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Es probable que las nuevas generaciones de amantes del tenis, aquellas que crecieron con Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic, no sepan quién fue Guillermo Pérez Roldán. Hace algunos días, LA NACION lo buscó con la intención de repasar su carrera y de conocer su actualidad en el exterior. Sin embargo, después de encontrarlo en Chile, lo que se inició con una dirección viró en una confesión impactante y profunda, en el desahogo de un hombre fuerte pero herido, que necesitaba a los 50 años, por primera vez en su vida, exteriorizar y contar un caso de maltrato del que gran parte del tenis argentino, según sus propias palabras, tuvo conocimiento, pero que siempre calló.
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Algunos jóvenes, quizás, apenas lo hayan escuchado nombrar como jugador o entrenador. Pero quienes tienen más de 35 años lo conocen bien. Rocky, como fue bautizado por la potencia de su drive y su fortaleza física, fue número 13 del mundo en 1988. Ganó 9 títulos individuales. El primero de ellos, en Munich 1987, lo convirtió en el tenista nacional más joven en obtener un trofeo de ATP: con 17 años y seis meses.
Guillermo hizo rugir al público argentino en el Buenos Aires Lawn Tennis Club en la serie de Copa Davis ante EE.UU., en julio de 1988, cuando tuvo contras las cuerdas a John McEnroe y a Andre Agassi (la Argentina cayó 4-1; fue el mismo cruce en el que el Kid de Las Vegas le detuvo un saque con la mano a Martín Jaite). Por su popularidad e imagen, entre los ‘80 y ‘90 fue usual verlo en tapas de revistas (no sólo en las deportivas). Pero una lesión en la muñeca derecha, por la que se sometió a tres cirugías, lo empujó al retiro prematuro: compitió en forma regular hasta fines de 1993 (tenía 24 años), reapareció por nueve torneos en 1996 y volvió a jugar un puñado de partidos en 1998, 2004 y 2006. Pero desde su retiro como jugador, Pérez Roldán se apartó de las luces locales y sus entrevistas fueron en cuentagotas. Con perfil bajo, Italia y Chile fueron las plazas en las que desarrolló su capacidad como formador y entrenador.
En el método de trabajo de Raúl Pérez Roldán, creador de la exitosa escuela de tenis de Tandil en el club Independiente, la disciplina y la severidad fueron reglas innegociables. Pero, con esos métodos, de acuerdo con la confesión de Guillermo, Raúl cruzó la línea y sus hijos, Mariana (51° de WTA en 1988) y, sobre todo Guillo, lo sufrieron.
En el primer contacto telefónico con LA NACION, la entrevista con Pérez Roldán se extendió durante poco más de dos horas. La final de Roma 1988 contra Ivan Lendl, sus duelos ante Andre Agassi y sus tiempos como sparring de Guillermo Vilas fueron algunos de los tantos temas deportivos. Sólo hubo una pregunta -y luego una repregunta- vinculadas a su padre. Así fue el diálogo:
-Has tenido algunas diferencias con tu papá. ¿Qué tan rígido era él con su sistema de entrenamiento?
-Yo te voy a decir sin miedo a que lo puedas poner: creo que fue un visionario muy bueno, extraordinario en los detalles técnicos y un gran entrenador, pero lamentablemente yo fui su hijo. Hubiese preferido tener un peor entrenador y un mejor padre, simplemente eso. Me da mucha pena: fue tan bueno en lo que creó, fue un sistema que funcionó, debería haber sido Gardel y descargaba sobre mí una, no sé si exigencia, pero perdí un padre. Hubiese preferido, desde ese lado, que él fuera un gran profesor de tenis y yo un buen abogado, no sé. Es una parte negra. Ahora, como técnico, me saco el sombrero. Mientras esté en vida espero que alguna vez podamos acercarnos, porque al final de todo es mi padre.
-¿No tenés contacto?
-No, no. No tengo contacto de ninguna manera, lamentablemente ya no.
A las pocas horas de la entrevista, mientras ocupaba el tiempo en el cuidado de su mujer (Daniela), los preparativos para el nacimiento de su tercer hijo (Damián) y las caminatas por los cerros del barrio Las Condes de Santiago, donde vive, Guillermo Pérez Roldán, que cumplirá 51 años en octubre, se puso en contacto con LA NACIÓN a través de audios de WhatsApp. Fue durante una tarde. Había estado pensando mucho,dijo, madurando una decisión que lo carcomía por dentro. Sintió el deseo de expulsar, de cierta manera, su dolor. Resolvió narrar su pesadilla. Necesitaba sacar a la superficie una situación que lo angustia desde hace casi tres décadas. Y así lo hizo. Primero, con audios de WhatsApp.
La traición de un padre a un hijo es terrible. En el casamiento con Daniela, hace tres años, lo invité, me pidió perdón delante de todos y me cantó una canción, pero al otro día me volvió a cagar
- "Hubiese querido un mejor padre. A ver si algún día me da un abrazo y dejo de ser una cuestión económica, porque como era en la cancha soy en la vida. No me van a voltear nunca. Antes de ganarme me van a tener que dejar tirado. Es una lástima. Teniendo dos hijas, ahora viniendo el guatón (NdR: término chileno, se refiere al Gordo, que nacería en esos días), no puedo creer... Ay, Dios, duele, pero son muchos años ya".
- "La verdad es esa. Todos lo saben, pero nadie lo dice, yo no lo dije nunca a un periodista. Pero fue así. Terminé de jugar y me fui a vivir a un ambiente. Tuve que pedirle plata a mi abuela para alquilar. Yo estoy en paz conmigo mismo, feliz con mi mujer, mis hijas, mis amigos, mi trabajo. Pero de ahí para adelante. Es duro. Tuve una vida difícil. Siempre salí adelante. Me da más lástima por ellos, por mis padres y mi hermana. Pero más que nada es el cómo. La traición de un padre a un hijo es terrible. En el casamiento con Daniela, hace tres años y medio, lo invité, me pidió perdón delante de todos y me cantó una canción, pero al otro día me volvió a cagar. Así es la cosa. Uno siempre tiene que aferrarse a lo de uno y a la capacidad de voluntad. Yo me entreno cuatro horas por día porque sé que si me sueltan a trabajar después de este virus [N. de la R.: tiene tareas y cargos en Italia, en el desarrollo del tenis en el TC Cagliari y con la federación de ese país] tengo que tener diez horas por día en las piernas, porque tengo que vivir. Hay que salir a laburar, tengo 50 años y tengo más ganas que nunca de vivir".
- "Si yo te contara realmente las cosas fuertes, como perder un partido, entrar en una habitación y que te peguen una piña en medio de la boca con el puño cerrado. Y yo las corría todas, eh. O que te metan la cabeza en un baño o que te agarren a cintazos arriba de una cama. O un robo de cuatro o cinco millones de dólares. Todo lo que gané jugando al tenis, al otro día no lo tenía. Mi vieja [Liliana Sagarzazu] y mi viejo firmaron para sacarme la plata de mis cuentas".
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En los ‘80, Raúl Pérez Roldán formó un equipo de juveniles para viajar a competir en el exterior, entre los que, además de Guillermo y Mariana, estaban Franco Davin y Patricia Tarabini. Fueron unos adelantados, sobre todo saliendo desde el interior del país. Guillermo tuvo una destacadísima carrera junior, ganando dos veces Roland Garros (1986 y 1987) y el Avennire de Italia. Incluso, en 1986, alternó juniors con profesionales. "Soy un tipo sincero, muy frontal. Mi vida privada siempre la mantuve reservada. Pero me cansé de estar protegiendo a todo el mundo de las cosas que han hecho conmigo", expresa Pérez Roldán. Justo él, que en su casa no exhibe ninguno de los trofeos que ganó porque entiende que "quedarse en el pasado te hace no poder mirar para el futuro", cierra los ojos, observa hacia atrás y expulsa los demonios.
Perdí y [después del partido] se subió a la cama y me empezó a cagar a latigazos porque decía que no me había movido bien. No puede ser. Cosas así, groseras.
"Sufrí el maltrato físico. Todos sabían. La cosa fue conmigo. Y con mi hermana al principio. Pero cuando empecé a facturar yo, mi hermana pasó a un segundo plano. Tengo que decir que fue un técnico de la puta que lo parió de bueno, pero un padre de mierda. No podía ser que ganar un partido era un alivio y en determinados momentos, en vez de poder disfrutar a los 19 años, ya no di más. Le dije: ‘Seguí por tu camino, cuando te necesite técnicamente te llamo. Comprate un campo, andá a los caballos, qué se yo, pero déjame tranquilo’. Después de él no tuve otros técnicos. Jugué muchos años solo. Entonces me llevaba a mis amigos, a algún entrenador sustituto, como Kiko Carruthers, con quien viajé a dos torneos y gané los dos y no pudo viajar más. Todo el mérito tenístico se lo doy a mi papá, porque creó un diccionario de lo que había que hacer, pero yo me estoy refiriendo a la parte familiar. ¡Qué se yo! Un año gané tres torneos de ATP, en el ‘87, ¡era junior, tenía 17 años! Después de ganar Buenos Aires me voy a Itaparica, en la primera ronda me toca un muchacho que se llama Tore Mainecke, jugué en otra superficie, venía de una que era súper lenta, hacía un calor, perdí y [después del partido] se subió a la cama y me empezó a cagar a latigazos porque decía que no me había movido bien. No puede ser. Cosas así, groseras".
-¿Durante cuánto tiempo pasó esto?
-Cuando terminaron los golpes, a los 18 o 19 años, fue porque yo le dije a mi padre que no seguía jugando al tenis. Lo agarré después de ganar el torneo de Palermo, no me acuerdo si fue en el ‘89. Me senté en el avión y le dije: ‘Mirá: a partir del año que viene quiero viajar solo, no quiero viajar más con vos. O las tiro todas para afuera, pierdo el ranking o no agarro más la raqueta. Así que fíjate qué querés hacer’. No daba para más. No, no. Y ahí empezó a disfrutar, hasta que yo me caso la primera vez a los 24 años: amarrocó toda la plata y me la sacó, sin avisarme nada. Eran cuentas familiares con tres firmas. Los cheques de ATP venían a mi nombre. Firmando dos, padre y madre, podían sacar la plata... Confiás en tu viejo. Yo no supe nunca más dónde estaba la plata. Y ahí empecé de nuevo, a los 24 años empecé de nuevo y listo. Terminó mi carrera, me puse a trabajar con Vilas, la vida me llevó a Italia, estuve diez años, muy bien allí y después me vine para acá, para Chile. Tengo a mis hijas en Italia.
-¿Y respecto de lo económico qué pasó?
-Terminé mi carrera y a los tres meses era pobre. No tenía ni coche. La estafa la descubrí en 1994. Así fue: llamé al banco de afuera, pedí una plata para irme de vacaciones y no había más. Y había varios millones de dólares. Además, teníamos casas, caballos de carrera, restaurante, departamento, etcétera. No cuento ni vivo con eso y sé que nunca la voy a tener. Yo me casé por segunda vez, en Chile, mi mujer me convenció de invitarlos [a sus padres]. Mi papá me pide perdón delante de todos, me dice que ahora vamos a arreglar las cosas, qué se yo y me volvió a cagar. Me quiso hacer firmar unas cosas. Fui a Tandil y le dije: ‘Bueno, devolveme algo de lo que me sacaste’. Siempre yo tratando de ser generoso en el sentido de decirle: ‘Fijate, viví bien, si tenés que arrendar algunos departamentos yo veo cuando sea más grande’, pero ni siquiera eso. Nada. Entonces le propuse: ‘Dame un poco y quedate con todo’. No, tampoco. Entonces, le dije: ‘Mirá, papá, sigamos cada uno por su camino y listo’. Yo cuento con mi trabajo. Que te caguen tus propios viejos...
LA NACION intentó comunicarse con la casa de Raúl Pérez Roldán en Tandil, para conocer su opinión, pero en ninguno de los casos consiguió el objetivo
Mientras relata cada hecho, Guillermo suspira. Se advierte, a través de la línea telefónica, su tortura. Tiene grabada cada fotografía en su mente. No las puede olvidar. Pero, a su vez, se lo siente fuerte. Y sorprende con otra confesión.
"En 1993, después de Roland Garros, estábamos con mi padre en Génova, pero como yo tenía el día libre antes de jugar vamos a ver a [Mariano] Zabaleta, que jugaba el Avvenire en Milán. Cuando volvemos, paramos en una estación de servicio y me voy a comprar algo para comer y me pongo a hablar por teléfono. Cuando miro para afuera, dos tipos le estaban pegando a mi viejo. Salí, pegué dos tortazos, me puse hielo en la mano y seguimos. Al otro día cuando amanezco tenía la mano que parecía con elefantiasis. Después vine para Argentina, ya sabía que tenía algo roto, jugué todo el año infiltrado y muy pocos torneos. Después me operé varias veces y nunca quedé bien. Al día de hoy que todavía tengo la mano sin movimiento. No fue que me lesioné jugando y la cosa se me hizo peor, no. Jamás tuve un problema en la mano, ni en los codos ni en el hombro. Mis lesiones fueron abdominales. Sí tenía un problema genético de la espalda. Así que encima de estafado, la causa de mi retiro fue por defender a mi viejo, que como siempre, estaba haciendo quilombo. Creo que fue por ver quién estaba primero para cargar nafta, imagínate la boludez. Y yo que tenía fuerza en ese momento y, puta, lo defendí; era mi padre. Yo no sé cómo fue mi viejo con los demás, pero conmigo fue ridículamente malo. Nunca le hice nada, ningún problema judicial, nunca un abogado, nunca nada".
-En ese momento, ¿cómo actuaba la gente que estaba a su alrededor? ¿No lo sabían?
-Esta fue una cosa que manejó él. Me acuerdo perfectamente que me dijo: ‘Vos confía en mí, yo te voy a proteger el dinero’. Pero le digo: ‘Dame la mitad, gastate la mitad tuya, porque vos fuiste parte de esto’. Él estaba en el campo, en Mar del Plata, y yo en la ciudad, y me fui a verlo porque había desaparecido la plata. Me acerco a él y le digo: ‘Mirá papá, yo ya estoy casado, yo te reconozco el 50%, no te reconozco el 10, 20 o 30. Te doy el 50%, vos hacé con eso lo que quieras. Lo repartimos y ya. No puedo jugar más al tenis por la mano’. Me respondió: ‘No, vos te la vas a gastar, yo te la voy a cuidar’. ‘Metete la plata en el culo, dejás de ser mi papá’, esa fue mi respuesta. Y siendo padre, cada vez me entra menos en la cabeza, es un tema que yo no supero, porque digo: ‘¿Cómo puede ser?’. Mi hija me llama y trato de conseguirle trabajo en Italia, trato de ayudarla para que tenga sus herramientas. Acá no: la herramienta fui yo para sacarme hasta el último centavo. Yo estoy bien, vivo bien. Pero de lo que hice en mi carrera, no tengo nada; cero.
-Pese a todo, decís que te gustaría reencontrarte y recibir un abrazo de tu papá.
-Es que ya lo hizo, pero volvió a defraudarme. En mi casamiento lo hizo. Volví a confiar y de nuevo tuve otro puñalazo por la espalda. Entonces es difícil. Alguna vez me gustaría, antes de morir alguno de nosotros, entre los cuales me incluyo. Con mi mujer pasamos unas penas terribles. Se le murió la hermana de 36 años, la sobrina de 6 y de 9 en un accidente de coche. Fue hace tres años, acá en Chile. Entonces, nosotros vivimos cosas muy fuertes sentimentales. Imagínate si me puede importar a mí la plata. Pero, son tus viejos. Y quisiera entender alguna vez, al menos tener una charla y saber: ‘¿Por qué siempre cagándome?’. Esa es la pregunta que me hago. ‘¿Qué satisfacción te da haberme cagado todo en la cara todos estos años?’. A nivel económico, por supuesto. Pero tenés que ser más que el diablo para ver que tu hijo…
-¿Tu decisión de buscar un camino en el exterior está vinculada a este hecho traumático?
-Uno de los motivos por los cuales yo me fui a Italia fue esta pelea, sí. Dije: ‘¿Qué hago acá?’. Y me fui a Italia, un país que amo tanto como a la Argentina.
-¿Cómo trasladás tu experiencia personal al trabajo con los más chicos en las academias?
-Doy cursos a profesores y les digo que no sólo tienen que estudiar la técnica y la táctica, sino también saber cómo aproximarse, porque hay padres a los que tenés que contener para que los chicos no sufran. Hay padres que generan expectativas equivocadas y si sus hijos la tiran afuera, opinan. Un chico se despliega mucho mejor dejándolo ser. Cuando veo un chico que es esforzado, pero los padres le caen fuertemente y le refriegan el tema del dinero en la cara…
-Te exacerba.
-No, no. Trato de mediar y contener a los padres. Soy un tipo sensible, los que me conocen bien y que han trabajado conmigo, saben quién soy. Mantengo un perfil súper bajo, donde creo que el boca en boca siempre fue el fuerte de mi trabajo. No creo que vaya a trabajar en Argentina, no están dadas las condiciones, por más que sea mi país, lo adoro y lo extraño muchísimo. Hace mucho que no daba una nota. Y quiero que dentro de un libro que le voy a dejar a mis hijas cuando me muera, sepan también la verdad, quién fue el padre.
-A Agustina (25 años) y a Chiara (14), tus hijas, ¿nunca les contaste en profundidad esta historia?
-Lo intuyen, algunas cosas. Mis hijas no tienen relación con él. Pero nunca les voy a privar nada con el abuelo, no corresponde. Lo estoy contando porque necesito sacarlo de una vez a la luz. Por supuesto que mis amigos más íntimos lo saben, mi mujer lo sabe, Franco [Davin] y Eduardo [Infantino] lo saben, Mariano [Zabaleta], que llegó a vivir en mi casa, lo sabe. Pasa es que es difícil contar una cosa así y al periodismo. Pero como vino mi tercer hijo y no me importa más nada que mi familia, mis amigos y mi trabajo... Dije cosas profundas y me gusta hacerlas públicas para que otros chicos no vuelvan a pasar por algo así, para que tengan el coraje que yo no tuve.
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