia de la antigua provincia de Belgrado. La judoca y sus compañeros son venerados en su país, que declaró su independencia en 2008 tras la guerra entre secesionistas albaneses y fuerzas serbias, y que no es todavía reconocido por Serbia. ”Majlinda y el resto propagaron la buena reputación de nuestro país”, afirmó Driton Agusholli, empleado de telecomunicaciones de 49 años. “Ninguna embajada podría representarnos mejor que nuestros judocas”, añadió a la agencia AFP, que recorrió las calles que veneran al judo.
Saiu o primeiro ouro do judô! E a medalha vai para Kosovo. Distria Krasniqi faz história em Tóquio! 🥇🇽🇰#OlimpiadasNoSporTV pic.twitter.com/iKzRV0MlCA
— SporTV (@SporTV) July 24, 2021
La medalla de oro ganada en 2016 por la joven popularizó su deporte en Kosovo, donde el fútbol era el rey. Hoy, este territorio de 1,8 millones de habitantes cuenta con seis escuelas de judo, 17 clubes y 1200 practicantes. Peja, ciudad de menos de 100.000 habitantes, es conocida por su producción de cerveza artesanal, con el mismo nombre que esta población, por ser el centro espiritual de la iglesia ortodoxa serbia y la puerta de entrada de las gargantas de Rugova, con la reputación de estar entre las más profundas de Europa.
Su mutación en plaza fuerte del judo mundial se debe en buena parte al destino contrariado del técnico del equipo kosovar, en el contexto de la desintegración sangrienta de la antigua Yugoslavia. Antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992, Driton “Toni” Kuka era el mejor judoca yugoslavo de su categoría (-71 kg de la época) y figuraba entre los favoritos al oro. Pero los deportistas albaneses se habían retirado de las selecciones yugoslavas para protestar contra el yugo del hombre fuerte de Belgrado, Slobodan Milosevic, en el marco de un vasto movimiento de resistencia cívica orquestada por el “padre de la nación”, Ibrahim Rugova.
Cuando el conflicto terminó con una campaña de bombardeos de la OTAN contra las fuerzas serbias, abrió con destino a los adolescentes un centro de judo en su barrio desfavorecido de Asllan Ceshme, destruido por los combates. ”Tras la guerra, quise trabajar con los niños y mostrar al mundo que Kosovo tenía grandes deportistas capaces de ganar medallas”, dijo el entrenador de 49 años.
No fue fácil, explica Kuka. “Tuve que hacer de técnico, psicólogo, kinesiterapeuta. No teníamos lo necesario para el deporte de alto nivel”, con una sala cuyo techo se caía y suelo en mal estado. Pero la situación cambió desde el oro olímpico y los judocas se entrenaban en una vasta sala luminosa, con bonitos tatamis. ”La historia de nuestro club es especial”.
“Ninguno de los competidores olímpicos vive a más de 200 o 300 metros del dojo. Es más, puedo decir que todos los clasificados han salido de una zona de 200 o 300 metros cuadrados”, señala “Toni”. “Y todos con posibilidades reales de medalla”, aporta. Un triunfo que es el fruto de décadas de trabajo, destaca Kuka, señalando que sus judocas han ganado todas las medallas posibles, desde campeonatos regionales a Juegos Olímpicos.
Más allá del campo deportivo, los judocas han “alzado la bandera de Kosovo donde la política o la diplomacia no han podido llegar”, lanzó en abril la presidenta Vjosa Osmani nada más ser elegida. Su éxito es sinónimo de esperanza “para nuestra juventud: nada está fuera de alcance, con determinación, trabajo, pasión y disciplina, los sueños se hacen realidad”. Selvije Ademaj, ama de casa de 50 años, abraza ese pensamiento. “Todos los amamos. Pueden mostrar a los jóvenes cómo hacerse respetar por el resto del mundo”. Primero fue el turno de Distria Krasniqi y hoy de Nora Gjakova.
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