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Renzo Olivo, de campeón de la Copa Davis al puesto 510° del ranking: "Fue el peor año de mi carrera"
Renzo Olivo , de 26 años, pelo ensortijado y un pasado formativo en la academia francesa de Patrick Mouratoglou –el entrenador de Serena Williams–, se luce cada vez que recibe visitas en su casa de Rosario. En uno de los compartimientos del rack de la TV colocó la réplica de la Copa Davis, la pequeña Ensaladera que reciben los campeones. Olivo, de la camada 1992, la misma que Diego Schwartzman, fue uno de los siete jinetes seleccionados por Daniel Orsanic, uno de los que participó de la histórica conquista de 2016. Puntualmente, actuó en la primera de las cuatro series –todas de visitante–, en el triunfo por 3-2 ante Polonia en Gdansk, sobre una superficie antirreglamentaria. Jugó uno de los puntos más espinosos, el del dobles, con Carlos Berlocq, frente a dos especialistas: Marcin Matkowski y Lukasz Kubot, que triunfaron 6-3, 6-4 y 6-4. Además, ya con la serie definida en favor de la Argentina, Olivo disputó el quinto punto y cayó frente a una promesa polaca, Hubert Hurkacz, por entonces 600º, hoy 82º.
"El día de mañana pienso hacer una vitrina y colocarla ahí, pero por ahora está en el rack, sana y salva. La gente que viene a casa se impacta bastante al verla. Es una tremenda copa; pesadísima, además. Cuando recibo visitas me hacen muchos comentarios. Yo la miro y me trae muy buenos recuerdos. La Davis fue una experiencia muy linda, aunque el debut no fue fácil", le comenta el hincha de Newell’s a La Nacion. Aquella temporada, la 2016, fue mágica: comenzó 173º y terminó 83º. Logró muy buenos resultados: llegó a la segunda ronda de Australia tras superar la clasificación, alcanzó los cuartos de final de Quito y las semifinales de Hamburgo y conquistó los challengers de Santos y Buenos Aires, este último venciendo a Leonardo Mayer en la final, pocos días antes de la definición de la Davis contra Croacia en Zagreb, donde el Yacaré sería uno de los cuarto elementos del equipo nacional. Aquel año le sirvió de impulso a Olivo y la confianza lo acompañó durante gran parte de 2017: en enero llegó a su mejor posición histórica (78º) y hasta se dio el lujo de vencer en la primera rueda de Roland Garros y en el Philippe Chatrier, al francés Jo-Wilfried Tsonga, por entonces 11º del tour.
"Fue un año muy importante para mi confianza, porque llevaba un par de años dentro del top 150 o top 200 del ranking, y no podía terminar de hacer el salto. Pero ese año pude. Me costó, porque recuerdo que se necesitaban 700 puntos para estar dentro de los 100 mejores y quizás en otra época uno necesita 500 puntos. Para los jugadores es complicado cuando no podés salir del top 200; es un tira y afloje cada semana. Lo que fui aprendiendo con los años es que es mejor organizar la gira, decir ‘juego 4-5 torneos y listo’, y no prolongarla porque en la tercera semana no pudiste hacer los puntos que más o menos tenías planificado. Eso no es saludable, porque muchas veces terminás haciendo giras muy largas y físicamente no es bueno, tampoco para la cabeza. Y cuando me metí top 100 sentí una confianza extra que me alimentó para pensar que le podía ganar a jugadores que por ahí antes no estaba convencido. Eso me ayudó, por ejemplo, para encarar el partido con Tsonga en el Chatrier", argumenta Olivo.
Pero poco a poco ese fuego que el rosarino exhibía se fue consumiendo. Extravió la malicia que demostraba dentro del court. Y hasta perdió la sonrisa, esa que durante tantos años mostraba en los videos de YouTube haciendo jueguito con la pelotita y la raqueta, con enorme habilidad y como si fuera en un show circense. Terminó 2017 en el puesto 144°. Y esta temporada, muy lejos de lo que había ostentado en el circuito, no dejó de perder partidos. Superar una qualy de ATP y de Grand Slam se convirtió una utopía. Hasta perdió la pimienta en los challengers, la segunda categoría del tenis profesional. Apenas un partido en un cuadro principal de ATP: en febrero, en el 250 de San Pablo, perdió frente al portugués Joao Domíngues (hoy, 255º) en tres sets.
Olivo hoy mira su ranking y le hace daño. Es 510º. El registro no perdona. No estaba en esa posición desde marzo de 2012, cuando tenía 19 años. ‘¿Qué le pasa a Renzo?’, se preguntan los amantes del tenis nacional. Él lo intenta explicar, a corazón abierto.
"Una cosa concreta no hay. Fue una suma de cosas. La principal, el aspecto físico. Este fue el peor año de mi carrera. Tuve molestias como nunca, lesiones en la espalda, en los dos cuádriceps, en el pie, calambres en muchos partidos. Si hago un resumen del año diría que jugué el 30% en buen estado. Intenté mejorar interrumpiendo la gira, extendiéndola y nada funcionó. Llegó un momento en el que no sabía cómo seguir. Estuve unas semanas apartado del tenis porque tenía una frustración muy grande. Me preparaba para un torneo y cuando estaba por jugar, me pasaba algo. La gira de Roland Garros fue la peor en términos de molestias. Fue muy fea. Después de París volví al país, pero volví a viajar para ir a Hamburgo. Tenía proyectada una gira de seis semanas, pero regresé después de la tercera. Ya no tenía esa fuerza mental para decir ‘Aguanto y me preparo bien para el otro torneo’. Estaba desesperado. Éste es mi peor año tenístico desde los 18 años".
Olivo es consciente de la alarma que encendió en el mundo del tenis argentino. Y reconoce problemas anímicos. "También me pasaron algunas cuestiones personales, que prefiero no compartirlas, pero que han influido bastante en mi año. Es que es todo una cadena. Empieza en un eslabón y sigue con el resto. Estuve cerca de dejar de jugar al tenis, lo reconozco. Pasaron dos semanas sin tocar las raquetas. Pero por suerte lo pude sobrepasar mentalmente; tenísticamente por ahí no, porque sigo con el peor ranking en muchos años".
El tren de la ATP no se detiene. Y cuando un jugador como Olivo trastabilla y atraviesa por momentos turbulentos, queda desprotegido, en la cornisa del sistema. Hasta económicamente es un problema. "El ranking es muy exigente y no te protege nada. Uno tiene que volver a remarla. Lamentablemente, no tengo ese colchón económico que me puede dejar más tranquilo o me sirva para tener un equipo atrás todo el tiempo. Con el ranking que tengo hoy en día soy pura pérdida y eso a uno lo golpea. De venir de un año en el que generaba plata a pasar a uno en el que pierdo todo el tiempo, te desesperás y no sabés muy bien cómo encarar el tema. En mi carrera siempre fui bastante retraído; tuve cinco psicólogos, pero la verdad es que no noté la diferencia, no me funcionaron. Prefiero hablar con gente de mi entorno", confiesa el admirador de David Nalbandian.
Más allá de todo, Olivo afirma que tiene ganas de salir adelante, de luchar por volver a sonreír dentro de la cancha. Cuenta que un amigo le armó un video con imágenes de sus mejores partidos y que cada tanto lo mira: "Está bueno mirarlo, porque uno está hundido y se olvida de los momentos lindos, que además no fueron hace tanto tiempo. Me gustó verme. Hasta me sorprendí y dije: ‘Uh, ¿esto hice?’ Estoy probando trabajar con gente nueva que me puede ayudar y le estoy metiendo. No voy a soltar el tenis. Estoy con fuego para seguir".
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