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Rafael Nadal agigantó su leyenda: jugó infiltrado, aplastó a Casper Ruud y levantó su 14° trofeo en Roland Garros
El zurdo volvió a quedarse con la Copa de los Mosqueteros en una final que ganó por demolición
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PARÍS.- Pasa el tiempo, los años, hasta una pandemia, las décadas, y Rafael Nadal es campeón de Roland Garros. Como en 2005, cuando era un chavalito de 19 años; como hoy, con 36 recién cumplidos. El mundo no es el mismo de 2005, y hasta el abierto francés ha cambiado muchísimo desde entonces. Tanto ganó ese zurdo español, que hubo que hacerle lugar a una estatua inmensa, a metros del estadio Philippe Chatrier que lo vio y lo ve festejar una y otra vez, ayer y hoy. Esta vez, la víctima en la definición fue el noruego Casper Ruud, que había edificado la mejor campaña de su carrera. Casi que no hubo final: Rafa arrasó con un 6-3, 6-3 y 6-0, en 2 horas y 18 minutos.
Sus números impresionan: 22 títulos de Grand Slam, 92 en total (63 en polvo de ladrillo), 1058 victorias (474 en canchas lentas). Algunos, asoman inalcanzables, como la marca de 112 triunfos (90 de ellos en sets corridos) y apenas 3 derrotas en París. Para igualarlo, alguien tendría que ganar el torneo durante 16 años consecutivos. O el récord de 14-0 en finales parisinas. Nadal convirtió el Grand Slam francés en su feudo, dominado con mano de hierro. Para darle más relieve a su logro: en la ruta hacia el título superó a cuatro Top 10: Felix Auger-Aliassime (9°), Novak Djokovic (1°), Alexander Zverev (3°) y Casper Ruud (8°). El único que había logrado algo similar aquí había sido Mats Wilander, en 1982.
Con 36 años cumplidos el viernes pasado, Nadal es el campeón de mayor edad en ganar aquí, tras superar la marca de su compatriota Andrés Gimeno, campeón en 1972 con 34 años y 10 meses de edad. Muchos se acordaron de aquella “profecía” que lanzó Nicolás Almagro en 2008, impotente en medio de un partido frente a Rafa: “Va a ganar Roland Garros 40 años seguidos. Va a tener 65 años y va a seguir ganando Roland Garros”. Acaso el murciano haya exagerado un poco… pero es cierto que Rafa ha llegado más lejos que nadie aquí. El zurdo no hace más que agigantar su leyenda en cada temporada. Y lo ha hecho jugando con el pie izquierdo infiltrado en sus partidos, para anestesiarlo y no sentir los dolores por el síndrome de Müller-Weiss que se le detectó hace tiempo y no tiene una solución a la vista.
Lo mejor de la final
La final se jugó a techo descubierto. En lo más alto, el clima hizo de las suyas: se mostró el sol, y minutos después densas nubes lo oscurecían todo, mientras el viento también aparecía de a ratos. Nadal, atento desde el comienzo, mostró las garras con un quiebre prematuro que condicionó al noruego. Casper Ruud llegó al número 8 del mundo con ocho títulos, casi todos en torneos de la serie 250; recién en marzo pasado jugó y perdió su primera final de la serie Masters 1000 en Miami. Saltar a una final de Grand Slam, en su superficie preferida, ya era un enorme salto de calidad. Como especialista en canchas lentas, buscó por dónde lastimar, y de a ratos consiguió estar a la altura en el desarrollo. Pero no era nada fácil debutar en una final grande con el desafío más difícil de sobrellevar en el tenis de hoy.
No se vio, al menos en el comienzo, la versión demoledora de Nadal, y Ruud tuvo algunos pasajes interesantes en los que mostró su condición de Top 10 establecido. Sin embargo, la final no levantó vuelo, salvo en algunos puntos aislados. Rafa, incluso sin estar en su mejor forma, era el amplio favorito y lo dejó claro en los momentos trascendentes. Se llevó el primer set sin problemas, y cuando Ruud ensayó una rebelión con un quiebre en el arranque del segundo (1-3), pisó el acelerador con once games seguidos (6-3 y 6-0). Si le faltó temperatura al duelo, es porque Rafa no necesitó extremarse como lo hizo ante Djokovic, en esa suerte de final que se anticipó bastante antes de lo esperado.
El zurdo encaminó la definición hacia lo inexorable. Los colores de España comenzaron a lucirse en las tribunas. Lejos de bajar la tensión o relajarse, Rafa le dio cifras de paliza a su consagración. Apenas seis games cedidos en la final, un número cercano a aquel memorable triunfo sobre Roger Federer en 2008 (6-1, 6-3 y 6-0), o el de 2017 sobre Stan Wawrinka (6-2, 6-3 y 6-1). Yendo de menos a más, hasta terminar con ese revés paralelo que besó el fleje y terminó por firmar la coronación.
Y entonces Nadal se tomó el rostro y se emocionó. Porque nunca se termina de acostumbrar al sabor de conquistar Roland Garros, y lo hace más especial el hecho de haber llegado aquí herido, sin la preparación que él considera ideal. Entonces surgieron las dudas sobre su futuro, que intentó disipar al expresar: “No sé lo que va a venir, pero voy a seguir luchando. Quiero seguir intentándolo”. Pero, al mismo tiempo, admite que jugó infiltrado la final: “Competí con el pie dormido. Y no puedo seguir así, tengo que encontrar una solución”.
Rafa reveló: “El peor momento [del torneo] lo pasé tras el partido con Moutet [en la segunda ronda]. No podía andar. Por suerte mi doctor estaba aquí y eso me ha permitido jugar infiltrado. Me encantaría seguir compitiendo, así que la próxima semana voy a hablar con varios médicos y contemplar diversas opciones. Haré un tratamiento de radiofrecuencia y espero que me ayude para disminuir el dolor. Con las inyecciones estoy jugando sin dolor, pero también sin sensaciones. Si el tratamiento no funciona, hay que ser realistas: hay diferentes opciones, pero ese planteo me lo reservo para mí. Es una operación que no me aseguraría del todo la posibilidad de poder seguir, así que tengo que hablarme a mí mismo con calma. Eso podría llevar meses, casi medio año parado sin una certeza. Tendría que ver y tomar una decisión de vida para la que hoy no estoy preparado”.
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— Roland-Garros (@rolandgarros) June 5, 2022
Con esos problemas a cuestas, su participación en Wimbledon está en duda: “Iré a Wimbledon si mi cuerpo me lo permite, así de simple. No es un torneo que me quiera perder, me encanta Wimbledon, tengo grandes recuerdos, me fue muy bien allí, y respeto mucho al torneo. Pero ahora no tengo una respuesta clara, sobre todo si quiero ir y ganar el torneo. Veremos si funciona el tratamiento. Si puedo jugar con antiinflamatorios, está bien; de lo contrario, no. No quiero más inyecciones. Lo hice una vez, no es algo que pueda seguir todo el tiempo”.
Por otro lado, Nadal comentó: “No he pensado en el riesgo [de someterse a inyecciones]; si no, pues no podría jugar. Cuando uno toma decisiones, puede acertar o errar, y lidiar luego con esas decisiones y asumir las consecuencias. Aquí, en 2016, tenía problemas en la muñeca. Jugué con la muñeca dormida y después del segundo día me rompí, no pude salir a jugar mi partido de tercera ronda. No me lo reproché entonces, porque cuando uno toma decisiones, hay consecuencias, y hay que convivir con ellas. Ahora hay que mirar al futuro con optimismo y tener respeto por cualquier situación. Estoy en un momento inesperado, en el que estoy siendo competitivo, y disfrutando un regalo que es jugar a esta edad, que no me lo hubiera imaginado años atrás. El objetivo es seguir haciendo lo que me gusta”. A pesar de los dolores, y los problemas físicos [también se había fisurado una costilla hace tres meses], Nadal aún compite. Y gana. Y aplasta, como lo hizo aquí. Sólo el tiempo dirá cuánto más brillará la estrella que Rafa encendió en esta Ciudad Luz rendida a sus pies.
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