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Guillermo Vilas cumple 70 años. Inspiró a una generación que miraba de lejos a las figuras: “Nos hizo creer que los sueños eran posibles”
El Poeta popularizó el tenis en la Argentina, pero también marcó el rumbo para otros sudamericanos que en los 70 y 80 observaban con distancia a los europeos y estadounidenses.
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El tenis era un deporte que se jugaba mucho antes de que Guillermo Vilas naciera, el 17 de agosto de 1952, en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento, en la Ciudad de Buenos Aires. Pero ese día quedó marcado a fuego para la eternidad. Radicado en Montecarlo, cumple 70 años el Poeta de la zurda, el hombre que cambió el concepto del deporte de las raquetas en nuestro país, el que lo popularizó y lo encumbró a niveles insospechados. Fue un revolucionario, un adelantado en su rubro. Su legado, más allá de cualquier capricho del ranking, lo hizo cruzar fronteras. Vilas despertó el fuego en la Argentina, pero también en la región. Fue un estímulo y un modelo a -intentar- seguir para una amplia generación de jugadores latinoamericanos que, en los 70 (y también los 80), observaba con distancia a las figuras europeas y estadounidenses.
“Vilas fue el que nos hizo creer que los sueños eran posibles”, sentencia el ecuatoriano Andrés Gómez. Campeón de Roland Garros 1990, logro que lo convirtió en el primer latinoamericano ganador de un Grand Slam después de la era Vilas. Andrés se emociona hablando de su referente: “Mi primer contacto directo con Guillermo fue en un Sudamericano de Guayaquil, en 1972; yo tenía 12 años y él andaría por los 19, 20. Si bien ya se hablaba sobre Vilas, ahí nos llamó poderosamente la atención -narra Gómez, ante LA NACION-. Era la flor y nata del tenis sudamericano. Comenzaba a hacer historia, sentíamos que estaba sucediendo algo inédito y fue un despertar para todos. Dos años más tarde fui a un Sudamericano en Montevideo y Guillermo ya era una figura consagrada. Antes de volver a Ecuador pasamos unos días por Argentina, pisé por primera vez el Buenos Aires Lawn Tennis Club y fue impresionante ver a la cantidad de gente que jugaba. Se estaba gestando algo fuerte al ritmo de Vilas”.
La disciplina, la obsesión (tantas veces extrema) por el entrenamiento y el perfeccionamiento de los golpes, la planificación y las decisiones estratégicas fueron algunas de las características con las que Vilas construyó su mito en los courts. “Ninguno de los jugadores que tuve en mi vida tenía la disposición para entrenar que tuvo Vilas”, le confió a este diario, una tarde de junio de 2012, en París, Ion Tiriac, el hombre que transformó el tenis como coach, manager y promotor. Andrés Gómez coincide con el rumano de bigote cóncavo. En la misma línea se posicionan otros destacados protagonistas del tenis sudamericano, inspirados por Vilas y consultados por LA NACION, como el paraguayo Víctor Pecci, el chileno Hans Gildemeister, el peruano Pablo Arraya, el uruguayo Diego Pérez y el brasileño Cassio Motta.
“Guillermo nos enseñó a trabajar. Cuando practicábamos en el BALTC, llegabas a las 7 de la mañana y él ya estaba desayunando yogur con frutas en la cancha. Yo muchas veces era uno de los siete u ocho jugadores que iban a entrenarse con él en el mismo día; pasábamos uno tras otro -sonríe Arraya, 29° del ranking en 1984-. Tenía una gran intensidad y no salía de la cancha hasta la noche. Fue un guía. En el torneo que estaba, tratábamos de pelotear con él. Siempre fue muy amable, nos marcó a todos. ¡Hasta el peinado le copiábamos! Era un Dios con piernas al que teníamos cerca”.
Gómez, que entre 1980 y 1988 se impuso en cinco de las nueve veces que enfrentó a Vilas, aporta: “Recuerdo que Guillermo llegaba al Buenos Aires, la gente tenía que salir de la cancha 1 y él se instalaba ahí para practicar. Le iban llevando las comidas, las bebidas, había intercambio de jugadores y él no se cansaba. Esa era su manera de ser, de vivir”. El paulista Cassio Motta, 48° de singles en 1986, añade: “Guillermo fue uno de los tipos que llevó al tenis a otra dimensión, a que los jugadores fueran atletas. Tenía tanta fuerza, tanta preparación… No había manera de ganarle un punto sencillo. Le pude ganar muy pocos sets [NdR: oficialmente se enfrentaron cuatro veces entre 1983 y 1986, y siempre triunfó el criado en Mar del Plata]. Hubo dos jugadores que me sacaban la raqueta de la mano por la fuerza de sus tiros: Guillermo y (Bjorn) Borg. Eran raquetas de madera y hasta te hacía daño tanta potencia”.
Víctor Pecci, héroe deportivo paraguayo que fue 9° del mundo en 1980 y jugó la final de Roland Garros un año antes, asevera: “(Jimmy) Connors, Borg y Vilas, en el orden que quieras, mandaron en el tenis durante mucho tiempo; después llegaron McEnroe, Lendl, Becker y otras figuras. Pero esos tres fueron distintos. Guillermo es, más o menos, de mi misma generación, y nuestros ídolos eran el brasileño Thomaz Koch, los chilenos Patricio Cornejo y Jaime Fillol…, que tenían como diez años más que nosotros. Guillermo hasta empezó a usar la vincha y el look por Koch. Pero es él el que hace la gran diferencia a partir de los torneos ganados, el Masters del 74, los Grand Slam y la racha de 53 victorias interrumpidas por (Ilie) Nastase, con la famosa raqueta de doble encordado, en el 77. A partir de Guillermo el tenis de Latinoamérica cambió totalmente”.
Pérez, diez años menor que Vilas y 27° en 1984, abre, con sensibilidad, su baúl de recuerdos: “A los 15 años, bajando las escaleras del liceo Suárez, donde estudiaba, le dije a mi mamá que quería ser tenista. Ella me respondió: ‘No se vive del tenis, hijo’. Pero yo le dije que en una revista que se llamaba El Gráfico había leído que un loco que se llama Vilas sí podía hacerlo. Siempre quise ser como él. Leí que comía seis o siete yogures por día, entonces hacía lo mismo. El golpe con top, la melena, la vincha, todo el look que tenía con Borg…, ¡eran rock stars! Antes de ellos se jugaba con pantalones largos. Hicieron un cambio; el tenis pasó a ser un deporte que miraban todos, a trascender fronteras. Regionalmente, en Uruguay, tomamos mucho de lo que pasa en Argentina y Vilas no fue excepción”.
El circuito lo llevó cuatro veces a Pérez a desafiar a Vilas, entre 1982 y 1987. Y en una de ellas lo pudo vencer: fue en los octavos de final de Boston en 1983. Ese día tocó el cielo con las manos (o con la raqueta): “Tuve una muy buena relación. Era un rival mucho más fuerte que yo, pero quería ganarle, obvio. Y mi primer gran triunfo, con las raquetitas Slazenger de madera, fue contra él. No me olvido más: tuve un primer match point, juego un approach, voy a la red, se defiende, la dejo pasar y la pelota pica como dos metros adentro. Nos miramos y nos morimos risa. Después lo pude cerrar. Esa noche no me podía dormir: estaba excitado, volví al hotel, me acosté y temblaba. Y no había pasado tanto tiempo desde aquel chico del liceo. A ese torneo llegué siendo aproximadamente 100 del mundo y me fui 50, porque daban bonus importantes por ganarle al Top 5″.
Gildemeister, 12° en singles en 1980 y 5° en dobles dos años después, es otro símbolo sudamericano que se potenció viendo -y hasta ganándole- a Vilas. “La primera vez que supe de Guillermo fue en un Sudamericano, donde él ya estaba marcando una diferencia importante. Después yo me fui a la universidad en Estados Unidos y volví a cruzarlo unos años después. Y en 1975 me toca en la primera vuelta del US Open. Perdí fácil [doble 6-2]. Volvimos a jugar tres o cuatro veces y, si bien me ganó, me fui acercando. Hasta que, en la serie de Copa Davis del 78, en el estadio Nacional de Santiago, pude ganarle por primera vez [9-7, 6-3, 3-6 y 6-4]. Después del partido se fue a entrenar, re caliente. Al otro día, el diario La Tercera tituló: ‘El biónico le gana al monstruo’. Después supe que la mañana siguiente Tiriac le empapeló las paredes del vestuario con las hojas del diario, como para que reaccionara. Con el tiempo nos hicimos buenos amigos. Me casé joven, mi mujer empezó a viajar conmigo y se hizo amiga del papá de Guillermo. A Vilas sólo podías aspirar a ganarle si le sacabas el primer set: mentalmente te hacía mierda en partidos largos, ganaba por físico”.
Al igual que los otros extenistas convocados por LA NACION, Gildemeister habla con admiración sobre Vilas, pero sobre todo con afecto y cierta melancolía por esos tiempos dorados. “Conocí a una persona extraordinaria. Guillermo dejó un legado en el tenis sudamericano. Llenaba estadios cada vez que venía a Chile. Muchas veces salíamos a comer entre los jugadores, pero él se cuidaba mucho y a veces se aislaba de la parte social, sobre todo con Tiriac, quien lo ayudó mucho durante las largas giras, cuando los premios económicos no eran los actuales y estabas varios meses afuera. Pero sólo así podía tolerar la manera en la que se entrenaba: jugaba horas, horas y no se cansaba, no fallaba. Vivía para el tenis, era todo tenis. En un viaje a Marruecos, por una exhibición en Rabat, llovió un día entero y nos juntamos en el lobby a jugar al póker, incluido Tiriac. Pero Guille no vino. ¡Estaría corriendo! Aprendió mucho de la concentración. Para llegar arriba todos los tenistas somos raros, pero Guillermo era distinto”.
Vilas, Pecci, José Luis “Batata” Clerc y Andrés Gómez protagonizaron un evento que se llamaba Copa Marlboro de Tenis del Caribe. Divertido, el ecuatoriano refresca una anécdota: “Estábamos quince días en seis países y jugábamos dos partidos por noche, viajábamos, hacíamos clínicas. Todos fuimos con nuestros entrenadores y nos dimos cuenta de que Tiriac tenía una especie de código con Guillermo: le hacía chistidos o besitos con distintos significados. Si chistaba de una manera significaba que tenía que atacar al drive, si lo hacía menos era al revés y así. Un día que jugaban Vilas y Clerc, que si bien se trataba de una exhibición siempre era un clásico, con Pecci y nuestros entrenadores nos sentamos en distintos sectores, algunos atrás de Tiriac, y no dejamos de hacerle chistidos durante todo el partido. Guillermo se empezó a desesperar, se volvió loco [sonríe, Gómez]”. Y va más allá: “Guillermo era individualista y enigmático, pero cuando hablaba podías quedarte días oyéndolo. Nos hizo aprender a respetar nuestros momentos de soledad y concentración. Ojalá que los chicos de hoy se puedan informar sobre sus métodos de trabajo; vale la pena”.
La resistencia de Vilas provocaba fascinación y también era un desafío para los que, en el día a día, estaban a su lado de una u otra manera. “Compartimos muchos viajes y entrenamientos con Guillermo -se enorgullece Motta-. En Múnich, antes de un torneo, quiso ir a entrenar a las 3 de la mañana. ‘Estoy despierto a las 2, te llamo a la habitación y vamos a la cancha, así estamos tranquilos’, me dijo [sonríe]. Así hicimos. Jugamos hasta las 5 y volvimos al hotel, a desayunar. Era un tremendo atleta, más fuerte que todos nosotros. Fue una inspiración”.
Pecci agrega: “Nosotros no trabajamos tanto con pesas y potencia, pero él sí y por eso tenía un brazo enorme. Era rápido y se pasaba horas perfeccionado sus golpes. Una vez entrenamos juntos antes de Wimbledon, creo que el 80. Estaban Tiriac y Tito Vázquez, que era mi entrenador. Empezamos a las 8 de la mañana, al mediodía paramos un ratito y comimos unos sándwiches ahí mismo en la cancha, y seguimos: jugamos siete sets seguidos. Él estaba acostumbrado a ese ritmo, para él era normal; pero no para mí. Esas cosas me impresionaban. Mecanizaba sus movimientos, era estructurado y tenía su patrón de juego bien definido”.
Vilas sostuvo esa fuerte conducta, incluso, ya retirado (oficialmente nunca colgó la raqueta). Una anécdota de hace apenas siete años en Montevideo, contada por Pérez, es un ejemplo. “Organizamos una clínica y charlas de Guillermo en el Carrasco Lawn Tennis. El primer día contó anécdotas, se sacó fotos…, la gente enloquecida. Al otro día, a las 9, era la clínica de tenis. Entonces a la noche le digo: ‘Bueno, Guillermo, te paso a buscar 8.45 y vamos al club’. ‘No, no. A las 7.30. Tengo que probar las raquetas’. Me sorprendí. ‘Mirá que va a jugar gente grande y algunos chiquitos’, le dije. ‘No importa’, me cortó. Lo pasé a buscar a las 7.30 por el hotel, salió con cinco raquetas y fuimos al club. Un crack”.
El Poeta, cuatro veces campeón de Grand Slam:
Para Arraya, Vilas fue un prócer. “Fue muy bueno conmigo. Yo nací en la Argentina, en Córdoba, pero siempre jugué para Perú, y cuando volvía a Buenos Aires algunos me ignoraban, pero Guillermo era increíble conmigo. A los 12 o 13 años lo vi jugar en Montecarlo y me quedó tan marcado que soñé muchos meses que jugaba contra él en la cancha central. El destino quiso que, tiempo después, en 1982, jugará contra Vilas en los cuartos de final de Montecarlo. Perdí 6-1 y 6-1, pero fue un sueño. Cuando el locutor lo anunció me sentí una hormiga”, rememora Arraya, que entre 1982 y 1987 perdió sus siete partidos ante el Poeta. Y derrama otra anécdota sobre el Vilas que traspasaba el court: “En una de mis primeras veces en París fue muy solidario, me invitaba a comer a su departamento y no me dejaba pagar nada. Ahí probé caviar, que lo traía Tiriac. Una tarde, en la que también estaba el chileno Pedro Rebolledo (36° en 1982), Guillermo nos dijo amablemente que nos teníamos que ir porque iba a recibir a una persona muy reservada. No hubo problema, nos fuimos. Y cuando bajábamos en el ascensor la vimos subiendo a Carolina de Mónaco…”.
Vilas, un héroe del deporte, cumple 70 años. Ni Pecci, ni Andrés Gómez, ni Motta, ni Arraya, ni Diego Pérez, ni tampoco Gildemeister recuerdan con precisión cuándo fue la última vez que lo vieron o que estuvieron en contacto con Guillermo. El tiempo pasó, las circunstancias de la vida cambiaron, pero nada borra el legado de un hombre que hizo soñar a varias generaciones.
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