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Un viaje a la vida íntima de Guido Pella: temores, presiones, paternidad, psicología y sueños
LONDRES.– Guido Pella se quebró después de derrumbar a un gigante como el canadiense Milos Raonic. Lloró al avanzar a los cuartos de final de Wimbledon [el miércoles 10, jugó y perdió contra el español Roberto Bautista Agut ] y convertirse en el cuarto argentino de ATP en lograrlo, después de Guillermo Vilas, David Nalbandian y Juan Martín del Potro. El tenista bahiense de 29 años está flotando en una nube británica de deleite, excitación y orgullo. Sin embargo, hoy ya no es el jugador inmaduro que subestimaba al deporte y tomaba decisiones poco profesionales que lo perjudicaban y detenían su desarrollo.
La histórica clasificación para el club de las mejores 8 raquetas en el tercer Grand Slam de la temporada la celebró, junto con su novia (Stephanie Demner) y parte de su equipo (el coach José Acasuso, el preparador físico Juan Galván y el manager Mariano Ink), en un restaurante de comida española ubicado a pocas cuadras del hotel en el que se alojan, en el barrio de Chelsea, contiguo al estadio Stamford Bridge.
Hubo un brindis, claro. Pero breve, porque el sueño continúa y no hay que alterar la preparación. Pella se entrenó hoy, además, en forma liviana y con un sparring proporcionado por la organización, durante 40 minutos en la cancha número 13 del Aorangi Park, en uno de los extremos del All England. Pedidos de autógrafos de niños británicos, peticiones de entrevistas desde cadenas de TV inglesas, fotografías, palmadas de sus colegas. "Nunca me había pasado de avanzar de ronda sin ganar un torneo y, sin embargo, ponerme a llorar. Fue más que nada cuando gané, que no lo podía creer, levanté la vista y la vi a ella (su novia) emocionada, a Titán (Galván) que lo tengo a mi lado desde los 14 años y a Chucho (Acasuso), que la gente piensa que es amargo, pero estaba trabado y sé que por dentro estaba quebrado. Fue fuerte", le dice Pella a LA NACION e invita, luego de algunos ejercicios de elongación, a viajar a su mundo.
–En 2016, cuando debutaste en la Copa Davis, en la serie de visitante entre Polonia y la Argentina, dijiste una frase que algunos malinterpretaron. "Pensaba que ser inteligente me iba a perjudicar en el tenis". Quisiste decir que evaluar las situaciones más de una vez no sirven en este deporte, ¿no?
–Sí, fue una frase que sonó soberbia, pero lo que quise decir fue que en el tenis cuanto uno menos piense, es mejor. Porque hay tantas situaciones difíciles que se tienen que afrontar y si uno se está maquinando entre jugar cruzado o paralelo, terminás sin hacer nada. Y muchas veces en el tenis uno tiene que tirar la pelota que siente y listo, a veces sale bien y a veces sale mal. Es un concepto que lo fui aprendiendo a medida que pasaron los años. Sigo pensando que si uno evalúa muchas cosas en un punto, es peor. Hay que ser simple.
–Tuviste una etapa de formación profesional destacada, recibías muchos elogios y ello te llevó a confesar que subestimaste el tenis. ¿Te faltó profesionalismo?
–Sí, es difícil para un chico de 16 o 17 años tener la atención de la prensa y escuchar que sos el ‘próximo tal o cual’. Eso me jugó en contra. Pero de chico hice muchas cosas malas desde la alimentación y el entrenamiento. Y me costó mucho corregirlas cuando fui más grande y me di cuenta que el tenis era otra cosa, que era más difícil y no porque la prensa dijera maravillas sobre mí iba a llegar. Ahí fue cuando dije: ‘Estoy haciendo las cosas muy mal, qué difícil va a ser llegar’. Pero creo que desde el momento en el que dejé de jugar hice un clic.
–¿Cuánto tiempo estuviste sin jugar?
–Fueron dos meses en 2014. Me cansé, me fui a mi casa, en Bahía Blanca. Estuve tranquilo…, bah, tranquilo no, estuve maquinándome un montón, caminaba por las paredes. Sin competir estuve tres meses en total.
–¿Y estuviste cerca de no volver?
–Es que en realidad nunca volví a jugar convencido del todo. Nunca dije: ‘Ahora sí, voy a hacer algo bueno en el tenis’. No. Lo único que pensé en un momento fue tratar de disfrutar lo más que pudiera o tener una despedida más digna que la que había tenido.
–Y lo joven que eras…
–Sí. Y mal o bien me había metido Top 100 en 2012, tenía 22 años, apenas cumplí 23 e hice una semifinal de ATP [Dusseldorf 2013; perdió con Juan Mónaco]. Ok, comparado con lo que hoy hace Tsitsipas, lo mío no era nada, pero para un pibe normal, era mucho. Y yo no lo consideraba mucho, pensaba que estaba mal y fui perdiendo mucho tiempo en esto. Y me llevó al peor momento, en 2014, cuando dije: ‘No juego más’.
–¿El mejor ejemplo sobre la exigencia del tenis es lo que te pasó en la Copa Davis? Fuiste parte de un equipo que fue campeón en 2016 y un año después, descendieron.
–Mi carrera nunca fue normal. Ganar la Copa Davis no era normal porque no la teníamos. Y después, porque se formó un grupo bueno, en el que cada uno sabía lo que tenía que hacer, cada uno sabía qué rol cumplía y eso fue lo que nos llevó a ganarla. Cada uno fue jugando bien sus puntos, Juan Martín (Del Potro) ganó los puntos que eran imposibles, yo gané los puntos que eran necesarios, Leo (Mayer) que cerró el 3-2 en Glasgow, Fede (Delbonis) que ganó en Italia y en Croacia… Cada uno hizo lo que correspondía en el momento justo. Después, en 2017 nos tocó descender. Yo tuve un muy mal comienzo de ese año, tenía que defender 300 puntos en el ranking y si no lo hacía me iba al 170 del mundo, jugué contra Italia en la Davis y estando 2-0 en sets contra Fognini, me lo terminó dando vuelta. Fueron muchas las situaciones que hicieron que yo perdiera la confianza. Y nos tocó un sorteo malísimo para el repechaje, porque Kazakhstán de visitante fue el peor. Lo bueno es que al otro año logramos volver y quedó todo como una anécdota. Pero el tenis es así, muy duro.
–En su momento le diste importancia a la neurociencia, trabajando con el biólogo molecular Estanislao Bachrach y, desde hace un tiempo, tenés sesiones con una psicóloga, ¿no?
–Sí, yo creo que siempre todas las personas que he elegido para mi equipo fueron claves. Estani (Bachrach) fue importante en su momento y dejamos de trabajar porque yo sentía que no podía darle la dedicación que él merecía, no viajaba conmigo y le dije que prefería no seguir. A fines del año pasado empecé a trabajar con una psicóloga, pero para hablar más de la vida que tenía afuera del tenis. Quería a una terapeuta que no me conociera, que no tuviera idea del tenis y, obviamente ahora me conoce, pero en su momento eso me ayudó mucho a entender las distintas situaciones que fui padeciendo en el pasado. Y me permitió estar más tranquilo de cara al futuro.
–¿A qué tres personajes históricos invitarías a una comida y por qué?
–A Steve Jobs, a Michael Jordan y a Walt Disney. A Disney me gustaría preguntarle qué le puso al parque que me hace volver una y otra vez, ya fui como 25 veces (sonríe). Fuera de broma, me gustaría preguntarle a Walt, pero también a Tolkien (de El Señor de los Anillos) y a J. K. Rowling (autora de Harry Potter), gente que ha creado universos enteros que atraparon a la gente, cómo lo hicieron, en qué se inspiraron, cómo bancaron frustraciones. Porque no es que Disney creó a Mickey y listo. Todas esas personas convivieron con frustraciones tremendas y me gustaría saber cómo pudieron bancarlo pese a la opinión de mucha gente y a que les dijeran que lo que hacían no servía. A Jordan, porque es el mejor deportista de todos los tiempos. Y a Steve, y también lo pongo a la misma altura de Bill Gates, porque han hecho creaciones que usamos todos los días desde la nada. Cómo tuvieron esas visiones futuristas es increíble.
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–¿Qué es lo que más odiás de vos mismo?
–La poca paciencia que tengo. Y la ansiedad. Viene todo un poco de la mano. Hay días que estoy bien y otros en los que estoy muy mal (lanza una carcajada). Debería ser más estable muchas veces.
–¿A qué cosas le temés?
–La única cosa que me da miedo es la muerte. Todo lo otro se maneja. Pero saber que esto se acaba, me aterra.
–Los viajes llevan una gran parte de la carrera del tenista. ¿Te cansan o los disfrutás?
–Sí, sí, me cansan. Yo sufro el viaje en avión, cuando se mueve me da miedo, pero me da mucha fiaca tener que ir tres horas antes al aeropuerto, que nunca sabés con qué te va a salir la aerolínea en la que viajás.
–Completame la frase. "La política es…".
–Puf…, lo peor. No, no me gusta hablar de política ni opinar ni ponerme a discutir. Tengo mis opiniones, pero no me considero fanático, no soy partidario de ningún partido político. Solo quiero lo mejor para el país y la persona que esté dispuesta a darlo, yo la voy a apoyar, pero no me interesa si es Macri, si es Massa, si es Cristina, si es Alberto Fernández... Tengo mis ideales, pero prefiero no meterme en la discusión porque salís perdiendo contra el fanatismo.
–¿Federer, Nadal o Djokovic?
–Uf…, es que los tres son únicos. Pero yo creo que uno dice ‘Federer’ y es igual a tenis, así que yo creo que lo pongo a Roger un poquito por encima.
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–¿Cómo te proyectás en diez años?
–Espero estar en mi casa, haciendo lo que se me cante. Con hijos. Quiero vivir en un lugar en el que sé que no me va a pasar nada, que tenga seguridad, en el que mis hijos se puedan criar sanamente sin estar en una burbuja.
–Si uno de esos hijos quiere ser tenista, ¿qué consejo le darías?
–No le voy a poner una raqueta en la mano como me la pusieron a mí. Vería si tiene condiciones: si es malo, mejor, así no lo sigue haciendo. Si es bueno, le contrataría al mejor formador que yo conozca y lo apoyaría, pero no me metería en su carrera; suficiente con la mía. Le diría: ‘¿Vos querés ser tenista? Ok, tenés que hacer esto, esto y esto. En cuanto vea que te descarrilás, te vas a estudiar’. Sé que en ese momento me va a insultar, pero cuando sea grande me va a decir: ‘La verdad, tenías razón’. La vida del tenista es muy difícil.
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