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Victoria Jiménez Kasintseva: la Nº 1 junior que jugó en el Argentina Open y sueña a lo grande
La tenista oriunda de Andorra ganó su primer partido WTA en el Buenos Aires Lawn Tennis y proyecta una interesante carrera; fue la campeona del Abierto de Australia Junior en 2020
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Por los pasillos del Buenos Aires Lawn Tennis Club se la vio caminar callada y tímida. Casi con sigilo. Bajo su visera característica, celular en una mano y botella de hidratación en la otra, disfrutó de su segunda experiencia en un torneo WTA. Su peculiar nombre llamó la atención dentro del main draw del Argentina Open. Siempre acompañada por su padre, aprovechó para conocer la ciudad y adecuarse a las exigencias del circuito. Ganó en su partido debut y, aunque no pudo avanzar de ronda, agradece, se enfoca y continúa con su trabajo.
Victoria Jiménez Kasintseva recibió una invitación para participar en la cita tenística femenina de nuestro país. Así, sumó su segundo torneo WTA y su primera victoria dentro del circuito, al derrotar en el debut a la mexicana Ana Sofía Sánchez. Pero, ¿por qué llama la atención su invitación al torneo de Buenos Aires? Porque la jugadora de apenas 16 años es la tenista junior número 1 del ranking. Nacida en Andorra en 2005, se consagró campeona del Abierto de Australia Junior 2020 y causó una revolución. Aguerrida, fuerte y determinada, aprendió a quitarse la presión externa y busca mejorar y disfrutar de su recorrido.
“Pasaron unos años y todavía creo que es impresionante. Con la edad que tenía y en mi debut en Grand Slams. Es un momento que va a estar ahí toda la vida. Gané un major, no todos lo hacen, son muy pocos, y estoy muy orgullosa de mí. Pasó el tiempo muy rápido y todavía siento que fue ayer, pero es algo que me marcó la vida y todavía me dura la alegría”, describe sonriente a LA NACION.
Al momento de hablar es totalmente espontánea. Se ríe, se corrige y se toma el tiempo para pensar sus respuestas. A esta adolescente que le tocó madurar rápido le pesó que su crecimiento tenístico haya sido tan vertiginoso. Pero su amor por el deporte la llevó a no caerse, a fijar sus objetivos y continuar. Por supuesto, no tiene el estilo de vida de sus amigas de Andorra, ni tampoco comparte rutinas con las que le quedaron en los Estados Unidos, donde vivió cuatro años.
Hoy viaja por el mundo siguiendo el circuito, confía en su padre y busca refugio en su madre rusa, de quien heredó su apellido. Dice amar las lenguas y no es para menos, porque es políglota: habla catalán, francés, ruso, español e inglés. ¿Un punto negativo? Reconoce que detesta las matemáticas.
“Es verdad que desde que gané Australia creció mucho la presión para conmigo. Además, empezó la cuarentena, tuve que volver a entrename después de tres meses y no me sentí del todo bien físicamente. Fueron unos seis meses bastante duros. Y a eso se le sumó que tenía a la prensa encima preguntándome si iba a ganar otro título de Grand Slam, cuándo iba a ser mi próxima consagración, que no sé qué, y yo con 15 años, muy joven todavía. Pero bueno, ahora ya lo pasé. Ya sé lo que significa la presión y ahora ya me da igual; aprendí a vivir con esto”, señala la andorrana, que tiene a su padre -un ex tenista- como entrenador.
-¿Cómo es tener a tu padre, Joan Jiménez Guerra, como parte de tu equipo de trabajo?
-Siempre fue mi entrenador. Es complicada la relación, no es muy fácil. Si la gente estuviera con nosotros día a día fliparían (se ríe), pero lo llevamos muy bien. Al final es mi padre, lo admiro y quiero muchísimo, y sé que sin él no sería nadie, porque es un trabajo en equipo. Él se implicó en mi vida y volcó su esfuerzo en mí. Además, sabe mucho de tenis y he tenido muchísima suerte de tenerlo a mi lado, porque sé que sin él bien cerca no hubiera conseguido nada.
Jiménez Guerra fue 505° del mundo en 1999 y forma parte de la Tennis Academy Barcelona, donde entrena a alumnos. “Creo que haber dejado el tenis tan joven fue un error y él se dio cuenta de lo que hizo. Por eso, no quiere que le vuelva a pasar conmigo y está tan ilusionado con mi carrera que es como una segunda vida para él”, añade quien jugó su primer torneo WTA en el Madrid Open, en mayo de este año.
El desempeño de Victoria dentro del circuito ITF es llamativo. A los 12 años de edad ganó su primer torneo, el Future Tennis Aces. Ese mismo año, 2018, lo concluyó con un récord de 4 victorias y 2 derrotas, cifras que aumentaron a 54-10 en 2019. Al Australian Open llegó como la novena preclasificada y en la final venció a la polaca Weronika Baszak por 5-7, 6-2, 6-2.
Haber ganado el título major junior le dio la chance de retornar el año siguiente a disputar la qualy de mayores. “Me gané la oportunidad de estar en la clasificación esta temporada y fue increíble. Pasar de las juniors a tener la opción de acceder al cuadro principal con los profesionales resultó maravilloso”, recuerda de su paso por Melbourne. Sin embargo, no tuvo el resultado que esperaba, pero esa experiencia le sirvió para potenciar sus deseos y apuntar a más.
“Quiero seguir mejorando y seguir adelante. Me gustaría, aunque sé que lo tengo complicado porque solo me quedan 3 torneos WTA hasta fin de año y debo clasificarme a la qualy de Australia de nuevo. Esa es primera meta, y si no, en 2022 tengo en la mira jugar alguna qualy de otro Grand Slam”, asegura Jiménez Kasintseva, 393ª en el ranking WTA.
-¿Sentís mucha diferencia en el juego o por la diferencia de edad a la hora de jugar dentro del circuito WTA?
-No la siento la verdad. Cada vez la noto menos, porque yo también voy ganando experiencia. Al final, lo que marca la diferencia es la experiencia acumulada y manejar los momentos. Voy haciendo mi camino y poco a poco me voy acostumbrando a este mundo nuevo.
-¿Qué cambió en tu preparación o en tu juego, para adaptarte a las nuevas exigencias?
-Mi juego nunca cambió, siempre es el mismo. Lo que sí se modificó fue mi mentalidad. Me puse más fuerte físicamente, varió mucho la parte física, trabajé en los desplazamientos y mejoré la técnica. Pero lo que más cambié fue la actitud, a no presionarme tanto, a ser más mi amiga dentro y fuera de la cancha. Además, aprendí a apoyarme más en mi equipo, en mi padre y ese fue mi gran cambio. Aprendí a pedir ayuda.
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