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Sabatini a 25 años del título en el US Open: “Algo cambió en mi vida desde aquel día”
La mejor tenista argentina de la historia repasa aquellas semanas y la final con Graf; anécdotas y vivencias de un momento muy especial del deporte argentino
NUEVA YORK.– Fue un instante detenido en el tiempo. Una pausa en medio del estruendo. Segundos en los que el reloj dejó de funcionar en la ciudad. Un puñado de minutos después de las cuatro de la tarde del sábado 8 de septiembre de 1990, en el estadio Louis Armstrong de Flushing Meadows, Gabriela Sabatini tuvo la responsabilidad de sacar 6-2, 6-6 y 6-4 en el tie break frente a la leyenda alemana, Steffi Graf . Picó la pelota una vez, pero la jueza interrumpió su envión pidiéndole silencio al público. Volvió a hacer rebotar la pelota contra el cemento verde; una, dos, tres, cuatro veces. El servicio fue al cuerpo de Graf, que golpeó de drive y se fue hacia adelante buscando la red, pero la esfera amarilla sacudió la faja y se elevó perdiendo pimienta. Gaby pudo elegir y golpeó un passing de derecha tan ajustado al fleje izquierdo de Graf que ésta tardó un momento en reaccionar. No así Sabatini, que, convencida de que el tiro había sido bueno, saltó, levantó los brazos, saludó a su gran rival, dejó la raqueta y fue corriendo a enlazarse en un abrazo con Ova, su hermano, y con Carlos Kirmayr , su entrenador desde hacía tan sólo unos meses. Aquel día, hace 25 años, la tenista argentina más valiosa ganó el US Open , su único Major. Como Guillermo Vilas, como Gastón Gaudio, como Juan Martín del Potro, Sabatini tiene un lugar de privilegio en la historia del tenis nacional por haber logrado un Grand Slam en singles.
Aquel fue un gran desahogo para la hija de Osvaldo y Beatriz Garófalo. Algunos le cuestionaban una hipotética falta de fuego interior y concentración. Le reprochaban que con sus métodos no podría consolidarse entre las elegidas. "Fue un año difícil. Me criticaban mucho. Yo llegaba al país, leía algunas críticas y no podía entender por qué me las hacían. Me perjudicaban mucho, me hacían mal. Yo no veía que estuviera jugando tan mal", le confiesa Sabatini a LA NACION, en una comunicación telefónica. No está físicamente aquí, en la ciudad que tanto la energiza, pero sí en las imágenes de TV, en los comentarios, en el recuerdo del público, en el pasillo del Arthur Ashe donde lucen las fotos de los campeones individuales. El US Open de 1990 fue el del primer título grande de Pete Sampras. Ese año, la argentina ganó Boca Ratón y luego de perder en los octavos de final de Roland Garros con Jana Novotna, tomó una decisión trascendente: cambió de entrenador. Dejó de trabajar con el español Ángel Giménez y se vinculó con Kirmayr, que llegó a Gaby a través de su agente, Dick Dell. Se conocieron algunos días antes de Wimbledon y, en los ensayos en el Hurlingham Club, el coach brasileño le pidió que fuera más ofensiva. En el césped londinense, Sabatini llegó a las semifinales. La relación continuó; antes de poner un pie en Nueva York no logró grandes resultados: perdió en las semifinales de Montreal y en los 8vos de Los Angeles.
"El US Open era uno de mis Grand Slam favoritos, sobre todo por la ciudad, en la que siempre me gustó caminar, visitar, conocer sus restaurantes, sus parques. La gente en Nueva York es distinta, es muy latina, se involucraba en los partidos, me alentaba mucho, me quería y eso me fortalecía. Además, ahí había ganado el Masters de 1988. Llegamos unos pocos días antes del comienzo, junto con Ova y un amigo de él. Mis padres se habían quedado en la Argentina. Y a mí, cuando llegamos, me cambió el ánimo, como cada vez que estaba ahí", recuerda Sabatini, que tenía sus rutinas. Se alojaron –por primera vez– en el hotel Mayfair, desayunaban allí y por las noches, sin falta, cenaban en restaurantes de comida italiana, como Ciao Bella, en la Tercera Avenida, o Alfredo’s, en el edificio Citicorp, según apunta el libro Historia del tenis en la Argentina. Antes de acostarse, Sabatini hablaba con sus amigos y familiares por teléfono. Hasta que a la mañana siguiente la rueda comenzaba a girar otra vez. "Iba al club en los vehículos oficiales que nos pasaban a buscar por el hotel. Yo iba escuchando música. Nada de rock pesado. Elegía a Phil Collins", añade.
Sabatini tuvo un inicio fulminante en el torneo. Se quitó de encima a Kathy Jordan, Isabelle Demongeot, Sabine Appelmans y Helena Sukova (11° favorita) casi sin sudar, perdiendo 13 games en los cuatro partidos. Mientras, el cuadro se le fue abriendo, porque pronto quedaron eliminadas Navratilova (2a) y Monica Seles (3a). "Fui demoledora, no perdí sets, me sentí bárbara. Los cuartos de final contra Leila Meskhi fueron difíciles, muy complicados –fue 7-6 (5) y 6-4–. Pero donde sentí realmente que podía ser campeona fue después de derrotar a Mary Joe (Fernández, 8a) en las semifinales –7-5, 5-7 y 6-3–. Me sentí muy bien, definí puntos en la red como nunca lo había hecho y además ella era un obstáculo para mí. Ahí me di cuenta de que podía. Además, durante ese torneo me pasó algo muy curioso. Todas las noches soñaba que levantaba un trofeo, el del US Open. Nunca me pasaba eso cuando jugaba. Y esa vez sí", revela la ex número 3 del mundo, a los 45 años.
No hubo descanso entre las semifinales y la definición. "Ese viernes, después de jugar con Mary Joe, volví tarde al hotel, cenamos y ni tuve tiempo de ponerme nerviosa –detalla, dos décadas y media después–. El sábado no cambiamos nada, llegamos al club unas cuantas horas antes. La entrada en calor fue como siempre y no faltó el fútbol tenis, que ya era una costumbre. Me acuerdo de que usaba un short de todos los colores (sonríe), que después me cambiaba para jugar. Estaba soleado, había una linda temperatura. Y la final se jugó en el Armstrong, que para mí ya era inmenso, abierto, en el que se sentía bastante el viento, quizá comparable con el Philippe Chatrier. Decían que desde lo más alto se veían las Torres Gemelas, pero nunca subí a comprobarlo. Y enfrente tuve a Steffi, con quien tenía una gran rivalidad, pero con buena onda. Llegamos a ese partido con un récord muy positivo para ella (18-3). Mentalmente eso jugaba en mí, pero desde el comienzo del partido me sentí con autoridad, dominante, siendo ofensiva. La estrategia era buscarle el revés y cerrar el punto cambiándole la dirección rápidamente. Había que esquivarle el drive. Fue muy importante haber sumado a Carlos como entrenador. Me generó cambios. Uno de ellos en el saque, en el lanzamiento de la pelota, porque no tenía un buen saque. Pero lo que más me cambió fue la estrategia, me hizo más ofensiva, yo me animé a cerrar los puntos en la red".
Desde que se retiró, en 1996, Sabatini no volvió a ver sus partidos. Tampoco aquel con la mujer de Andre Agassi. Claro que tiene guardado cada detalle en la memoria. "Cuando saqué para el título pude aislarme un poco de las cosas que me gritaban. Como no podía ser de otra manera, sufrí hasta el final para ganar (sonríe), con la derecha en la línea. Se me cruzaron un montón de cosas por la cabeza y corrí a abrazar a mi hermano. Volví al vestuario, pero ya no me crucé con Steffi y nunca más hablamos del partido. Ella fue una gran campeona y fue un honor haberle ganado en esa final. Aquel fue el día más emocionante de mi carrera", relata Sabatini. Esa noche de sábado, casi madrugada de domingo, después de la premiación dirigida por el ex tenista local Tony Trabert y la actriz Linda Evans –popular por la serie "Dinastía"–, Gaby y su equipo cambiaron de restaurante. La comida y el champagne se disfrutaron en Elio’s, en la Segunda Avenida, invitados por Chris Evert y su marido. No conservó la ropa con la que se coronó, pero sí las raquetas: "Las tengo como un gran trofeo. Me las encordaba una persona en el club, siempre la misma. Nunca las cambiaba durante los games, pero una vez, antes de aquel US Open, rompí cuerda en un 5-4 y me complicó el partido. Entonces, desde ese día, la cambiaba cuando entraba en zona de definición".
Cada vez que le dan los tiempos y cuando no tiene compromisos en Zurich o Buenos Aires, la ganadora de 27 títulos individuales y medallista olímpica vuelve a Nueva York. A oxigenarse en el Central Park, a caminar por Manhattan, a tomar helado y chocolate caliente en los sitios de siempre. Estuvo aquí en marzo, rodeada de nieve, para jugar una exhibición en el Madison Square Garden. Aquella noche, por el BNP Paribas Showdown, encandiló a todos. Y recibió el cariño que supo construir durante tantos años en el circuito. Este año, como en cada temporada, fue invitada por la USTA a presenciar el torneo, aunque no logró combinar para viajar. Sabatini tiene una réplica del trofeo en una repisa junto con sus otros grandes logros. "Siempre que miro el trofeo me emociona y me pone orgullosa. Sé que estoy en el puñado de argentinos que ganaron un Grand Slam y es increíble. Creo que con los chicos, con Vilas, con Gastón y Juan Martín, tenemos algunas cosas en común. Algo cambió en mi vida desde aquel día. Empecé a sentir muchísimo más el cariño, me di cuenta de que algo grande había logrado y hasta el día de hoy me emociona", asevera Sabatini, a 25 años, nada menos, del día más glorioso de su exquisita carrera.
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