PARIS.- La abuela Lela conoce de cerca la Torre Eiffel. Tiene las fotografías guardadas en un cajón: ocurrió hace 20 años. La semana que viene va a cumplir 90: un maravilloso motivo para conocer Barcelona. Es religiosa, enamorada de los viajes y fanática del tenis, porque tiene un nieto más o menos famoso. Ayer, se estaba duchando, bien temprano, la misma rutina que repite todos los días en Santiago del Estero, cuando ocurrió lo que ocurrió. Su hija, Susana, y su otro nieto, André, grabaron el momento, cuando Marco Trungelliti , el tenista profesional, le gritó desde el otro lado de la ducha: "Abue, nos vamos para París". Casi –cuentan-, se le cae el jabón sobre la bañera.
En la cancha, sentada en un costado, los nervios y la cadera le evitaron un disgusto: duró una hora en vivo y directo. A Marco Trungelliti mejor es verlo por TV. "Los nervios le habrán recorrido su cuerpo. Nunca va a la cancha, pero ve los partidos, es muy creyente. Siempre que juego, les prende una vela a todos los santos. Hoy, evidentemente, no lo pudo hacer… Aguantó dos sets, espero que esté bien, que no se me muera ahora…", cuenta el joven de la película. Roland Garros esconde buenas historias, detrás de los gladiadores de todos los días.
Casi 10 horas más tarde, del viaje relámpago entre Barcelona y París, gana Trungelliti, como ganan los héroes del silencio, con un ace que vuela en el espacio, con lágrimas y risas. Bernardo Tomic, su adversario, perdido en la desesperanza, tampoco lo puede creer. Tiene 28 años, está en el puesto 190° del ranking mundial y es el "perdedor afortunado" de la sonrisa fácil y la atracción global. Gana por 6-4, 5-7, 6-4 y 6-4 en dos horas y 54 minutos, con una clase de revés paralelo. Ahora, espera la cita con el italiano Marco Cecchinato que derrota en cinco sets (el último, 10-8) al rumano Marius Copil. Tiene dos recetas para no aflojar: "Tranquilidad" y "el cuchillo entre los dientes". Una suerte de homenaje impensado para Diego Simeone, porque a Marco no le interesa el fútbol. Prefiere el básquetbol: no se pierde ni un partido de Quimsa, el orgullo local. "No estoy presionado. Las últimas dos veces perdí en la segunda etapa acá, así que tengo la espina atragantada. Es una oportunidad, tengo que sacarle tensión. No es un Top 10, eso es bueno", cuenta, antes de relatar su íntima historia con LA NACION.
El cuento empieza más o menos, así.
Estaba en su casa, a punto de ir a la playa de Barcelona, en donde vive con su esposa. La presencia de su abuela era una de las razones por las que había alquilado la camioneta. Para moverse mejor, para conocer mejor la ciudad cosmopolita. "Ella siempre nos contó que con su marido armaban viajes de un minuto a otro. Estaban tomando un café y arreglaban un viaje. A ella le encantaba. Bueno, me llaman de la organización, ella se estaba dando una ducha y le dijimos, así como así, que nos íbamos a París en auto. Se volvió loca. Yo tenía las valijas armadas, no las había desarmado. Cada dos horas parábamos, el tema es que yo no sabía si podía llegar a tiempo. Todos me decían que ya estaba, pero lo único que pensaba es que no nos pasara algo en la ruta…", recuerda, paso a paso, el viaje por la carretera inolvidable.
Cuatro paradas. Litros de café. Folclore, jazz y los Abuelos de la Nada fue la play list, en ese orden estratégico. El hermano, más rockero, tuvo la última palabra. Además, de las casi 10 horas, seis fueron con sus manos sobre el volante. "Quería escuchar algo de lo mío", se ríe André. Nadir, la mujer de Marco, se quedó en Barcelona: es empleada de una empresa multinacional. No pudo pedirse el día.
El viaje fue tranquilo, sin tránsito. "Es una buena autopista, algo que en la Argentina no hay en todos lados. Allá hay que confiar en tus habilidades y en los que vienen enfrente, que uno no sabe si están drogados o tuvieron un mal día, lo que sea. Llegué al hotel tipo 11 de la noche y me puse a dormir", relata. Bueno, muy poco, en realidad: unas cuatro horas. "Pero para correr, a veces las piernas no necesitan dormir", cuenta. Perdió la clasificación el jueves a la tarde, retiró algunas cosas un día después, llegó a Barcelona a las 3 de la mañana del sábado. Al otro día se dio un gusto: un asado. "Para nosotros, los argentinos –les cuenta a los curiosos- es muy importante. Y nos íbamos a la playa, pero se canceló…", se ríe. Eso es lo que sucede: se ríe todo el tiempo.
La salida de Nick Kirgios ayudó tanto como la velocidad de llegar y firmar la planilla. Allí estaba el díscolo australiano. "Se nota que Tomic no es un jugador para canchas lentas. No está en su mejor momento, no sé si habrá jugado bien, pero no me importa en este momento", acepta.
-¿Vas a poder dormir algo, ahora?
-Ojalá que pueda dormir un día y medio. No puedo. Tampoco tenía demasiada adrenalina, cuanto más pensás en la situación, es peor. Traté de tomarlo como un partido normal, en una situación normal.
-¿Tomaste conciencia de que hoy sos la figura del torneo?
-(se ríe). Tal vez, nunca estuve en una sala de prensa tan grande, ni con tanta gente, ni siquiera cuando le gané a Cilic, hace un par de años.
No conocía la sala de prensa mayor. Allí, abarrotados, un rato antes, hay unos 110 periodistas. Algunos están parados. Habla en inglés con elegancia. De pronto, un olvido. "¿Cómo se dice maleta?". Contesta lo de siempre: "Me gusta la carne, como a todos los argentinos". Es tanta la efervescencia, que el reloj no marca la hora. Hace diez minutos que debió haber terminado.
Novak Djokovic está esperando en la puerta.
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