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Todos hablan de un tal Salas
L´ETRAT, Francia.- Sentados frente al televisor, los dirigentes de River deben haber sentido que se perdieron un par de millones de dólares más por haber transferido a Marcelo Salas antes del Mundial. Un lucro cesante que podría incrementarse si el Matador sigue demostrando en Francia de lo que es capaz. El chileno es un negocio que todavía no fijó su techo. Sin haberse puesto la camiseta de la Lazio ya avisó que tiene con qué triunfar en Italia, de la misma manera que lo hizo en River. Lo mejor del calcio, reclutado según el gusto de Cesare Maldini, está advertido de que al goleador de Temuco hay que tratarlo con cuidado y respeto dentro de una cancha. No lo inhibió el debut en un Mundial ni lo asustó la prosapia de un rival que siempre es candidato por portación de apellidos. Frío, certero, ubicuo. Un goleador impactante, que se las ingenia para saltar por detrás de un marcador más alto para definir de manera impecable con un cabezazo.
Todo seleccionado que aspire a la máxima gloria debe poseer un jugador como ninguno. Alguien que marque la diferencia, por instinto o por inteligencia, cuando la mayoría de los equipos no se sacan ni una pisada de ventaja a la hora de correr y todos traban la pelota con la misma fuerza. En la era del colectivismo futbolístico, el éxito sigue yendo detrás de una figura. Bien acompañada, rodeada de compañeros solidarios, de esquemas homogéneos y planteos sólidos. Todo lo que se quiera, pero sin ella (la figura), sería muy difícil exaltar todo lo demás. No suele haber excepciones en los campeones. Kempes lo fue para la Argentina en 1978; Paolo Rossi, para Italia en 1982; Diego Maradona, para la Argentina en 1986; Jürgen Klinsmann, para Alemania en 1990; Romario, para Brasil en 1994. ¿Y en 1998? Está abierto, pero Salas es un postulante serio. Claro, habrá que ver hasta dónde lo acompaña un equipo modesto, sin mucho más repertorio que para una actuación digna. Si hasta en el cacofónico Sa-Za, Salas reparte con Zamorano la notoriedad, aunque se queda con los mayores méritos futbolísticos. Es probable que el Mundial nos depare esta disyuntiva: ¿cuánto más podría haber trascendido Salas en otro seleccionado con más roce y convencimiento? Por ahora, en el Mundial no se habla tanto de Romario, Zidane, los hermanos Laudrup y Del Piero como sí de un chileno que se mostró como ninguno.
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Mientras, esperamos que la Argentina saque a la luz a su uno como ninguno. Puede ser Gabriel Batistuta, quizá Ariel Ortega, o a lo mejor Sebastián Verón. Si alguno explota, la onda expansiva también movilizará al resto del equipo. El contagio es un recurso difícil de explicar, pero fácil de detectar. Se vivió en un par de mundiales con Diego Maradona. En México, el resto del equipo fue prolijo para hacerle los deberes al maestro. En los Estados Unidos, la efedrina de uno se metabolizó en el inconsciente de todos. Sí, está bien, en este seleccionado -ni en los otros treinta y uno- no hay alguien de la estatura futbolística de Maradona. Pero eso no quita la posibilidad de soñar. Hasta el momento, ningún seleccionado provoca miedo. La mayoría de los partidos les da la razón a quienes pronosticaron paridad. Incluso, potencias como Brasil y Francia necesitaron de la carambola de los goles en contra para marcar diferencias. Los dueños de casa demostraron prepotencia de actitud para acorralar a unos sudafricanos que se complicaron demasiado en su propia área. Pasó una nueva jornada y el impacto Salas perdura. Chilavert, con ese tiro libre que le descolgó el búlgaro Zdravko, se quedó con las ganas de lo que más busca: ser un arquero como ningún otro.
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