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¿Y si Rafa Nadal fue mejor que Roger Federer? Cómo construir una carrera gloriosa desde un campo minado y ser idolatrado
¿Y si Rafa Nadal fue más grande que Roger Federer? Los devotos más acérrimos del gentleman de los courts se preguntarán, con lógica, si hay motivo para plantearse algo que a sus oídos suena como una herejía. La inmensidad de dos leyendas de todos los tiempos no debería quedar encorsetada en un debate innecesario. Pero quizá sea un disparador para interpretar por qué Nadal, que acaba de anunciar su retiro del tenis, deja un legado inconmensurable.
En tiempos en los que el sistema de deglución impide digerir normalmente que Novak Djokovic llegara con más envión y resto a la meta que los otros célebres integrantes del Big 3, Rafa sacude al mundo con un anuncio previsible. Será en noviembre, en Málaga, por el Final 8 de la Copa Davis, y seguramente volveremos a emocionarnos como aquella vez, en septiembre de 2022, cuando en la Laver Cup su hermano de la vida lo tomó de una mano y juntos lloraron sin consuelo mirando imágenes evocativas de una carrera brillante. Roger ya se iba, Rafa sentía que una parte de sí se estaba perdiendo y a la vez quizá se estaba proyectando en esa misma pelicula-homenaje en unos años. Ese incontrastable “a mi también me va a tocar”.
¿Por qué Rafa fue tan grande? Por todo lo que hizo, claro. Por su exacerbado profesionalismo, obvio. Porque siempre estuvo lejos de los escándalos, muy cierto. Porque dejó en claro que con él nunca un partido había terminado, aún en la peor desventaja, atributo sólo de los elegidos. Un 40-0 no llevaba a que entregara el game. Aprendimos con el tiempo que esa posibilidad no cabía en su concepción de competidor. Al Matador había que darle la estocada final como a ninguno. Por eso Nadal ganó, ganó y ganó hasta el hartazgo. En dos, tres, cuatro o cinco sets. Pero no sólo fueron partidos.
Cinco años menor que Federer, tuvo que construir desde un campo minado. Porque su tenis era distinto, los golpes no heterodoxos y sin la plasticidad del suizo. Uno divertía y extasiaba, desparramaba su gracia y diplomacia; el otro ganaba “por físico”, miraba al piso, repetía como un autómata sus cábalas y sonreía muy esporádicamente. Desde ahí arrancó.
Con la conducción del Tío Toni, el hombre sabio y de las definiciones conceptuales quirúrgicas, Rafa edificó a su alrededor un equipo indestructible, que debió ponerse a la altura de un perfeccionista. Lo suyo fue trabajo y más trabajo, pero en un ambiente que respiraba humanidad, cada cual en su función. Con la familia detrás, sobre todo en los grandes torneos.
Y fue derribando barreras. Fue en 2005 cuando levantó la primera de sus 14 copas en Roland Garros. Siguió ganando en París y eso perturbaba especialmente a los franceses, que iban a verlo perder y se retiraban vencidos del Bois de Boulogne. Una y otra vez. Cuando tras cuatro conquistas consecutivas Rafa perdió en 2009 con Robin Soderling en octavos fue como un éxito de los Mosqueteros. Y la puerta para el único grito de Federer en la casa de Nadal.
Paralelamente, algunos medios franceses, con Canal+ a la cabeza, ironizaban sobre el físico de Nadal. Se publicaron caricaturas ofensivas, videos acusatorios con los famosos Guiñoles, con Nadal dotado de bíceps desproporcionados y firmando autógrafos con jeringas gigantes, dando a entender que Nadal se dopaba. Campañas de desprestigio increíbles. ¡Un papelón! Pero Rafa entraba a jugar y ganaba sus 7 partidos. Cumplidor. Y sin generar revuelo. Hasta saludaba a la gente con unas pocas palabras en francés. Después de Soderling, conquistó otros cinco Roland Garros seguidos. ¡Una locura!
Curiosamente, Rafa cumplía años durante cada Roland Garros (3 de junio). Había tortas y festejos: en las canchas, si le tocaba jugar ese día, o dentro del club. Un día no tenía partido y en la sala de la ATP sopló las velitas. Tenía delante una impactante pieza repostera rebosante de crema, pero Nadal desechó la posibilidad de comer siquiera una porción. Sólo puso un dedo en la montaña de chantilly y probó. “Deliciosa, muchas gracias”. Así de responsable era en competencia. Lo es. Por supuesto, ese 2013 también fue campeón.
Tan grande fue Rafa que, sin cambiar él su forma de ser y su estilo, terminó ganándose primero el respeto y luego el afecto de la Phillippe Chatrier, donde jugaba la mayoría de sus partidos. Metió otros cuatro festejos sucesivos de 2017 a 2020. Y en la recta final se sentía como jugando en Mallorca, con muchos españoles en las tribunas también. Nada más merecido por cierto, pero a diferencia de Roger, el hijo putativo de los franceses en afecto y devoción, lo construyó con sudor y gloria. Como su carrera.
Y no fue sólo el ítem Roland Garros. Ya por 2010/2011, el tema era “hasta cuándo va a jugar”. Los futurólogos aventuraban que, dadas las características de su tenis, el cuerpo no le iba a aguantar, “se va a romper todo”. Tuvo problemas físicos Nadal, claramente, y se retira por ellos. Pero pasó la barrera del 2020 siendo competitivo: celebró por última vez en París en 2022. Los pronósticos agoreros fracasaron como los encuestadores políticos en Argentina. Se operó, hizo tratamientos con plasma, crioterapia, vivió en las camillas atendido por los fisioterapeutas, pero a la hora de afrontar cinco sets y cinco horas, ahí estaba. Más grande, más tocado, pero Matador hasta el final. Librando epopeyas. Como esa vez en Melbourne 2012, cuando después de 5h53m no podían mantenerse en pie con Djokovic durante los discursos luego de una final inolvidable.
Otro mito que derribó fue el de que no iba a poder vencer a Federer en pasto. Perdió las dos primeras finales (2006 y 2007), pero después lo logró en 2008, por 9-7 en el quinto y casi de noche. La del All England es otra cancha en materia de velocidad y de piques respecto de épocas pasadas, pero sigue siendo pasto, donde el juego cambia de formas. Y para sus rodillas, dinamita pura. Pudo jugar y ser campeón (dos veces: la otra ante Tomas Berdych) en césped venciendo al mejor de la historia en ese piso y siendo un especialista en canchas lentas. ¡Chapeau!
Grand Slams (22 ganados), títulos (92) Masters 1000 (36), Copa Davis (5), Juegos olímpicos (2 oros), N° 1. Vitrinas llenas. Casi 20 años de vigencia. Batallas memorables. Un día en París, allá por 2013, Gastón Gaudio, el mismo que lo vio romper raquetas en 2005 en Buenos Aires, nos dijo: “Hay que aprovechar a disfrutar de Nadal porque lo que está haciendo es único y no va a haber otro igual”. Lo decía él, que muere por Federer. Eso provoca Rafa.
Un luchador que tomó nota cuando Toni, volviendo de una cancha de entrenamiento en un torneo, le dijo: “Rafa, tenemos un problema”. ¿Qué problema podía tener si ya le había tomado la mano a Federer y sabía qué pelota hería al suizo y no tenía antídoto? El tío había descubierto a Djokovic. Vuelta a empezar. Y peleó con honores, con alegrías y tristezas, hasta que Nole rompió las marcas. ¿Cuánto importa si no altera la grandeza de Rafa o de Roger?
El tiempo pasó. Ya nadie hablaba del raro swing de Rafa pasando la raqueta por encima de su cabeza. No había jeringas en los gráficos ni la gente se iba a buscar bebidas y comida durante sus partidos. Todos querían ser testigos de esa grandeza de Nadal.
El hombre que jugaba su partido, mayoritariamente lo ganaba, daba conferencias en español, inglés, mallorquín, catalán, notas individuales programadas, masajes y después se entregaba a su familia y grupo laboral. El que disfrutaba de algunos partidos en la Play o de una cena con sus afectos. Más acá en el tiempo, con Xisca, su incondicional, y con Rafita, su nuevo amor y el descubrimiento de otro rol, el más importante de su vida. El tipo común, el padre de familia.
Es el Rafa que hacía delirar a los famosos que iban a verlo. ¿Quién iba a imaginar a un monstruo como Tiger Woods, campeón de 15 Majors, festejar alocadamente los puntos de Rafa como si hubiese metido un hoyo en uno en el 16 de Augusta o en el 17 de The Players? Y pasó en un US Open. Conmovedor.
El camino que hizo Nadal ha sido incomparable porque partió desde donde partió y rompiendo corazones de los devotos de su gran rival, amigo y hermano de la vida. Sería justo que todos los que aman el tenis vuelvan a llorar en Málaga, dentro de un mes, como aquel día en la Laver Cup en Londres. Nada más merecido para alguien que supo ganarse el corazón de la gente haciendo demasiado bien su trabajo.
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