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Federer, el Beethoven con raqueta que volvió a enloquecer al público argentino
No es admiración; es amor. No es fanatismo; es veneración. Roger Federer representa todo lo que está bien. Educado, respetuoso y agradecido. Deportista de clase magistral, competitivo, apasionado, exitoso y elegante. Buen hijo, marido y padre. No se le conocen puntos oscuros. Su historia es una obra maestra. El Parque Roca, simbólico estadio de Villa Soldati modernizado y ahora con techo retráctil desde los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018, en el que no se jugaba tenis desde 2013, fue un polvorín.
Fueron quince mil las personas que disfrutaron del show, sin importarles el clima extremadamente pegajoso. Los artísticos movimientos e impactos del suizo sobre una superficie dura de color azul y verde, hicieron olvidar cualquier incomodidad. El que estuvo allí adentro, moviéndose en puntas de pie, es, probablemente, el mejor tenista de la historia. Y fue, seguramente, la última vez que se lo vio en la Argentina estando activo en el circuito profesional. Su rival, en una exhibición de casi dos horas, fue el alemán Alexander Zverev (7° del ranking; ex 3°), quien reemplazó a Juan Martín del Potro (participó de la clínica previa). El resultado, 7-6 (7-3) y 7-6 (7-2) para el germano, fue lo de menos, claro.
Federer es uno de los Beatles, o un Rolling Stone. Es Beethoven con raqueta. Lo que el máximo ganador de trofeos de Grand Slam (20) genera en el público es digno de un estudio científico. La gente se derrite ante su estética, se desploma ante su técnica sublime. Y se divierte ante sus bromas, que surgen repentinamente cuando muchos creen que es pura frialdad helvética. El gran Roger entiende el juego y el código del entretenimiento como pocos: combina golpes de autor con guiños al público. Si hasta se detiene durante el movimiento de saque cuando, a la distancia, advierte a una suerte de "falso Federer" en la tribuna, que muy suelto de cuerpo y con raqueta en mano se pone de pie y le grita "¡Hola, hermano!". Roger, el verdadero, se tienta de risa. Es una fiesta.
"No hay nadie más grande que Roger Federer", reza un enorme género rojo, con letras blancas, en una de las esquinas del estadio. También hay banderas de países limítrofes por los que la gira de Federer no pasará: de Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay. Las pantallas electrónicas de la cancha muestran a Gabriel Batistuta y a Hernán Crespo disfrutando del partido; hay aplausos para ellos. Un rato antes del match, incluso, fue Juan Román Riquelme, en un día trascendente en su vida boquense, quien estuvo en el vestuario saludando y obsequiándole una camiseta xeneize al ex N° 1 del mundo.
Hay jugadores de Los Pumas, hay modelos, hay artistas, hay empresarios y hasta algunos políticos. Hay mucha gente, la mayoría, que hizo un enorme esfuerzo económico en un contexto muy espinoso del país, para no perderse una presencia mágica.Federer entiende apenas un puñado de palabras en español. "Menos mal", habrán pensado algunos en el estadio, porque el propio Roger se sonrojaría si supiera las cosas que le gritaron (todas provocadas por el afecto que le tienen, obvio). "¡Te invito a comer un asado a casa, Rogeeeeer!", chilla uno, dentro de todo, ubicado. Uno de los momentos más divertidos se produjo en el tie-break del primer set: "¡Vamos Rafa!", exclamaron antes de que Zverev sacara, pero Federer se desentendió del servicio del alemán, se dio media vuelta e hizo que "no" con el dedo. Riéndose, claro. La gente lo celebró como un revés paralelo. También fue ocurrente cuando gritaron "¡Te amo, Mirka!", en referencia a la esposa y madre de los cuatro hijos del hombre de 38 años nacido en Basilea. "Eso sí que no, no, no", volvió a alegrarse el ganador de 103 títulos ATP.
Damián Steiner, el experimentado árbitro argentino que en agosto pasado fue despedido por la ATP, fue el umpire del partido. También estuvo Daniel Orsanic, el capitán del equipo campeón de Copa Davis 2016, coordinando la clínica y los partidos previos a la exhibición (entre los jóvenes hermanos Juan Manuel y Francisco Cerúndolo, y Guillermina Naya y Solana Sierra). Hubo cuerpos tatuados con rostros de Federer y el clásico "RF", que también lució en gorritas de todos los colores. Hubo música a todo volumen y martillazos de Zverev, una de las joyas de la nueva generación que busca retornar al camino del éxito en el tour en 2020.
Y hubo toquecitos magistrales del gran Roger, sobre todo ese revés con slice exquisito que no tiene comparación. Cuando la noche ya se había derramado en cada rincón del Parque Roca, Zverev cerró el partido. Llegó la melancolía de saber que el espectáculo había llegado a su fin. Federer, alegre, se empezó a tocar el pecho y a golpear el corazón. Llegó la premiación y un saludo, a través de un video, de Diego Maradona, uno de los ídolos deportivos de Federer: "Hola maestro, máquina, como te digo yo. Sos y serás el más grande. No hay otro que se te pueda asomar. Quiero que cualquier problema que tengas en el país me llames, me digas lo que me necesitás y, por supuesto, le mando un beso grande a tu señora y a tus hijos".
Ojos humedecidos. Ovaciones y agradecimientos brotaron, por última vez, desde las pobladas tribunas. "Es un privilegio jugar al tenis por el mundo, es algo que soñaba de chico y estoy encantado de haber estado en la Argentina otra vez. Estoy feliz de haber visitado esta parte del mundo. Estuve en 2012, lamento que pasó tanto tiempo hasta vernos de nuevo, pero son muchas las cosas que suceden en la vida y no pude volver antes. Son inolvidables", se despidió Federer, tras una verdadera fiesta. Inolvidable será él.
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