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US Open: a 20 años del día en que Pete Sampras no necesitó probar nada más, la reservada vida actual de la leyenda superada sólo por el Big 3
Tras un período de oscuridad, el estadounidense conquistó Flushing Meadows en 2002, a los 31 años, y ya no volvió a jugar; cómo trascurren sus días familiares en Beverly Hills
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NUEVA YORK.– El viejo court 2 de Wimbledon, popularmente identificado como “Cementerio de los Campeones” por los derrumbes que allí sufrieron, entre otras leyendas, Jimmy Connors y John McEnroe, fue el 26 de julio de 2002 escenario de uno de los momentos más infelices en la prodigiosa carrera de Pete Sampras. El estadounidense, hasta entonces dominador del césped del All England como nadie (siete títulos, aunque la temporada anterior había caído en los octavos de final ante un adolescente Roger Federer), tenía 30 años y era el 13º del ranking. Pero su fuego parecía extinguirse. Aquel día, el suizo George Bastl, 145º, sacudió el circuito y lo venció en cinco sets, por la segunda rueda.
En un modesto estadio para 2100 espectadores que poco tenía que ver con el encanto de la cancha central, se vio una versión desorientada de Sampras, que durante algunos cambios de lado leía una carta que le había escrito su esposa, la actriz Bridgette Wilson. Hoy, el ejercicio de repasar las imágenes en YouTube todavía estremece. Es impactante cómo Sampras permaneció durante varios minutos pensando, mirando sin mirar, tocando el encordado de la raqueta y acomodando sus cosas en el bolso. De hecho, fue Bastl quien se retiró primero del court (generalmente, los derrotados se marchan antes al vestuario). Tras un momento de incertidumbre, Pistol Pete se puso de pie, se colgó el bolso y se fue, sin levantar la vista, envuelto en una melancólica ovación. Nadie en ese instante, ni el más optimista, adivinaba lo que llegaría a las pocas semanas.
La triste despedida de Sampras en Wimbledon 2002
Después del oscuro Wimbledon y antes del US Open, Sampras jugó sólo un puñado de partidos en los torneos de Toronto, Cincinnati y Long Island, con tres triunfos (uno de ellos, frente al argentino Guillermo Cañas) y tres derrotas. En el mundo del tenis había tufillo a despedida. El jugador que había estado 286 semanas en lo más alto del ranking y el único en finalizar seis años consecutivos como número 1 (1993-1998), no ganaba un título desde hacía más de dos años (Wimbledon 2000) y llegó a Nueva York envuelto en un halo de escepticismo.
Tras un largo y productivo período juntos, desde 1995 hasta 2001, Sampras y el entrenador Paul Annacone habían seguido caminos diferentes. El jugador, ya treintañero, había tenido otros coaches (Tom Gullikson, muy valioso, fallecido de cáncer; José Higueras). Annacone continuó como director de un programa de alto rendimiento de la Asociación Estadounidense de Tenis (USTA). Sin embargo, un mes antes de Flushing Meadows 2002, sus energías y objetivos volvieron a unirse.
Sampras pisó Nueva York siendo el 17º del ranking. Tenía 31 años (en ese momento, a diferencia de hoy, cuando Rafael Nadal logró Roland Garros con 36, era una edad más vinculada con el retiro). Y habían pasado 33 torneos sin que levantara una copa. Sin embargo, el tercer hijo de una familia de inmigrantes griegos, que se encumbró como el mejor tenista de la década de los noventas, escribió un último capítulo mágico (e inesperado). Como si en esos quince días hubiera tenido el poder de viajar en el tiempo y teletransportarse a su época dorada, Sampras jugó con pimienta y maestría, exhibió un espíritu competitivo voraz y, el 8 de septiembre, conquistó el trofeo, su 14º de Grand Slam. La historia pareció guionada: en la final venció por 6-3, 6-4, 5-7 y 6-4 a su clásico rival, Andre Agassi, una figura totalmente opuesta desde los tiempos de juniors.
Pasaron dos décadas de ese momento, uno de los más simbólicos de todos los tiempos en el deporte de las raquetas. Un instante que, además, terminó siendo el final de la notable carrera de Sampras, ya que nunca volvió a jugar. Oficialmente anunció su retiro un año después, también en el US Open. “No digo que soy el más grande de todos los tiempos: simplemente he aportado al tenis lo que tenía dentro de mí; el resto no me interesa. Respondí a todos los retos que se me presentaron”, dijo aquella noche Sampras, que logró marcas que parecían inalcanzables. Muchas, luego superadas por el Big 3: Nadal, Federer y Novak Djokovic.
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“La victoria de Pete en el Abierto de Estados Unidos de 2002 fue una experiencia increíble. No había ganado un título en 25 meses y la mayoría de la gente pensaba que no volvería a ganar. Hizo un trabajo increíble desde Wimbledon, donde perdió ante Bastle, hasta Nueva York. Su mentalidad cambió; se volvió más optimista y claro. Volvió a jugar como cuando era dominante y disfrutó el desafío”, recapitula hoy Annacone, ante LA NACION.
Actual comentarista de tenis por TV y también ex coach de Federer, añade: “El hecho de que jugara contra Andre, donde habían empezado hacía doce años [NdR: en 1990 Sampras ganó su primer grande, el US Open, batiendo al Kid de Las Vegas], fue perfecto. En ese momento sentí que era un hecho increíble, que estaba sucediendo ante la multitud en Nueva York y que Pete estaba muy emocionado jugando contra su antiguo rival en un partido tan significativo. Esa victoria realmente liberó la mente de Pete y le permitió terminar en paz, haciendo lo mejor que pudo y logrando una meta más elevada”.
Para la mayoría, que Sampras no volviera a jugar después de la final de Flushing Meadows 2002 fue igual de impactante que el hecho de que conquistara el trofeo, o hasta más. Entre un extremo y el otro de la historia se produjo un período de incertidumbre y silencios, de evaluación profesional y reflexión emocional interna por parte de Sampras y de su núcleo familiar. Hasta que la decisión estuvo bien digerida.
“Pete estaba programado para jugar en la semifinal de la Copa Davis contra Francia justo después del US Open 2002. Recuerdo cuando el personal administrativo de la USTA estaba en el aeropuerto JFK esperando el vuelo a París y Patrick McEnroe, capitán del equipo, llegó al salón. Nos contó que había hablado con Pete, que se retiraba del equipo y que le había dicho que había muchas posibilidades de que aquél fuera su último partido”, recapitula frente a LA NACION Randy Walker, que trabajaba en Marketing y Comunicaciones de la USTA.
Una despedida soñada para Sampras
El libro Pete Sampras: greatness revisited, escrito por el periodista Steve Flink (2020; Editorial New Chapter Media), tiene exquisitas revelaciones sobre un personaje extraordinario que nunca abandonó su personalidad reservada. “Tenía que descubrir qué seguía con mi tenis. No sabía qué sentir. Volé a casa la noche en que gané el US Open y lo disfruté. Dos o tres meses después, estaba hablando con Paul [Annacone] sobre lo que seguía y preparándome para Australia, pero no estaba emocionalmente listo. Así que vería cómo me sentía al jugar en Indian Wells o Miami en 2003. Todavía estaba golpeando pelotas, pero no tenía ganas de hacer la práctica o el trabajo de gimnasio. Algo acababa de salir de mí, que realmente no podía explicar. El momento en que supe que me retiraría fue cuando estaba en Palm Desert viendo a Lleyton Hewitt jugar un partido de primera rueda en Wimbledon en 2003, pensando que ese era el último lugar donde quería estar. Fue entonces cuando supe que había terminado...”, narra Sampras, contundente.
Annacone, en la misma obra, aportó su mirada: “Pasamos meses preparándonos para un torneo que él terminó no jugando. Tuvimos conversaciones geniales sobre la vida. Y luego, en abril, cuando estábamos preparándonos para Wimbledon, entré por la puerta principal y me dijo: ‘Terminé’. Le dije: ‘¿«Terminé» con qué?’. Y él dijo: ‘No juego más. He terminado’. Explicó que había hecho todo lo que quería hacer. Dijo que se había dado cuenta de por qué jugaba y de que era para probarse a sí mismo lo que podía hacer. Y que no necesitaba probar nada más”.
En el Abierto de Estados Unidos 2003 se llevó a cabo una ceremonia oficial de retiro, con muchos familiares de Sampras sobre el cemento del Arthur Ashe, incluidos sus padres, su esposa y su hijo pequeño, Christian. Ninguna despedida habría sido más apropiada. Allí, con 19 años, el nacido en Washington se había encumbrado como el hombre más joven en ganar el US Open. Doce años más tarde, “con tantos escépticos escribiendo su obituario profesional” (palabras de Steve Flink), cerró el telón con otro triunfo, aunque esta vez como persona.
¿Le quedaron cuentan pendientes? Sí, claro, aunque ninguna demasiado significativa. Roland Garros resultó el único major que no ganó (su mejor tarea fue alcanzar una semifinal en 1996). “Podría sentarme aquí y mirar hacia atrás y decir: ‘¿Debería haber probado una raqueta diferente y más grande para el Abierto de Francia? Por supuesto. ¿Desearía haber comunicado mejor sobre mi salud y no haber tenido una úlcera durante dos años? Sí. Hay arrepentimientos. No expulsar muchas cosas contribuyó a mi úlcera. Recuerdo una conversación con Annacone en 1998, cuando estaba tratando de romper el récord de número 1, y le dije que estaba estresado. Se me estaba cayendo el pelo. Bajé la guardia, lo cual era inusual. Pero tengo pocos remordimientos. Miro más los aspectos positivos. Logré cosas increíbles. No me preocupé por lo que la gente estaba pensando. Ser obstinado y centrado en mí mismo con las anteojeras me convirtió en un gran jugador”, reveló Sampras, en la misma obra. Durante muchos años tomó pastillas para dormir que le dañaron la salud.
Siguiendo con ese tema, Sampras profundizó: “Mirás a Roger, Rafa y Novak hoy y son mucho más sociales y extrovertidos que yo, y tal vez sea a través de las redes sociales y dónde estamos en la sociedad. Tal vez, si yo estuviera jugando ahora, sería más como estos muchachos. Es simplemente una mentalidad diferente. En mi generación todos estaban un poco más separados, pero ahora Roger tiene el número de teléfono de Rafa y todos se envían mensajes de texto y tienen Instagram. Conociendo un poco a Roger, supongo que puede ser el alma de la fiesta en el vestuario. Yo estaba más en la esquina, lejos de todos, y me encantaba el último fin de semana de Wimbledon, cuando nadie estaba en el vestuario. Soy un lobo solitario. Obtengo energía estando solo. Me gusta estar solo. Así es como estoy conectado y como siempre ha sido”.
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En 2015, en The Players’ Tribune, una plataforma de historias en primera persona de atletas activos y retirados, Sampras compartió una conmovedora carta imaginaria a su “yo más joven, de 16 años”. Entre otras pinceladas, advertía: “Serás un estadounidense prometedor sin exposición; luego, cuando te despiertes la mañana después de ganar el Abierto, estarás en un programa de entrevistas tras otro. Todos los ojos estarán puestos en ti; no encajará bien con tu personalidad. Ser un profesional es mucho más que simplemente jugar al tenis. Cuanto más exitoso seas, más personas querrán saber de vos. No siempre será algo que quieras hacer, y no siempre será divertido. La presión será tan agotadora como cualquier cosa que puedas hacer en la cancha. Por suerte, estarás fuera del juego antes de que aparezcan estas cosas llamadas Twitter y Facebook. Sé agradecido por eso. Un día entenderás lo que quiero decir [...] Ah, y dejá el periódico. No leas lo que la gente dice de vos. Y si escuchás o leés algo negativo sobre vos, no te preocupes. Dejá que tu raqueta hable”.
A Sampras nunca le resultaron simpáticos los compromisos públicos, los eventos de los patrocinadores ni las demás situaciones que implican ser una celebridad, pero convivió con ello, como pudo. Según Sports Illustrated, en la final de hace veinte años en Flushing Meadows, Sampras ganó algo más que el título: obtuvo, definitivamente, el cariño del público. Hasta entonces era admirado, pero no adorado. “Su desdén por la publicidad durante toda su carrera” lo alejó de muchos fanáticos, según la publicación norteamericana. Incluso, cuando jugaba, Sampras lo hacía con la cabeza gacha. “Estoy buscando monedas”, bromeaba. Aquella noche neoyorquina, la mayoría de los 24.000 espectadores dentro del estadio Arthur Ashe lo apoyó. También, según distintos informes periodísticos, lo hicieron millones de fanáticos ocasionales de los deportes que esperaban el comienzo de la temporada de la NFL en la cadena CBS inmediatamente después del partido de tenis.
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Sampras hoy tiene 51 años (los cumplió el mes pasado) y dicen que está cerca de los 77 kilos que pesaba cuando competía. Se muestra muy poco en público, incluso en el mundo del tenis (en unos pocos certámenes de Grand Slam), en el que podría estar más protegido que el resto. No se expone en las redes sociales. Se unió a Twitter en 2009, pero sigue a una sola cuenta (una agencia de marketing) y todavía no publicó ni un tuit. Sampras siempre representó el contraste con Agassi, nacido en las luces de Las Vegas. “Pete nunca querría mi vida. Y yo nunca querría su vida”, suele decir Andre.
En diciembre de 2010 denunció el robo de sus trofeos. “Las copas, medallas y placas fueron sustraídas de unas cajas de seguridad durante mi mudanza. Perder esas cosas es como si se hubieran llevado la historia de mi vida en el tenis. Sólo espero que nos los hayan destruido ya. Por eso lo hago público. Sé que será difícil, pero no me perdonaría no intentar recuperarlos”, expresó. Pero en marzo de 2011 aparecieron en un hospital de Marina del Rey, California, y fueron devueltos al ex jugador, según informó el diario Los Angeles Times.
Por medio de su hermano, Gus Sampras, que actúa como manager, suele rechazar cortésmente los pedidos de entrevistas. En los últimos días habló con la revista de L’Equipe y afirmó: “En la década de 1990 no estaba de moda compartir tus sentimientos. Hoy, las redes sociales son algo por gestionar. Si estuviera jugando hoy tiraría mi teléfono al mar. Qué cosa tan ansiosa... El teléfono es útil si estás perdido en el campo, pero te hace vulnerable y accesible. No necesitás esa cosa. Conseguí mi primer teléfono a los 29. Los niños de hoy, a los 10 años, ya lo descubren. Eso también puede afectar tu salud mental”.
Sampras y su esposa, Bridgette, tienen dos hijos: Christian, nacido en 2002, y Ryan, de 2005. Él disfruta de su vida familiar. Con aproximadamente US$ 43 millones ganados en premios por torneos, una cifra multiplicada por sus contratos comerciales, no tiene ninguna presión financiera urgente para buscar otros ingresos. A diferencia de colegas, incluso de los de su generación, como Jim Courier, no se convirtió en comentarista de TV y mostró poco interés en entrenar a un jugador profesional. Vive en Beverly Hills, le gusta dejar a sus hijos en la escuela, va al gimnasio y juega al golf en Bel-Air Country Club, de Los Ángeles. En 2019 participó en una exhibición de tenis en Indian Wells, con Djokovic, John McEnroe y Tommy Haas. Ha asistido al Staples Center para observar a Los Angeles Lakers.
Cuando los miembros del Big 3 lo superaron en cantidad de trofeos grandes ganados, Sampras no hizo más que elogiarlos; no mostró resentimiento alguno. Ya no extraña el tenis; mucho menos el estrés que le provocaba el circuito profesional. Hace dos décadas se alejó de todo, estando muy arriba, pero su legendaria figura se conserva inalterable.
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