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Por el efecto despegue de la añorada Copa Ericsson
Sumit Nagal, el indio que se hizo popular en agosto al enfrentarse con Roger Federer en la primera ronda del US Open, endulzó sus oídos el último domingo, al obtener el trofeo del Challenger de Buenos Aires y recibir la ovación de unos 800 espectadores que poblaron el Racket. Un día después, la mayoría de los argentinos que habían participado del certamen, lucieron nuevas posiciones en el ranking ATP, algunos de ellos subiendo 20, 22, 27 y hasta 34 ubicaciones. En mayor o menor medida, Leo Mayer (32 años), Facundo Bagnis (29), Andrea Collarini (27), Francisco Cerúndolo (21), Juan Pablo Ficovich (22), Agustín Velotti (27), Camilo Ugo Carabelli (20), Genaro Olivieri (21), Facundo Díaz Acosta (18) y Thiago Tirante (18) salieron fortalecidos de las canchas sobre polvo de ladrillo de Palermo. Les sacaron jugo al hecho de contar con un torneo de la segunda categoría profesional del tenis en el país. Más allá de las diferencias, muchos, de inmediato, recordaron los tiempos en los que la Copa Ericsson sirvió de plataforma de despegue para una enorme cantidad de jugadores de la región. Aquella gira sudamericana de challengers disputada entre 1997 y 2001, compuesta por siete etapas (ciudades), sirvió de impulso para la que más tarde sería la inigualable Legión nacional.
"Fue en 1996 cuando el estadounidense Butch Buchholz, por entonces propietario del torneo de Miami y con la fantasía de crear un Masters 1000 en Sudamérica, tuvo la visión de generar un circuito de challengers para que creciera la competencia –y la popularidad– en la región. Ericsson, compañía que en los ’90 lideraba la fabricación de teléfonos celulares, se transformó en el principal patrocinador. Y así nació, en 1997, una Copa entre octubre y noviembre, en distintos puntos geográficos: Montevideo, San Pablo, Santiago, Lima, Guayaquil, Puerto Rico, Guadalajara y Buenos Aires, uno detrás del otro en forma sistematizada, con 100.000 dólares en premios y puntos para el ranking. El Tenis Club Argentino, en Palermo, fue el escenario de la primera etapa nacional de 1997 (más tarde pasaría al Buenos Aires Lawn Tennis Club), con Martín Jaite como director. Franco Squillari, una suerte de punta de lanza para los jugadores de la Legión, ganó ese evento. Lo hizo al vencer en la final a Diego Moyano por 6-1 y 6-4. La anécdota de aquel enfrentamiento fue que Moyano, después de jugar las semifinales, viajó a su ciudad, Venado Tuerto, para casarse y regresó al otro día a Palermo para completar ese duelo (se había interrumpido por lluvia) y luego jugar ante el zurdo de Deportes Racionales. Squillari comenzó 121º la gira sudamericana y la cerró como 102º. Un año después, finalizó 60º.
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"Esos dos años me vinieron bárbaro. Jugar torneos en Argentina siempre suma. La cantidad de torneos que puedas tener en un país hacen a la cantidad de jugadores que puedas meter entre los mejores del mundo. Ojalá tengamos una economía sólida en los próximos años que lo permita y sponsors que se acerquen", cuenta Squillari, actual director de Desarrollo de la Asociación Argentina de Tenis, ante LA NACION. "Dependiendo de los resultados que sacabas en la Ericsson, ganabas pasajes aéreos, mejorabas el ranking y aumentabas la confianza –añade–. La gira terminaba con un Master para ocho jugadores, que no era puntuable para la ATP pero sí tenía un nivel alto porque invitaban a un Top Ten de actualidad. Se jugó dos años en Porto Alegre y los llevaron a Courier, a Corretja. Desde el tercer año se hizo en Río. Esta gira, al ser a fin de año, sumaba porque los puntos que sacabas te servían de reserva para el año siguiente, por si en una etapa no te iba tan bien. Sacabas 250 o 300 puntos de promedio, dependiendo de cómo te iba". Squillari, categoría 1975, alcanzó las semifinales de Roland Garros en 2000 y si bien no pertenece enteramente a la Legión, fue el despertador para esa camada con esa actuación.
Si la Copa Ericsson actuó de contagio para Squillari, para Guillermo Coria tuvo un efecto similar. Entre octubre y noviembre de 2000, el Mago ganó cuatro torneos seguidos: Lima, San Pablo, Montevideo y Buenos Aires. Comenzó ese período como 175º y terminó 88º. "Fue una gira a la que le saqué un provecho espectacular –sentencia el Nº 3 en 2004–. Me sirvió para meterme entre los cien primeros y me dio la posibilidad de clasificarme para Australia. El nivel era muy alto, además jugaban varios españoles. Me dio el impulso para meterme en el profesionalismo y la madurez como jugador, para cambiar el chip de junior a profesional. Ojalá que en algún momento Sudamérica vuelva a tener esa gira. El problema económico que tienen los países actuales no ayuda mucho, pero ojalá que pronto, con todo el esfuerzo de las federaciones, COSAT e ITF, se pueda recuperar". Lucas Arnold Ker, que también le dio utilidad a aquella gira, agrega: "En la fecha en la que se hacía estabas muerto de la gira por Europa y tener seis o siete torneos en Sudamérica era un lujo. Era fin de año, permanecías en la región, estabas quemado de todo el año y te encontrabas con torneos lindos y cerca. Año tras año iban mejorando. Era espectacular".
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En el quinto año de la Copa, se abrió una licitación para adquirir la plaza que dejaba el ATP de Atlanta y Buchholz decidió involucrarse y llevar el torneo (Copa AT&T) a Buenos Aires. La Ericsson dejó de hacerse. Un formato similar se generó entre 2004 y 2011, con la Copa Petrobras, que sirvió de ayuda para jugadores como Juan Martín del Potro. Hoy, la región sigue teniendo challengers, pero sin una gira en continuado con un mismo sponsor que garantice la vida de cada plaza. "Hay una coordinación con la ATP para que las fechas no se superpongan, pero los torneos se generan con esfuerzos individuales", dice Mariano Ink, director del Challenger de Buenos Aires, que goza de buena salud. De hecho, la edición que acaba de terminar, la quinta, en la que se le otorgaron los cinco "wild card" a jugadores jóvenes nacionales (Juan Manuel Cerúndolo, Díaz Acosta, Tirante, Sebastián Báez y Román Burruchaga), recibió un 30% más de público que en 2018 y, pese a la crisis del país, tuvo nuevos patrocinadores. Hay challengers que quedaron en el camino, como el de Bogotá (se hizo entre 2005 y 2017). El costo para realizar un torneo como el del Racket Club es de unos 200.000 dólares y para conseguir los fondos se requieren creatividad e ingeniería. La Copa Ericsson tuvo excelentes resultados y marcó una época, pero durante la Convertibilidad. El contexto actual, sobre todo en la región, no es igual. Pero el efecto despegue sí es el mismo.
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