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Novak Djokovic, campeón de Roland Garros y ganador del récord de los récords: de ser observado con desconfianza en el Big 3 a cerrar la discusión
El serbio alcanzó los 23 títulos de Grand Slam, uno más que Nadal y tres por encima de Federer; pese a ser resistido por algunos, su lugar en la historia lo marcan sus números
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PARÍS (Enviado especial).- Con comportamiento de león hambriento, paciencia de orfebre y frialdad de cirujano. Con la mente positiva de aquel que se sabe de una raza superior. Con lucidez estratégica. Entendiendo que el camino podía presentarse de largo aliento y que, en ese juego, de todos modos, es el rey de la selva. Instruido en los desafíos más espinosos de los tiempos más dorados del mundo de las raquetas. Sin piedad ante el menos experto. Insaciable.
Novak Djokovic, el serbio que fue observado de reojo durante años en el armado del mágico Big 3 que elevó junto con Roger Federer y Rafael Nadal, se adueñó del récord de los récords. Ganó una discusión que, difícilmente, se vuelva a abrir. Mantenerse de pie mientras los otros caen, también es un mérito. A los 36 años, con el suizo retirado oficialmente en septiembre pasado, y con el español traumado por las lesiones que no le permitirían jugar, al menos, hasta fin de temporada, Nole los observa desde la cima. Ganó, en Roland Garros, el título número 23 de Grand Slam, uno más que Rafa, tres por encima de Roger. Da la sensación de que ya es un golpe de KO a los libros de historia del tenis.
Djokovic empezó a protagonizar la película consagratoria de su vida desde antes del Abierto de Francia, disfrazado de corderito, mirando sin mirar, cuando afirmó que Carlos Alcaraz (el primer preclasificado) era el favorito al título y él, sin embargo, apenas un campeón de…, 22 grandes. Quiso despojarse de la presión periférica; en realidad, se la cargó a otro. Maestro en el juego psicológico (en ese rubro llegó a someter a Nadal, nada menos, cuando lo venció en siete finales consecutivas en 2011/2012), fue creciendo en el torneo poco a poco, con menos fuegos artificiales que el murciano, pero sosteniendo el poder de impacto.
Llegaron las promocionadas semifinales con Alcaraz y lo derrumbó tenística y espiritualmente. Carlitos se vio sobrepasado por la “tensión”, lo confesó y perdió. Nole dio un gran paso hacia la meta. Pero le faltaba el último eslabón de la cadena, ante el noruego Casper Ruud, número 4 del ranking, muy hábil sobre polvo de ladrillo y finalista en tres de las últimas cinco finales grandes (Roland Garros 2022 y 2023, US Open 2022). Al principio, a Novak le costó lidiar con los demonios, pero finalmente los expulsó (o los puso de su lado). Venció al nórdico por 7-6 (7-1), 6-3 y 7-5, en tres horas y trece minutos. Después del último punto se desplomó sobre el polvo de ladrillo, boca arriba y con una sonrisa genuina, con la armonía del objetivo (sueño) cumplido.
Cuando Djokovic ganó su primer Grand Slam, en el Abierto de Australia 2008, con 20 años, Federer tenía doce trofeos grandes y Nadal, tres. Hoy, quince temporadas más tarde, el balcánico ostenta más copas que todos y además se encumbra como el único tenista (hombre) en lograr cada trofeo major, al menos, tres veces: diez en Melbourne, tres en París, siete en Wimbledon y tres en el US Open. Los 23 anillos grandes lo igualan, en el registro general, con Serena Williams, quedando a un solo éxito de la australiana Margaret Court, la más exitosa (24, aunque en otros tiempos).
“Yo era un niño de siete años que soñaba con ganar Wimbledon y convertirse en profesional. Tenía el poder de crear mi propio destino y lo conseguí. Espero poder inspirar a las generaciones más jóvenes. Les digo que vivan el presente, que olviden el pasado, pero si quieren un mejor futuro deben crearlo”, fue el mensaje de Djokovic, criado entre bombardeos de las fuerzas de la OTAN en la Belgrado de la antigua Yugoslavia, al recibir la Copa de los Mosqueteros de manos de Yannick Noah, el último francés campeón en el Philippe-Chatrier, y ovacionado, además, entre otras figuras como Kylian Mbappé, Mike Tyson, Tom Brady y Zlatan Ibrahimovic.
Ruud, dos veces campeón del ATP de Buenos Aires, es una de las referencias del circuito sobre tierra batida en los últimos tres años. Incluso, desde 2020 hasta la actualidad tiene más éxitos que todos sobre superficie lenta (87; 19 más que el griego Stefanos Tsitsipas). Así se presentó en el último capítulo parisino, en un estadio Philippe-Chatrier con cielo plomizo y clima pegajoso. También es real que llegó con la estadística en contra: sin haberle ganado ni un set en los cuatro enfrentamientos previos. Más allá de eso, su estrategia fue clara e inteligente: jugar alto y con parábola para que Nole no golpeara con comodidad.
Durante varios games consiguió llevar adelante la táctica y le rompió el saque al serbio, apenas, en el segundo game. En los primeros juegos se observó una versión light de Djokovic, sin chispa. Pero Novak, viejo zorro, empezó a acomodarse y, oportuno, recobró el quiebre en el séptimo game. Si la mente es el “músculo” más valioso del tenis, Nole es Einstein con raqueta. Llegaron al tie-break y él, que había disputado seis “desempates” durante este Roland Garros, ganándolos todos, lo volvió a hacer, con autoridad. Fue un mazazo anímico del que Ruud, más allá de algunas buenas intenciones en el tercer set, no pudo recuperarse.
“Novak no es humano a veces”, se lamentó Ruud. Soberbio en su interpretación del juego. Elástico. Dominante. Subiendo y bajando la altura de sus tiros cuando el tono del partido lo necesita. Mortificando con su revés de rayo láser (cruzado o paralelo). Exigiendo con sus ángulos. Con drop shots hirientes. Imponiendo respeto con el aura que se ganó. Siendo consciente de lo que representa en los contrarios. Así, una vez más, Djokovic escribió una obra maestra en su séptima final en el Bois de Boulogne, donde se había consagrado en 2016 y 2021.
Con 36 años y veinte días, el jugador entrenado por el croata Goran Ivanisevic se convirtió en el jugador de mayor edad en ganar el trofeo de Roland Garros, superando a Nadal, que la temporada pasada lo había hecho con 36 años y dos días. “El 23 era un número imposible de imaginar hace unos años, ¡y lo lograste! ¡Disfrútalo con tu familia y equipo!”, escribió el mallorquín en redes sociales.
Djokovic volverá al número uno del ranking, ampliando su récord en la cima del ATP Tour a 388 semanas (Federer, con 310, es el segundo del registro); y podría llegar a las 400 en septiembre. Con su éxito en la capital francesa, sumó su título número 94. El año pasado no jugó el Abierto de Australia, donde es intimidante en el Rod Laver Arena, debido a su negativa a vacunarse contra el Covid-19, misma razón por la que no pudo jugar, en septiembre último, en Flushing Meadows.
¿Hubiera llegado antes al récord? Probablemente, sí. Pero no vale la pena reparar en ello ni especular. Lo cierto es que está sano y va por más. Su destino es incalculable. Sigue mortificando a sus rivales. Ya lo afirmó el estadounidense Andy Roddick, exnúmero uno: “Djokovic, primero, te quita las piernas. Y después te quita el alma”. Federer, para la mayoría, fue el embajador más elegante de la historia del tenis. Nadal, el competidor más feroz de todos los tiempos. Pero Djokovic los superó a ambos. Y en París cerró la discusión, firmando el récord de los récords, mirando a todos desde lo más alto.
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