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Un tenis más de clase media, sin la opulencia de otros tiempos, y que invita a valorar lo que tenemos (y tuvimos)
Impactos como los de Francisco Cerúndolo ante Jannick Sinner en Roma reflotan las épocas doradas
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De fondo se escuchan los gritos de los tifosi de la Lazio, que está jugando en el Olímpico de Roma. La cancha principal no es la que vemos hoy, y el predio del Foro Itálico no es tan suntuoso, pero no por eso menos pasional. Ya se han consagrado argentinos en el Abierto de Italia, un torneo sentimentalmente vinculado a nuestros afectos. Guillermo Vilas alzó la copa en 1980 y fue el pionero. José Luis Batata Clerc lo emuló al año siguiente. En 1988, cuando Guillermo Pérez Roldán todavía podía centrarse en el tenis a pesar de los aberrantes embates paternos que saldrían a la luz mucho tiempo después, jugó una memorable final a cinco sets frente al checo Ivan Lendl.
Estamos en el domingo 21 de mayo de 1989, hace 34 años. Un chico misionero, rosarino por adopción, cierra los 15 días más increíbles de su vida. Viene de ganarle en fila semifinal-final de Montecarlo a Mats Wilander (2° del ranking) y a Boris Becker (3°) y en Roma pone de rodillas, también en cinco sets, a Andre Agassi, que ya tenía 8 títulos en su haber y era el 5° del mundo. ¡Memorable!
La vida de Alberto Luli Mancini, que el día anterior a esa final con el Kid de Las Vegas había cumplido 20 años, acababa de cambiar para siempre. Deportiva, social y económicamente. Y en Italia se preguntaban “¿cómo hacen para sacar estos monstruos?”. A Mancini hasta quisieron nacionalizarlo para jugar la Copa Davis. Todo en medio de una abrumadora crisis económica, pérdida de poder adquisitivo y emisión descontrolada a nivel país. Sí, no aprendemos más.
Tiempo más tarde, ahí mismo en Roma, en “Gabylandia”, Sabatini subyugaba a todos con su talento, belleza y frescura. Pero además le ganaba dos finales seguidas (1992 y 1993) a Monica Seles, la número 1 del mundo. A la vez que se ponía en carrera para pelear ella misma el liderazgo del ranking. Una locura lo que hizo Gaby en esas definiciones frente a la tenista que parecía invencible: hasta Karolj, el padre de Monica, se paraba para aplaudirla.
Y como si no fuese suficiente, estaba llegando a escena la Legión, con una camada extraordinaria: David Nalbandian, Guillermo Coria, Gastón Gaudio, Guillermo Cañas, Agustín Calleri, José Acasuso, Mariano Zabaleta, Juan Ignacio Chela, Mariano Puerta, y más cercano en el tiempo, Juan Martín Del Potro. El Mago Coria mismo jugó en ese Foro Itálico unas de las finales más espeluznantes que se hayan visto frente a Rafael Nadal, en 2005. Perdió en el tie-break del quinto set por 8-6 y luego de 5h14m. Pero ¡qué tenis, por dios!
No estamos ante un ataque de nostalgia. Es apenas un pantallazo para recordar de dónde venimos, lo que tuvimos, lo que hicieron estos grandes jugadores. La manera como pusieron al tenis argentino bien arriba. A veces se nos cruzaban los campeones en el mismo fin de semana en distintas ciudades y superficies. Abundancia pura. El triunfo que llama a otro triunfo, como decía Carlos Bianchi. La conquista del compañero de circuito que impulsaba al resto. “Si él lo hizo, también lo puedo hacer yo”.
Navegar en esas aguas de riqueza y exitismo quizá nos haya hecho perder un poco la perspectiva, la capacidad de mensurar lo que tenemos. El tenis argentino contó con grandes figuras, con grandes campeones, medallistas olímpicos, vencedores de Grand Slam y de Masters (los Finals de ahora). También, algunos grandes infortunios por lesiones. Hoy, el mundo del tenis se conmueve por Rafael Nadal, su ausencia en muchos torneos y el video de una práctica en el que pareciera decirse “No puedo más”. De la misma manera que el golf y el deporte en general se conmovieron al ver a Tiger Woods caminando con dificultades en el último Masters de Augusta. Campeones eternos que no tenían pensado dar un paso al costado hasta que el cuerpo los empezó a hacer pensar más concretamente en esa posibilidad.
Pero ese mazazo que implica evaluar seriamente la chance de dejar la actividad en la que se convirtieron en leyendas los tomó ya en la recta final de sus carreras: a los 36 y a los 47 años. A varios de nuestros tenistas el cuerpo los sacó de juego prematuramente, o al menos los condicionó de manera abismal para el potencial que ostentaban: Mancini, Franco Davin, Pérez Roldán, Nalbandian, Coria, Cañas, Del Potro. Sólo Sabatini se bajó a los 26 años por un tema de desgaste y padecimiento mental. Ahora bien, ¿cuántos festejos perdimos en el camino? A veces se necesitan guiños del destino.
Hace unos días, Francisco Cerúndolo (24 años, 31° del mundo) hizo algo inmenso en ese mismo, aunque remodelado, Foro Itálico. Le ganó en tres sets a Jannick Sinner, uno de los mejores jugadores del momento (8°), el de las grandes batallas con Carlos Alcaraz. El italiano que lidera una camada de lujo, con Lorenzo Musetti, Matteo Berrettini y Lorenzo Sonego. Y fue un gran impacto para la Argentina. De esos que puede dar el más vertiginoso y explosivo de los hermanos que se han ganado un lugar entre los mejores del país. No es la primera vez que Cerúndolo consigue estos “bombazos”: ya ha superado a Casper Ruud, a Andrey Rublev, a Félix Auger-Aliassime. Es un jugador peligroso y en ascenso.
"La verdad es que es una de las victorias más importantes de mi carrera. Fue un partidazo. Jannik es uno de los mejores jugadores del mundo, este año viene haciendo torneazos, está ahí arriba siempre..."
Francisco Cerúndolo, luego de su triunfo sobre Sinner
Como lo fueron los cuatro-cinco años consistentes de Diego Schwartzman hasta atravesar hoy por una etapa más irregular. Incluso, el Peque llegó a jugar la final en Roma en 2020 (venció a Nadal en cuartos), cayendo ante Novak Djokovic, y nadie olvida su semifinal en Roland Garros ese mismo año de la pandemia, instancia a la que también accedió Nadia Podoroska. Pero no es fácil la historia. A ninguno de los de ahora (Báez, Etcheverry, Cachin) les resulta sencillo. Están explorando un circuito cada vez más complejo y en el que entre los primeros 50 hay muy pocos a salvo de morder la banquina. Y del 50 al 100 también puede haber vibraciones en el volante.
En medio de esas experiencias, la realidad marca que el tenis argentino transita por una época de menor abundancia, que le cuesta más insertarse en la elite. Triunfos como el de Cerúndolo hacen ruido, claro. Del mismo modo que antes eran más frecuentes y masivos. Lo que no lleva necesariamente a restarles méritos. A incurrir en la descalificación de los logros. A Cerúndolo o al que fuese.
Sigue siendo complejo formarse, salir a competir, tener los recursos, poder armar un equipo de trabajo, entrar en la cancha sin tener que estar pensando en cómo pagarle a ese equipo, sumado a la necesidad de ganar y ganar para poder hacerle frente a la cadena de pagos. Todo pesa en la balanza y todo impacta en la cabeza de ese jugador que, además, debe pensar en cómo derrotar al que tiene enfrente. ¿Un toque adicional? Todo en un país que, lejos de ayudar, les tira a casi todos un yunque económico encima.
Cuando se observa la lista de campeones argentinos a lo largo de la historia, ve números que hoy suenan inalcanzables: los 62 títulos de Vilas (con 4 Grand Slam), los 27 de Sabatini, los 25 de Clerc, los 22 de Del Potro. Hasta da la sensación de que alcanzar los 11 de Nalbandian o los 9 de Pérez Roldán, Coria y Mónaco es como escalar el Everest. Y ni que hablar de ganar un Grand Slam, como Sabatini, Gaudio y Del Potro.
Al poner la lupa sobre cómo ha sido la progresión en cantidad de conquistas, con un filtro antojadizo si se quiere, en los últimos cinco años, se observa que Del Potro logró 3 títulos (entre 2017 y 2018), Schwartzman también 3 (2018, 2019 y 2021), Sebastián Báez con 2 (2022 y 2023), y Juan Ignacio Londero con 1 (2019), lo mismo que Guido Pella (2019), Francisco Cerúndolo (2022) y Juan Manuel Cerúndolo (2021). Doce títulos en un lustro, repartidos entre siete jugadores. Y de esos 12, se destacan especialmente uno de Del Potro (Masters 1000 de Indian Wells 2018, ganándole a Roger Federer la final) y otro de Schwartzman, con el ATP 500 de Río de Janeiro en 2018. El resto son ATP 250.
Aquel triunfo de Luli Mancini sobre Agassi
No se menoscaba el valor de la conquista, sino que se la pone en contexto. Lo peor que puede hacerse, ayer, hoy y siempre, es no dimensionar el significado de un título, de una actuación. Y eso que tenemos ejemplos de sobra: no se ha valorado en su momento el N° 3 de Sabatini por ejemplo, porque para el inconsciente colectivo tenía que ser la N° 1. Del mismo modo que no se contempló en su justa medida todo lo que hizo Carlos Reutemann en la Fórmula 1: vimos lo cuesta arriba que se le hizo a cada argentino que luego de Lole pudo acceder al Gran Circo, inclusive sin ser requeridos por equipos importantes, como sí lo fue el santafecino.
El tenis argentino, hoy, se desacostumbró a la opulencia de otros tiempos. El aficionado, al que le gusta el tenis de verdad, disfruta proporcionalmente más de los jugadores de otros países, con el recambio de la vieja guardia. Y se aferra a los impactos que pueden dar los Cerúndolo, los Etcheverry, los Báez o los Cachin. Que no conocen otra receta que laburar el día a día. Un tenis más de clase media, si se permite la figura. Que está, en la diaria, más castigada que hace un tiempo, pero que nunca deja de pelearla. Por eso, sin que sea un consuelo artificial, vale la pena asignarle el mérito que tiene cada una de esas alegrías a las que hoy nos aferramos como un tesoro. Lo son.
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