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Tito Vázquez, mucho más que un ex capitán de la Copa Davis: “California, en los 60, era el Renacimiento"
Podría haber sido un gran tenista, pero prefirió lanzarse de cabeza a las muy movidas aguas de la California de fines de los ’60 y principios de los ’70. Aquello tuvo, claro, un costo importante para Modesto "Tito" Vázquez , que resignó los éxitos deportivos que sus logros como juvenil le auguraban. Pero Vázquez terminó haciendo historia a su manera: fue dos veces capitán del equipo de Copa Davis, trabajó con éxito el semillero juvenil del tenis en el país y el del Reino Unido y no le tuvo miedo a probar y equivocarse. Volvería a vivir su vida una y mil veces. Una parte fundamental de ella se relata con un nivel de detalle, emoción y color asombrosos ensu último libro, "El Ombligo del pulpo". "Tito" Vázquez, de 69 años, pasó por Conversaciones en LN+. Este es un extracto de la entrevista.
–¿Qué es eso del ombligo?
–Es que yo nací en España, vine a Argentina a los tres años. Soy gallego, vine de Galicia y el pulpo es un símbolo allá. Lo del ombligo tiene que ver con la vida, con el nacimiento. También con que el pulpo tiene ocho brazos y quiere acaparar todo…
–Y en tu vida no te alcanzó ni con ocho brazos…
–No. Y en este libro sólo está la primera parte, hasta los 27 años.
–Te preguntás en el libro si en la vida se gana ganando y si a veces si no se gana perdiendo… ¿Tiene que ver con aquello de que elegiste no ser el tenista que pudiste ser?
–Es simple: para ser muy profesional y bueno en algo se sacrifican un montón de cosas. Y yo tuve la suerte de viajar, que es como indagar el presente continuo. Te olvidás del mañana. A los 16 años ya era número uno de 18. Conocía mucho de la historia del tenis, pero mis padres no habían estudiado nunca y yo sabía que quería estudiar. California era el lugar adecuado y pude ganar una beca para la UCLA. Casualidades de la vida, Arthur Ashe viene a jugar a la Argentina, y él era de UCLA.
–Y vos jugás un partido con él. Te gana, y cuando lo saludás en la red le pedís que te ayude con la beca.
–En efecto, así fue. Aunque yo ya había jugado torneos juveniles en Estados Unidos. Perdí en semifinales del Orange Bowl en 18 y jugué el campeonato nacional de EEUU, que era algo inusual para un extranjero.
–El autor del prólogo de tu libro escribe que el amor, la literatura, el desenfreno sexual, las paradojas del pensamiento oriental y el consumo de drogas te desviaron del tenis.
–Es real. California, en los ’60, era el Renacimiento, todo en ebullición. La generación beatnik, Allen Ginsberg, los Beatles, Dylan… Había una fuerza de la curiosidad muy importante. Esa ola me interesó mucho, empecé a leer como loco y experimentar un montón de cosas. De no haber ido a Estados Unidos sin dudas habría sido una persona muy distinta.
–Decís que experimentaste un montón de cosas. ¿Qué experimentaste?
–La curiosidad. El tenis era muy solitario, por viajar perdí todos los amigos de la secundaria, y la literatura me llenaba ese vacío. La droga en Estados Unidos nació a nivel universitario, no era una cosa de la calle. Y estabas influenciado por gente como Aldous Huxley, que escribió Las puertas de la percepción, o Charles Baudelaire y sus paraísos artificiales. Vos estabas influenciado por tipos pensantes. Obvio que después tenés que ser inteligente para darte cuenta de que es ficticio. Podés abrir unas puertas, pero no sabés adónde te llevan. El ácido lisérgico te afecta según tu personalidad, vos podés hablar con dios o con el diablo. Depende de cómo te sientas.
–Estás diciendo que abre puertas que también hay que saber cerrar.
–Sí, y con mucho respeto. Yo la primera vez que probé LSD fui engañado por un jugador estadounidense, un tenista autodidacta. Un día quería conocer a una actriz, él sabía que yo había fumado y me ofrece marihuana sintética. Qué es eso, le digo. Dudé mucho, le creí, tomamos una cada uno. No podía creer lo que estaba pasando. Los cuadros respiraban, un segundo era una hora, él me recitó la Constitución estadounidense en español, no dormimos por dos días. Éramos muy jóvenes y no teníamos traumas, a medida que crecés los problemas psicológicos son mayores. Aprendí a respetar, nunca más tomé un ácido entero solo.
–Más allá de aquella ebullición, en tu vida en California hubo mucho tenis, y del bueno.
–Jimmy Connors era mi compañero de equipo, entrenábamos todas las tardes. Y él mejoró mucho en solo un año llegó como número cuatro y enseguida fue el dos. También Pancho Segura Cano, que sobre tenis sabía muchísimo y era un gran estratega. Viví siete años en Estados Unidos, de fines del 66 al 74. Y cuando dejé de entrenar quedé un poco desamparado. Como entrenador de Víctor Pecci logré la disciplina que no tuve como jugador.
–En aquellos años no existía al ranking mundial de la ATP, ¿pero calculaste dónde estabas ubicado?
–Diría que entre los primeros 60 de mundo, pero a medida que fui creciendo fui jugando cada vez menos. Tenía una oportunidad enorme de viajar y conocer el mundo, me parecía muy monótona la vida del tenista, los diálogos me aburrían. Yo sabía que lo que estaba pasando en California no iba a volver a pasar. De esos siete años estuve cuatro entrenando y el resto haciendo otras cosas.
–En el libro contás que jugaste tu primer partido de tenis, y lo ganaste, sin haber tocado jamás una raqueta, que manejaste en Estados Unidos sin saber hacerlo y que tuviste tu primera relación sexual ignorando todo del tema. ¿Todo lo hacés así?
–Esas tres cosas sí… Ahora que lo mencionás, es cierto. El auto era un automático, y yo tenía muchas ganas de manejarlo…
–¿Vos eras mejor que Vilas?
–Antes de Guillermo, la mayoría de los jugadores pegaban el revés con slice. Y a mí, que subía a la red 432 veces por partido, era difícil que me pasaran. Guillermo fue el primero en pegarle distinto a la pelota y en tener un passing-shot de ambos lados. Yo le gané las dos primeras veces, pero él era mejor que yo, sin dudas. El tenis perdió estrategia por la violencia con que se le pega a la pelota. Borg, Panatta, Connors, Ashe, Smith, Nastase… Todos jugaban diferente en aquella época. Guillermo es un tipo que tenía muchas inquietudes de joven, convivimos jugando. Yo escribía y sacaba fotos, tenía la raqueta decorada… El escribía poesía, tenía curiosidad. Y yo quería que él fuera parte de un cambio en el país. Me demostró que con mucho trabajo se podía lograr lo que yo pensé que él no podía lograr.
–¿Por qué optaste por estudiar Economía en Estados Unidos?
–De chico, el tenis hacía que las matemáticas me resultaran muy fáciles. Y, qué paradoja, la literatura me resultaba muy difícil. Una profesora de literatura me puso un uno, y si no pasaba a quinto año no podía ir a Estados Unidos. Me las rebusqué para cambiar de colegio y aprobar el último año. En Estados Unidos elegí Economía porque no dominaba tan bien el idioma. Pero empiezo a leer literatura en inglés, no en castellano. Tendría que haber estudiado cine. En mi universidad estaba George Lucas, y en la USC, Spielberg y Coppola.
–¿Qué es lo mejor y lo peor del tenista argentino?
–La falta de respeto por las diferencias de opinión. Lo viví las dos veces que fui capitán. La Davis la ganaron McEnroe y Connors, que no se hablaban. Con Jaite y De la Peña viví lo mismo que con Del Potro y Nalbandian, cosas menores que creaban un clima rarísimo…. Frana, Miniussi y Jaite se habían puesto de un mismo lado en contra de Horacio. Insólito, porque para entrenar el dobles de Frana y Miniussi yo le pedía ayuda a Horacio, que lo hacía de buena gana.
–Cuando todo esto se acabe, ¿qué querrías que dijeran de vos?
–Ser apreciado por la gente que me conoció, no haber caído en mezquindades. El poema de Kipling es fantástico, dice que perdés todo en un tiro de dados y te levantás para empezar de nuevo al día siguiente.
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