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Ostapenko, la chica divertida que empezó a ser campeona en Roland Garros
Con 20 años, nunca había ganado un torneo; dueña de un tenis explosivo, con 299 winners en el torneo, y una frescura contagiosa fuera de la cancha, mostró su falta de costumbre en materia de festejos en el podio: no sabía qué hacer con el trofeo y no advirtió la ejecución del himno de su país, Letonia
PARIS.- No sabe qué hacer. Quizá todavía no sepa lo que hizo. El gesto adusto que la acompaña dentro de la cancha no tiene nada que ver con la chica sonriente y divertida que se exhibe espontáneamente cuando termina el partido. Disfruta de las notas, del contacto con la gente, de las sobremesas en el Players Lounge con su grupo de trabajo. Pero Jelena Ostapenko no está preparada para ese momento. Porque nunca se lo imaginó. "Veía a muchas chicas jugando los primeros partidos y nunca se me pasó por la cabeza pensar que podía ganar Roland Garros", admite. Espera que la llamen al podio. Suspira cuando adivina la convocatoria. Sube rápido. Saluda a Francoise Durr, gloria francesa que le entrega la Copa. No se mueve. Desde el palco, Ugo Colombini, su agente, y la española Anabel Medina, su coach, le gritan "levantala". Ahí reacciona la letona. Sigue sonriendo. No entiende qué está ocurriendo, pero le parece "funny" (gracioso), su vocablo predilecto. Le piden fotos justo cuando empieza a sonar el himno de Letonia, pero ella posa. Es probable que ni lo haya escuchado. Se quiere ir, pero la hacen volver. Hasta que con alivio, deja el trofeo sobre una mesa y no disimula su sentir en ese instante: "Por fin, pesaba mucho".
Jelena Ostapenko nacía el mismo día que Guga Kuerten ganaba su primer Roland Garros, en 1997. Festejó sus 20 venciendo en la semifinal a la suiza Timea Bacsinszky. "Es un número que nos trajo suerte a los dos", dijo la campeona, cuya primera coach fue otra Jelena, su mamá. Nunca había conquistado un título profesional, a pesar de haber jugado tres finales en el circuito. Jamás había superado una tercera rueda de Grand Slam. ¿Qué le iban a hablar de estar el último día en la cancha central, ante 27.000 personas? En 1h59m entró la historia como la primera tenista que en el Abierto de Francia se adjudica su primer certamen. Sólo había sucedido dos veces, pero en el Australian Open: en 1978 lo logró la local Christine O´Neill y un año después la norteamericana Barbara Jordan. El impacto es tremendo, en tiempos en los que el tenis femenino busca una renovación y Europa lanzó un masivo desembarco de potenciales candidatas a la sucesión de Serena Williams, la futura mamá que a los 35-36 verá cuanto desea volver a las canchas.
Lo habíamos anticipado: no habría sutilezas, ni drops ni búsqueda de definir los puntos en la red. Ostapenko siente el tenis como en el lejano Oeste: a matar. Queda de pie o cae, pero no le pidan que mida. No está en su registro. Del otro lado, la rumana Simona Halep, en su segundo intento de coronarse en París, con un agregado: el triunfo le hubiera dado además del título y de 2,1 millones de euros de premio, el número 1 del mundo. Ese gran objetivo que se lanzó a buscar el día en el que, aún joven, decidió entrar en el quirófano, reducir su voluminoso busto y de esa manera favorecer su desarrollo y potencial en los courts. Alentada por muchos rumanos que llegaron en las últimas horas, más Ion Tiriac en su palco tradicional, Halep estuvo demasiado cerca de concretar su gran anhelo: 6-4 y 3-0, casi 4-0. Y más tarde, 3-1 en el tercero. No pudo porque de pronto se desató el torbellino Ostapenko. A su manera, sin renunciar a los principios. Hasta pegar su winner N° 299 del torneo (54 en la final) con una devolución de revés que se estrelló casi en la línea. La gloria era suya por 4-6, 6-4 y 6-3.
Los amantes del tenis criterioso, sensato, variado y creativo deben estar espantados con Ostapenko, convencidos de que no es de mucha utilidad mostrarle a los chicos en las escuelas de tenis sus videos. La sensación al verla es que tiene un termostato volátil: o acierta un tiro ganador o le erra por dos metros. No regula. Va siempre a fondo. Durante esta final, en el primer set y hasta el 3-0 del segundo, la conclusión era clara: estaba en un día en el que necesitaba tres metros más de cancha y 10 centímetros menos de altura de red. Se la veía contrariada. Molesta. Para colmo, Halep, una guerrera de corazón, una suerte de Arantxa Sánchez de estos tiempos, pero con mayor agresividad que la española que fue rival de Gabriela Sabatini, le hacía jugar una o dos pelotas más de lo normal, lo que terminaba sacándola de la zona de confort.
Lo que sí le sobra es valentía. Lo mostró en varios pasajes, incluso en desventaja. Hasta que empezó a calibrar la mira. Palo para acá, palo desde allá. Ostapenko sorprende porque teniendo una derecha mortífera (152 winners en el certamen), nunca esconde el revés, al contrario. Es más, hace cosas a contramano con la lógica: le sacan al primer cuadrado y en vez de pegar cruzado de derecha por el medio, se para y pega de revés de dos manos, paralelo (sí, por la zona más alta de la red), y es tiro ganador. Tanta fe se tiene con ese golpe que selló el título con dos reveses ganadores, implacables, que dejaron parada a una correcaminos como Halep. ¿Cómo enseñar todo eso? Hay que sentirlo, tener las herramientas para ejecutarlo y, sobre todo, no ruborizarse cuando nada sale y el tenis es un despropósito.
Oriunda de Riga, capital de un país con una población de 2 millones de personas (la Ciudad de Buenos Aires tiene casi 3 millones) y en el que jugar al tenis, según propias palabras de la campeona, "es muy caro", Ostapenko conoció de muy chica a Juan Martín del Potro, en tiempos en los que el tandilense era dirigido también por Colombini. Hoy comparte momentos con otros representados por el italiano, como el británico Andy Murray y el francés Lucas Pouillé. "Son divertidos", fue su descripción, previsible ciento por ciento. La chica que dejó de ser teenager y vivió dos semanas irrepetibles en París, adonde llegó como 47a del mundo y se va 12a. Aquí donde confesó su debilidad por la samba, los beneficios de practicar danza desde chica para moverse en la cancha, su afición por los libros de Agatha Christie y la distensión que encuentra cada vez que escucha los temas de Enrique Iglesias. Le tocó de pronto cantar bien fuerte "Súbeme la radio" y haciendo honor al estribillo "vamos a juntar la luna y el sol", concretó lo que parecía imposible.
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