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US Open. A 43 años de la epopeya de Guillermo Vilas en Forest Hills en el día del Maestro
Otro lugar, otro tiempo, un día en la historia. Hace 43 años, Guillermo Vilas conquistaba el Abierto de los Estados Unidos y se consolidaba como mejor tenista de 1977, más allá de lo que decía el ranking. Por entonces, el US Open se jugaba sobre green clay (arcilla verde), una superficie ligeramente más rápida que el polvo de ladrillo, aunque era la despedida: al año siguiente el torneo se mudaría definitivamente al cemento de Flushing Meadows, a unos quince minutos en auto desde allí. Sin pandemias ni moles más impresionantes por las tribunas vacías, el estadio central del West Side Tennis Club, en Forest Hills, lucía repleto, con más de 12.600 espectadores.
Aquel '77, Vilas conquistó Roland Garros, el US Open y otros 14 torneos, además de llevar a la Argentina por primera vez a las semifinales de la Copa Davis, concluyó la temporada con un récord -inalcanzable hoy- de 136 victorias y un invicto de 49 partidos que sólo tuvo freno cuando Ilie Nastase lo derrotó con una raqueta de doble encordado, prohibida poco después. En la final de aquel abierto estadounidense Vilas derrotó a Jimmy Connors, otro coloso de las raquetas, por 2-6, 6-3, 7-6 (7-4) y 6-0. El partido se vio diferido en nuestro país, a través de Canal 9. No importó: en tiempos sin Internet, ni redes sociales, aquella transmisión tuvo récord de audiencia (42, 9 puntos), con Vilas convertido ya en ídolo deportivo argentino.
"Desayuné una omelette, pero después casi no comí en todo el día. Traté, pero no pude, porque era un tipo tenso en esa época. Para ablandarme hice la misma rutina que en Roland Garros: yo paraba en las afueras de Manhattan, en el Westchester Country Club, y allí me entrené duro a la mañana. Llegué al estadio y me puse a entrenar de nuevo. Cuando me avisaron que era mi turno, entré en la cancha sin parar a descansar, todo transpirado. Pensaba que era muy difícil ganar. El estadio era medio raro, tenía forma de herradura, y entonces entraba el viento, y yo no sabía cómo engancharlo. Pero estaba tranquilo porque tenía esa sensación justa, difícil de describir, pero que me acompañó en los partidos importantes", le contó a LA NACION hace unos años con enorme precisión.
"Al público lo tenía completamente a favor, todo el estadio cantaba mi nombre y, cuando terminé, la gente entró en la cancha y llevó en andas al campeón, algo que jamás se había hecho en la historia del tenis. Es una de las cosas que más recuerdo. Había poquitos argentinos, sí muchos centroamericanos, especialmente panameños, y norteamericanos que me habían seguido toda la carrera. Yo no conocía a nadie, salvo a un par de pibes, como Alex Zucker (el bajista del grupo Alas), los periodistas y Constancio Vigil con su hijo. El resto eran desconocidos", recordaba el mejor tenista argentino de la historia.
En el camino a la consagración, y como prueba de su magnífico momento, Vilas sólo cedió un set: el primero de aquella final ante el temperamental Jimbo. Previamente arrasó a Manolo Santana (6-1 y 6-0), a Gene Mayer (6-3 y 6-0), a Victor Amaya (6-3 y 6-3), a José Higueras (6-3 y 6-1), a Raymond Moore (6-1, 6-1 y 6-0) y a Harold Solomon (6-2, 7-6 y 6-2). Por aquella conquista recibió un premio de 30.000 dólares; menos de la mitad de lo que percibe hoy en día (US$61.000) un jugador que pierde en la primera rueda del Open norteamericano.
"Para mí, ese partido no terminó". Jimmy Connors nunca se resignó a la derrota. "No hubo saludo en la red", agregó el hombre que ganó 109 torneos. En el match-point, su drive por la paralela salió por el costado. Pero el juez de línea tardó muchísimo en darla como "mala"; tanto, que el argentino devolvió corto y el estadounidense definió con comodidad en la red. Vilas miró al juez de línea, que hizo el gesto de "out", y dio un salto a la gloria. Se encaminó hacia la red para saludar a Connors, pero los fanáticos sobrepasaron a la seguridad y entraron en la cancha, lo abrazaron, alzaron y pasearon en medio del caos, mientras el zurdo estadounidense se peleaba con un fotógrafo.
Hoy, el West Side continúa como club de tenis, con más de 30 canchas y de todas las superficies, pero lo que era el court central ya no tiene aquella arcilla y sí el cemento. Hasta hace unos años se jugaba un torneo del WTA Tour, en el que incluso se consagró Gisela Dulko. En la actualidad, es sede de algunos espectáculos musicales. Vilas volvió decenas de veces a Nueva York y al US Open, una ciudad y un torneo que siempre lo recibieron con cariño, admiración y el respeto propios de una leyenda del deporte; alguna vez, con cierta nostalgia, pisó de nuevo el escenario de una de sus grandes hazañas. Pasaron 43 años, pero el tiempo no hizo más que dimensionar la gesta de aquel zurdo que cambió para siempre la historia del tenis argentino.
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