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Sonrisas y lágrimas, carcajadas y llanto: de Federer a Nadal, hermanos del tenis (y casi de la vida)
Algunas imágenes de la despedida del suizo quedaron grabadas para siempre. Compartieron todo: de las carcajadas grabando un spot al llanto por el adiós al rival que lo marcó
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La gente se conmueve en el O2 Arena. Se emocionan todos: jugadores, familiares, allegados y fans del tenis. El sentimiento atraviesa la pantalla de los televisores, laptops y dispositivos móviles. De pronto todos lloran cuando ven a Roger Federer quebrado en el alma. Una y otra vez. Y a su lado, la ola arrastra a su otra mitad de las canchas. Rafael Nadal también entra en shock. El gladiador al que las balas parecen no entrarle en la cancha como si fuese una suerte de Terminator. Algo pasa.
De pronto, los gestos que atravesarán la historia. Ambos, juntos, pierden el dobles en la Laver Cup frente a Frances Tiafoe y Jack Sock y Resto del Mundo iguala el score 2-2 ante Europa. ¿A alguien le importa? Federer acaba de convertirse en ex tenista, en ex deportista. Se sienta como puede en el asiento y a su lado está Nadal. El compañero de la última aventura. El rival de toda la vida. La angustia indescrifrable aborda a Roger. Es algo no tan desconocido para él, pero es la primera vez que sí siente que esto es distinto. Mueve su mano izquierda y aprieta la derecha de su archirrival, de su amigo. De, por qué no, su hermano menor. Será una imagen imperdurable. Que cada vez que la miremos, en fotos o en videos, nos transportará a ese momento. Mágicamente. Porque eso fue: mágico.
Son los mismos que años atrás, allá por 2010, mientras grababan un video de promoción de una exhibición que jugarían en fechas navideñas en Suiza a beneficio de la fundación de Federer, no podían parar de reírse. Tentadísimos. Empezaron cuando Roger soltó la carcajada ante el mensaje en inglés de Rafa y le resultó graciosa la pronunciación del español. Y así estuvieron largos minutos, repitiendo las tomas. Tentados irrefrenablemente como dos chicos. Sí, casi como hermanos. Un video que se reflotó en esta última semana en las redes sociales y al que la gente calificó de “adictivo”. Tal cual.
Son los mismos que este viernes, en Londres, sonrieron en los días previos, compartieron historias en vivo en Instagram mientras iban a entrenarse y hasta cruzaron ocurrencias dentro de la cancha y en los cambios de lado, mientras recibían consejos de coach del otro integrante del Big Three: Novak Djokovic. Hasta que llegó el final. Ni siquiera fue “el día después”: fueron los minutos después. Del llanto. Una y otra vez.
Fededer recibió ovaciones en cada escenario que pisó en el mundo. Fue local ante los franceses en Roland Garros. Aclamado en Wimbledon. Lo mismo en Nueva York, en Melbourne. Pero esta última vez lo impacta como quizá no imaginaba. O sí, pero no quería ni pensarlo. Y así transcurrieron esos eternos minutos.
Lloró con Mirka, su compañera de siempre. Trató de llevarles calma a los chicos, a sus dobles mellizos. Lloró con sus padres. Y lloró con Nadal. De pronto, en otra imagen para la posteridad, se ve al Big Three con las cabezas gachas en uno de los asientos donde Federer está derrumbado, Rafa casi igual y Nole parado detrás. Es fuerte. El serbio tuvo algunas sonrisas también, como si hubiera tratado de disfrutar del momento, pero fueron aisladas: no podía. El más circunspecto fue Andy Murray, el escocés que completó el Big Four. Con un respeto más flemático.
A un costado, dos leyendas, dos gigantes como John McEnroe y Björn Borg, “el rebelde” y el “hombre de hielo”, también archirrivales pero no hermanos como Roger y Rafa, cruzan miradas como si se dijeran “Mirá que nosotros hicimos ruido, pero lo de este hombre es inexplicable”. Y sí.
Muchos se habían conmovido en aquella entrega de premios del Open Australiano de 2009, cuando Federer se quebró tras una nueva derrota frente a Nadal y reconoció que no soportaba lo que le estaba pasando: “Esto me está matando”. Hasta diluyó el festejo del español esa vez, que acaso haya sentido como que su alegría merecía una pausa temporaria ante el dolor ajeno cercano y le dio un abrazo. Es probable que en aquella ocasión la situación haya pasado casi inadvertida, pero con el tiempo se comprueba de qué está hecho Rafa a nivel humano. Se desconoce si, en algún instante, habrá proyectado todo lo que sucedía, pensando en sus 36 y en la nafta que le queda a la máquina. Eso lo saben sólo él y su entorno. Sí se sabe que es un atleta de corazón. Literalmente.
All the Fedal feelings.#LaverCup pic.twitter.com/WKjhcADFoe
— Laver Cup (@LaverCup) September 24, 2022
“Soy una persona bastante sensible. No me preocupa tampoco. Al final llorar es bueno también. A veces necesitas soltar estas emociones y bueno, de alguna manera se va una parte también de mi vida. O sea que es difícil”, dijo Rafa. Que se fue de Laver Cup como Roger luego de esta función. “No estoy bien, no estoy bien. La verdad que han sido semanas difíciles en ese sentido. Poco, muy pocas, pocas horas de dormir, un poco de estrés en general, situaciones un poquito más complicadas de lo habitual en casa. Con lo cual, bueno, he tenido que lidiar con todo eso, que es una presión diferente a la que estás acostumbrado en la vida profesional. Pero bueno, por suerte todo está bien, y estamos mucho más tranquilos. Y en ese sentido, pues he podido venir aquí, que para mí era lo más importante”. ¿Cómo iba a fallarle a su hermano mayor?
Durante muchos años se habló de lo privilegiado que había sido Federer en su carrera a nivel físico. Ciertamente no tuvo mayores padecimientos: el artista estaba en plenitud para desplegar su magia en las canchas. Hasta que el motor empezó a toser y el auto a irse de cola en la curvas. Entonces, entendió que era el preciso instante en que debía entrar en boxes para siempre. Sabia decisión. Una más.
La última foto de esa noche lo muestra sonriendo, disfrutando cuando compañeros y rivales de la Laver Cup lo levantan y lo tiran por el aire. Sacándolo de la congoja y de la angustia. El trabajo ya estaba hecho. La obra tuvo la pincelada final que sacudió los corazones. Y no hay mejor forma de imaginarlo que como a Miguel Angel cuando terminó de pintar el techo de la Capilla Sixtina. Es que pasa la vida, quedan los artistas.
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