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US Open: a 30 años del día que le cambió la vida a Gabriela Sabatini y la convirtió en leyenda
Fue hace 30 años. Apenas unos minutos después de las cuatro de la tarde del sábado 8 de septiembre de 1990, en el –viejo– estadio Louis Armstrong del US Open, la vida le cambió para siempre a Gabriela Sabatini. Querida en cada rincón del planeta, Gaby sacó 6-2, 6-6 y 6-4 en el tie break frente a Steffi Graf. El servicio fue al cuerpo de la leyenda alemana, que golpeó de drive y se fue hacia adelante buscando la red, pero la esfera amarilla sacudió la faja y se elevó perdiendo fuerza; Gaby pudo pensar bien dónde tirar y golpeó un passing de derecha tan ajustado al fleje izquierdo de Graf que ésta tardó un momento en reaccionar. No así Sabatini, que, convencida de que el tiro había sido bueno, saltó, levantó los brazos, se desahogó. Aquella tarde neoyorquina, Sabatini logró el trofeo de Flushing Meadows, su único Major. Como Guillermo Vilas, Gastón Gaudio y Juan Martín del Potro, ostenta un lugar de privilegio en la historia del tenis nacional por haber logrado un Grand Slam en singles.
Aquella no había sido una temporada fácil para la hija de Osvaldo Sabatini y Beatriz Garófalo. Algunos, insólitamente, le cuestionaban su falta de fuego interior. "Me criticaban mucho. Yo llegaba al país, leía algunas críticas y no podía entender por qué me las hacían", contó Gaby, tiempo después. Ese año, la argentina ganó Boca Ratón y luego de perder en los octavos de final de Roland Garros, tomó una decisión trascendente: cambió de coach. Dejó de trabajar con el español Ángel Giménez y se vinculó con el brasileño Carlos Kirmayr, que llegó a Gaby a través de su agente, Dick Dell. Se conocieron algunos días antes de Wimbledon y, en los ensayos en el Hurlingham Club, el entrenador le pidió que fuera más ofensiva. En el césped británico, Sabatini llegó a las semifinales. Antes de poner un pie en Nueva York no logró grandes resultados: perdió en las semifinales de Montreal y en los octavos de final de Los Ángeles. Pero la explosión llegó unos días más tarde, en Flushing Meadows.
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El US Open era uno de los certámenes favoritos de Sabatini. Además, la ciudad la potenciaba. En el Madison Square Garden había ganado el Masters de 1988 y su tenis fluía en los courts neoyorquinos. En aquel Abierto de los Estados Unidos de 1990 (entre los hombres lo ganó Pete Sampras), tuvo un inicio impactante. Se quitó de encima a Kathy Jordan, Isabelle Demongeot, Sabine Appelmans y Helena Sukova (11° favorita) sin sudar, perdiendo 13 games en los cuatro partidos. El cuadro se le fue abriendo, porque pronto quedaron eliminadas Martina Navratilova (segunda favorita) y Monica Seles (3a). "Fui demoledora, no perdí sets, me sentí bárbara. Los cuartos de final contra Leila Meskhi fueron difíciles, muy complicados –fue 7-6 (5) y 6-4–. Pero donde sentí realmente que podía ser campeona fue después de derrotar a Mary Joe (Fernández; 8ª cabeza de serie) en las semifinales (7-5, 5-7 y 6-3). Me sentí muy bien, definí puntos en la red como nunca lo había hecho y además ella era un obstáculo para mí. Ahí me di cuenta de que podía. Además, durante ese torneo me pasó algo muy curioso. Todas las noches soñaba que levantaba un trofeo, el del US Open. Nunca me pasaba eso cuando jugaba. Y esa vez sí", le reveló la ex número 3 del mundo a LA NACION, hace cinco años.
"El estado Louis Armstrong era inmenso, abierto, en el que se sentía bastante el viento, quizá comparable con el Philippe Chatrier de Roland Garros. Decían que desde lo más alto se veían las Torres Gemelas, pero nunca subí a comprobarlo. Y enfrente tuve a Steffi, con quien tenía una gran rivalidad, pero con buena onda. Llegamos a ese partido con un récord muy positivo para ella (18-3). Mentalmente eso jugaba en mí, pero desde el comienzo del partido me sentí con autoridad, dominante, siendo ofensiva. La estrategia era buscarle el revés y cerrar el punto cambiándole la dirección rápidamente. Había que esquivarle el drive", rememoró Sabatini, en un reportaje con LA NACION, en septiembre de 2015. El Louis Armstrong se inauguró en 1978, fue el escenario principal de Flushing Meadows hasta que el Arthur Ashe abrió sus puertas en 1997; pero el Armstrong fue demolido y en 2018 la USTA presentó el nuevo escenario, con el mismo nombre, con techo retráctil y capacidad para 14.000 espectadores.
El vínculo con Kirmayr fue clave y sumamente productivo. El brasileño sacó lo mejor de Gaby. Le generó cambios tenísticos. Uno de ellos, en el saque, en el lanzamiento de la pelota, porque la argentina no tenía un servicio efectivo, con el que pudiera hacer daño. Además, le modificó el juego estratégico: la impulsó a ser más ofensiva, a que cerrara los puntos en la red. Kirmayr también fue importante en el cambio de mentalidad de Gabriela a la hora de luchar contra las presiones. "Me acuerdo que estábamos en Amelia Island, en ese momento Carlos era mi entrenador e insistió mucho en esa parte, me ayudó mucho a sacar toda esa presión. Yo decía: ‘Uy, qué bueno sería ir a andar a caballo por la playa’. Y Carlos, después de que terminaba el partido, me decía: ‘¡Vamos! Vamos a andar a caballo en la playa’. Y así con muchas cosas, sencillas, pero que se podían realizar. Carlos insistía y estaba bueno", declaró Gaby en LA NACION, en mayo pasado, al cumplir 50 años.
"Cuando saqué para el título pude aislarme un poco de las cosas que me gritaban. Como no podía ser de otra manera, sufrí hasta el final para ganar (sonrió), con la derecha en la línea. Se me cruzaron un montón de cosas por la cabeza y corrí a abrazar a mi hermano, Ova (estaba en la tribuna junto con Kirmayr). Volví al vestuario, pero ya no me crucé con Steffi y nunca más hablamos del partido. Ella fue una gran campeona y fue un honor haberle ganado en esa final. Aquel fue el día más emocionante de mi carrera", relató Sabatini. Esa noche de sábado, casi madrugada de domingo, después de la premiación dirigida por el ex tenista local Tony Trabert y la actriz Linda Evans –(de la serie ‘Dinastía’), Gaby y su equipo cambiaron de restaurante. La comida y el champagne se disfrutaron en Elio’s, en la Segunda Avenida, invitados por Chris Evert y su marido. De aquella final, la argentina sólo conserva las raquetas que utilizó.
Cada vez que puede y no tiene compromisos en Zurich (donde está actualmente) o Buenos Aires, Sabatini vuelve a Nueva York, donde tiene sus gustos y rutinas, como caminar por el Central Park o tomar un helado o un café en Manhattan. Cada temporada es invitada por la Asociación de Tenis de los Estados Unidos (USTA) a presenciar el US Open. Sabatini tiene una réplica del trofeo en una repisa junto con sus otros grandes logros. Hace unos años posó con el trofeo para LA NACION y comentó: "Siempre que miro el trofeo me emociona y me pone orgullosa. Sé que estoy en el puñado de argentinos que ganaron un Grand Slam y es increíble. Algo cambió en mi vida desde aquel día".
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