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Open australiano. Ash Barty: la campeona que rompió el molde y llevó el tenis a la era romántica
Con 25 años, su juego no tiene relación con la mayoría de sus colegas y a pura técnica se afianza como N° 1.
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Es el nuevo tiempo del tenis femenino. Se asemeja, conserva huellas de aquellos buenos viejos tiempos, de los queridos ochentas y noventas. Cuando las artistas de los courts eran una delicia. Navratilova, Evert, Graf, nuestra Gaby Sabatini y tantas otras leyendas de un tiempo revestido de nostalgia. Ashleigh Barty nos transporta, mágicamente, en el túnel del tiempo.
El circuito de las chicas de hoy es un derroche de potencia, desparpajo y vaivenes emocionales. Cualquiera le gana a cualquiera, a palazo limpio, sutilezas recortadas. A los 25 años, la pequeña gran australiana, de apenas 1,66m, es un canto de sirenas. Se inclina por el revés con slice (Jim Courier la comparó con la mano de Roger Federer, “es la mejor jugadora del planeta, lo que está haciendo es un punto de quiebre”), que rompe el molde. Invita a sus rivales, para luego destrozarlas con el drive. Pícara, inteligente, un diminuto envase de calidad.
“Es la jugadora más completa que hay en el circuito. Me gusta mucho Barty. Me gusta mucho cómo juega, su revés cortado es, de verdad, muy bueno. Es una jugadora con estrategia”. La frase de Sabatini no es de ahora: lleva en el calendario casi tres temporadas. Bajo perfil, casi no se le escucha la voz. Siempre, cuentan, lleva en su cuerpo un abrazo contenedor, una palmada sobre la espalda hacia las que más lo necesitan. Las emociones, muchas veces, son las reinas del circuito. Las buenas y las otras.
Cumple 113 semanas como número 1, está a cuatro de igualar a Justine Henin, instalada como la séptima jugadora con más semanas en la cumbre del ranking femenino. Algunos, atrevidos, ya la comparan con Serena, la más grande de todos los tiempos. Tienen cartas en el mazo para comprender la dimensión: logró grandes en tres superficies distintas. Roland Garros 2019, Wimbledon 2021 y ahora, el sueño de su vida, el ganar en casa, frente a su gente, que la motiva al punto tal de remontar un imposible 1-5.
En el circuito de los zarpazos y los hundimientos, en el que surge una nueva reina y, semanas después, se convierte en calabaza –para tiempo después, volverse a calzarse la corona–, Barty es un soplo de aire fresco. Un viento noble, el que pega en la cara, el que cambia la temperatura corporal. Viene a cambiar la historia, como las antiguas leonas.
No tiene un físico de campeona y, de vez en cuando, sufre dolencias que la acomplejan. Cuando está entera, cuando está enfocada, es cosa seria. No perdió ni un set. Las adversarias no le duran más de una hora y 10-15 minutos. Un servicio aceptable, un drive penetrante. La australiana representa, verdaderamente, la vieja escuela. No se trata de revistar el saque y la volea: es algo más profundo, algo que se refleja en lo mejor de nuestro pasado, cuando nos quedábamos atornillados frente a la TV siguiendo las desventuras de la genial Gaby.
La historia tiene un por qué. Un dato duro, que confirma el nuevo escenario. La número 1 del tenis femenino se convirtió en la primera australiana en ganar el abierto de su país en 44 años, luego de vencer a la estadounidense Danielle Collins (27º) por 6-3 y 7-6 (2). Cumplió su propio sueño y el deseo del público que asistió al Rod Laver Arena para celebrar la consagración de una jugadora local, algo que no ocurría desde 1978, cuando Chris O’Neil se impuso sobre la estadounidense Betsy Nagelsen.
La tenista oriunda de la ciudad de Ipswich confirmó a lo largo de dos semanas su favoritismo en Melbourne y sumó su tercer título de Grand Slam: es buena sobre el polvo, sobre el césped y sobre el cemento. Es buena en serio. “Como australiana, lo más importante es poder compartir esto con ustedes. Se me hizo realidad el sueño, estoy muy orgullosa”, expresó Barty en el court central, luego de recibir la copa de manos de una leyenda del tenis oceánico: Evonne Goolagong Cawley, campeona del Australian Open en 1974, 1975, 1976 y 1977.
La campeona fue reconocida por su juego y su humildad por la estadounidense Collins, de 28 años, que se emocionó hasta las lágrimas luego de disputar su primera final de Grand Slam, situación que la convertirá en top ten por primera vez.
“Soy una chica increíblemente afortunada por tener tanto amor de mi lado”, afirmó Barty, quien dio las gracias a su entrenador y a su equipo, a su familia, a los organizadores y al público. Debió darle gracias, también, a la naturaleza: su talento es una bendición. No sólo no perdió ningún set en el torneo: apenas cedió una vez su saque, frente a la estadounidense Amanda Anisimova en los octavos de final.
Collins fue la cuarta estadounidense que se enfrentaba a la estrella local en cuatro etapas consecutivas. Barty eliminó a Anisimova, Jessica Pegula y a la subcampeona del Abierto de Estados Unidos en 2017, Madison Keys.
En la final, se adjudicó el primer set tras salvar un punto de break en el quinto juego y romper el saque de Collins en el siguiente.
Su rival respondió de inmediato con su juego de alta intensidad y quebró el servicio de Barty en el segundo y sexto games para armar una ventaja de 5-1. Lo que siguió, fue un duelo mental, en el que la estrella local también dio en la tecla.
L’Equipe, el prestigioso diario deportivo francés, la define como “la campeona de la variedad”. Se centra en el revés “cortado”, un golpe defensivo, una suerte de invitación, para dar el zarpazo definitivo en la siguiente bola. Barty, sin embargo, tiene un mundo de virtudes, que exceden un movimiento puntual de dos manos. En una charla con el mismo medio, baja la mirada. Es una campeona que se sonroja. “Sigo siendo muy humilde. Todavía queda mucho trabajo por hacer, sin duda. Para ser honesta, realmente no me siento como una leyenda en mi deporte como otros campeones. Todavía tengo mucho que aprender para ser mejor día tras día. Es increíble haber sido lo suficientemente consistente como para imponerme en tres superficies diferentes. Fue uno de los mayores desafíos al inicio de mi carrera: poder convertirme en una jugadora capaz en todas las superficies. Por eso, todo esto es increíble. No pensé que podría”.
No sólo logra todo eso. También, puede llevarnos en el túnel del tiempo. Allí cuando fuimos felices.
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